SEX O'CLOCK Cap. 8 EVIDENCIAS
La diferencia entre Ignacio y yo, básicamente se resume en la capacidad que tiene él para sentirse superior a los demás. Su arrogancia no le permite admitir cuando se equivoca y lo peor es que siempre juzga a las personas por lo que hacen, sintiéndose perfecto e incapaz de cometer los mismos errores que el resto. Yo trato de entenderlo y ayudarlo a que mejore esa mala actitud. Aunque, a veces, no me gusta perder el tiempo discutiendo con alguien que no es capaz de escuchar. Realmente me molesta hablar con una pared. Parece mentira que ese comportamiento lo llevó a una segunda cita con Doménico quien lo había rechazado la primera vez.
Luego de empacar, devolvimos la llave de la casa de playa. En el
camino de regreso pasamos por el edificio donde fue la fiesta de Vasco la
semana pasada. Las cintas color amarillo del personal de criminalística de
la policía se azotaban con el viento frío de la tarde. Bajamos del auto y,
aunque yo no creo en ninguna religión, acompañé a Ignacio en una pequeña oración
en memoria de Vasco.
No puedo describir lo que sentí. De repente sentí ganas de llorar. Intenté controlarme delante de Ignacio y no pude. Solté un sollozo de lo más profundo de mi ser. Ignacio volteó hacia mi lado y se afligió al verme así al mismo tiempo que su rostro expresaba asombro.
-
No llores.
-
No merecía
una muerte así, tan trágica. Se siente injusto.
Ignacio me daba palmadas en la espalda. No se atrevía a abrazarme porque él no demuestra sus emociones con facilidad. Según él, mostrar emociones es de débiles. Lo noté inquieto, como si quisiese decirme algo, pero no se atrevía. Está desconcertado por mi llanto. Ignacio cree que Vasco fue solo un amigo pasajero de juerga. Alguien a quien conocimos hace solo tres o cuatro meses al inicio del verano, por lo tanto no es alguien por quien llorarías de esa manera.
- ¿estas bien? – preguntó Ignacio.
No pude responder nada. Solo me sequé las lágrimas.
Ignacio no es tonto. Siempre supo que yo estaba sintiendo algo más que amistad por Vasco. Me conoce tan bien, que sabe que nunca admito cuando alguien me gusta. Yo evito adelantar conclusiones o expectativas por temor a que estas no se cumplan. Por eso no cuento mis cosas y acumulo mucho polvo y telarañas en mi cabeza.
La verdad es que la noche que Vasco murió, lo sentí.
Vasco era lo que yo necesitaba. Lo supe en ese momento cuando me cuidó y se quedó conmigo hasta que me dormí. Esa última vez que lo vi sonriendo mientras acariciaba mi cabello. Por eso lloró, no es justo.¿Estoy siendo egoísta? Quizá sí. Estoy pensando en mí. Estoy lamentando que aquella noche haya sido la última vez que estuvimos juntos. Estoy lamentando no haberlo besado, estoy arrepentido de no haber tenido sexo con él. Estoy maldiciendo el momento en que acepté meterme rolas esa noche porque al drogarme me perdí la mayor parte de su cumpleaños y, lo que es peor, sigo pensando una y otra vez que si me hubiese mantenido sobrio quizá el no estaría muerto ahora mismo. Tenía tantas cosas que decirle. Ahora recién lo sé. Es tarde.
Ignacio rompió su silencio.
-
Jovencito ¿qué hace usted
por aquí? - El subalterno Figueroa con su inconfundible voz irrumpió el
silencio. Salió del edificio, mientras que Ignacio regresó al auto casi de
inmediato.
- Buenas tardes Sr. Figueroa.
- ¿Qué hacen por aquí?
- Vinimos a recoger nuestras cosas de la casa que rentamos el verano.
El subalterno inclinó la cabeza para ver a Ignacio que se metió al auto. Me percaté que llevaba una bolsa con algo parecido a un collar.
-
¿Qué es eso?
-
Evidencias.
-
¿Puedo saber que hay
dentro?
-
No jovencito, esta
prohibido.
Di la vuelta para avistar a Ignacio, que seguía inmóvil mirando
su celular con el vidrio de la ventana cerrada.
-
¿es él hijo del Coronel Montemayor?
– preguntó el subalterno.
-
Así es ¿cómo lo supo?
- Por el auto, es de su papá. Fue mi jefe, y a ese jovencito lo he visto varias veces con el coronel.
El subalterno Figueroa se retiró caminando hacia el otro lado de la calle. Sin antes avisarme de que la próxima semana volverán a interrogar a los invitados de la fiesta.
-
Ya sabes que decir. –
dijo Ignacio apenas subí al auto.
-
No diré que estuviste
allí. Ahora menos que nunca. Conocen a tu viejo.
-
Si carajo. Si se entera
me mata.
Ignacio arrancó el auto y estuvimos callados hasta que ingresó a
la panamericana con rumbo a Lima.
-
¿te sientes mejor?
Pensé que Ignacio no volvería a preguntar sobre el tema. Le
respondí de manera escueta que sí y volteé la mirada hacia mi ventana.
Ignacio no se quedó tranquilo.
-
Lo sabía huevón. Creo que
no me quería dar cuenta.
-
¿de qué hablas?
-
Todo comenzó en mi
cumpleaños ¿fue así?
Seguí en silencio esperando que Ignacio no insistiera.
-
¡Carajo! Respóndeme.
-
¿qué quieres que te diga?
- La verdad huevon ¡admítelo! te enamoraste de Vasco. Y ni lo niegues, porque me di cuenta en mi cumpleaños ¿qué pasó en la playa?
Ignacio había encontrado en mi llanto la evidencia que le faltaba para disipar sus sospechas y sacar una conclusión. Una que ni siquiera yo tengo conciencia aún. Todavía no he tenido tiempo para ordenar mis pensamientos.
Efectivamente algo sucedió en Febrero y comenzó en el cumple de
Ignacio.
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