SIEMPRE NOS QUEDARÁ BUENOS AIRES Cap. #04 EL TIEMPO NO ES IGUAL PARA TODOS


Desde el momento en que puse el primer pie dentro de ese departamento, supe que no debía estar allí. Una sensación extraña recorrió como un aire frío mi espalda, y cuando recapacité y quise retroceder, fue muy tarde. Él había cerrado la puerta y le la aseguró con dos vueltas de la llave que luego metió a su bolsillo. En ese instante mi vida pasó frente a mis ojos en nanosegundos, todo lo que había hecho me trajo hasta este lugar. El terror y pánico me invadió de pies a cabeza, pero no lo demostré, todo lo contrario, seguí o pretendí seguir con el mismo humor de cuando estábamos en el taxi. Él avanzó hacía un pasillo y dijo, ahora vuelvo. Mientras lo veía desaparecer entre las sombras del pasillo sombrío alumbrado solo con una apertura de luz del amanecer entrando por la ventana. Quiero y cauto supe que sería mejor mantener la calma. Debe existir una razón para que haya cerrado la puerta con llave. Miré al mi alrededor, el alcohol se había secado de mi mente, estuve lucido y atento a cualquier forma de escape.

 

No hubiese tenido tanto miedo, de no ser por los relojes. Había docenas de relojes en toda la sala y comedor. Relojes de pared, de mesa, de péndulo y gong, reloj de cuco, sí, aquel con el pajarito que sale cada cierto tiempo haciendo la onomatopeya de “cucú”. Un reloj de arena en el centro de mesa, dos gigantes un poco más altos que yo en dos rincones de la habitación y muchos del tipo despertador encima de una repisa cerca al pasillo. Como en una película de terror, atrapado y rodeado de lúgubres tic tacs.

 

Mi amigo en Perú siempre me decía, cuando te vayas a casa de un extraño, dale a alguien tu ubicación, para saber donde recoger tu cadáver. Obviamente él bromeaba con el solo afán de hacernos saber que debemos tener mucho cuidado a quien abrimos la puerta cuando invitamos a un desconocido a casa solo por un momento de placer y calentura; o cuando vamos a casa ajena por lo mismos motivos.

 

Pensé en muchos escenarios posibles. Primero, aquel chico tiene novio y solo se aseguró que nadie entrará. Segundo, por seguridad. Aunque aquel barrio tiene pinta de seguro. Luego no pude pensar más los golpes de las manecillas del reloj parecían una cuenta regresiva de algo que iba a suceder. Entonces solo opté por calmarme y mantenerme así. Se escuchaban los pasos descalzos de aquel chico regresando hacía donde yo lo esperaba de pie en medio de la sala, ni tomé asiento porque mis nervios y mis dientes castañeando por el frío, nervios de punta y por mi inevitable estado de alerta. El tiempo pasaba arrastrando los segundos a un ritmo digno de tortuga.

 

-       Vení conmigo- dijo mientras se tocaba el miembro por encima del pantalón.

 

Yo dudé, pero ya estaba allí. Y como si fuera poco, encerrado. Sería mejor hacer lo que él dice para terminar de la manera más rápida y salir de allí. Me acerqué y él me tomó entre sus brazos, invadió de besos voluminosos mis labios, ahogándolos de movimientos agresivos. Sentí su fuerza allá abajo cuando se rozaba con mi pierna. Su barba me raspaba las mejillas, las frías yemas de sus dedos hacían contacto con mi cálida cintura y, como una especie de vals caminamos mientras seguíamos besándonos hasta llegar hasta el pasillo donde la primera puerta que nos encontró en nuestro andar danzante resultó ser la de la cocina. Pensé que seguiríamos avanzando hasta su habitación, pero se detuvo en la entrada de la cocina y me miró detenidamente mientras se bajaba los pantalones hasta las rodillas y se levantó la camiseta de manera que quedará enganchada detrás de su cuello. Me bajó la cremallera en un dos por tres, y me tambaleé que casi botó al suelo de madera uno de los relojes de tipo despertador. Sus besos me excitaban, sus manos gruesas me dominaban, su pecho velludo se divertía con mi lengua sobre sus tetillas. Luego bajé hasta la altura de su ingle y lentamente me deslicé hasta abajo y al centro. Mis temores se habían ido, mis peores pesadillas se escondieron entre los recovecos de mi subconsciente mientras vivía el presente sin preocuparme por el pasado de hace tan solo cinco minutos que moría de preocupación sin vislumbrar mi futuro.

 

-       Voltéate – ordenó.

 

No me dejó ni titubear porque ante mi demora él bruscamente me dio media vuelta, me arrimó hasta la puerta y me puso de rodilla sobre una silla del pequeño comedor matutino cerca a la entrada de la cocina. Empujo mi espalda hasta que mi mentón golpeará la mesa y entró en mí. Aquel dolor fue desbordante, así que lo empuje de una patada hacía el pasillo. Le advertí que tuviese cuidado y paciencia.

 

-       Perdona, lo haré más despacio.

 

Esperamos unos segundos hasta que la dilatación surtiera efecto y el dolor se alejará de mi espalda baja. Me apoyé en la mesa con una pierna sobre la silla y la otra plantada en el piso de azulejos verdes. Mientas él ensalivaba su miembro para un mayor efecto, eché un vistazo a la cocina. Lo único que llamó mi atención fue un cuchillo sobre la mesa cerca de mi alcance; y pensé, si esto termina mal aquel instrumento culinario puntiagudo sería mi única arma de auto defensa. Aunque deseaba que todo esto terminará pronto, no puedo negar el placer, pero también me aterraba lo que sucedería después. Quizá solo es un hombre más, tratando de tener buen sexo con un desconocido, pero aquella puerta cerrada con llave no me permitía disfrutar plenamente aquel instante de fantasía lasciva en la cocina. No voy a decir que soy una princesa, de vez en cuando me gusta la rudeza, crudeza y fuerza viril. Sin embargo, que de un momento a otro aquel chico con la apariencia tan intelectual y tierno en el disco, se haya convertido en una bestia de lo carnal, me aturdió. Estuve sometido en una situación de yuxtaposición miedo-osadía. Si tan solo hubiese dejado la puerta abierta estaría disfrutando cada segundo de este encuentro. Nuevamente volvimos a intentarlo. El grosor de su masculinidad concentrada en sus movimientos de pelvis, lograba que los tic tacs de todos sus relojes fueran una música decadente, dolorosa, tuve que aguantar cada instante que duró su placer porque yo no disfruté tanto como hubiese querido, más que el morbo y la idea que representaba estar en esa situación.

 

Contuve la respiración, cerré mis puños, fruncí el ceño y arrugué todo el rostro, hasta sentí la sangre subir a mi cabeza, poniéndome colorado de dolor. Entonces no pude más, en voz baja le dije que ya no quería más, pero no me oyó, insistí regulando mi voz cada vez más alto, pero nada; entonces exploté con un fuerte grito, “Ya basta”.  Y lo aparte de mí, me puse de pie, me alcé los calzoncillos y luego el pantalón. Él se miró el miembro, puso cara de pocos amigos y se fue refunfuñando al baño que estaba al final del pasillo. En ese momento, entré en pánico, me agité y caminé hacía la salida y en mi prisa con la rodilla empujé la mesa tirando al piso uno de sus relojes y este al contacto del golpe hizo sonar el mecanismo de la alarma. El hombre abrió la puerta del baño y se asomó a ver lo que sucedía, tenía el pene sobre el lavado y las manos enjabonadas. Me miró y siguió en lo suyo. Me apresuré a la sala y me percaté nuevamente que no podía hacer nada más que esperar. Rodeado de tantos relojes, nunca había sentido el tiempo tan pesado y lento, todas esas caras y manecillas me miraban burlándose de mi impaciencia mientras ellas iban a su ritmo, indiferentes a mi prisa. En esos momentos me hubiera servido la mala costumbre o manía de morderme las uñas cuando era solo un pibe de cinco años. Me sentí adolorido, y caminaba de un lado a otro y no aguanté más, me ponía nervioso, así que me acerqué al pasillo para conversarle. Sentí que si simpatizaba más con él podría no tener consecuencias lamentables. Él no tenía muchas ganas de platicar, respondía mis preguntas y concentraba su mirada en el lavamanos.

 

-       Tienes novio, ¿verdad?

 

Él me miró fijamente, soltó una risa bufona y cerró el caño mientras sacudía su miembro viril salpicando el agua.

 

-       ¿importa mucho?

-       Me vas a decir que vives solo.

-       No vivo solo.

 

Salió del baño con una toalla en mano, dando golpecitos sobre su entrepierna; una vez seco se subió los pantalones y se bajo la camiseta. Caminó por el pasillo y entró a la cocina. En ese instante, me paralicé y recordé el cuchillo sobre la mesa. Entonces me alejé lo más que pude, cerca a la puerta. Miré por la ventana, pero daba a un tragaluz. Simplemente mi cerebro solo imaginaba lo peor. Hasta que escuché el tintineo de las llaves. Salió de la cocina y se acercó a la puerta, yo estuve detrás de él y sentí un alivio magnífico.

 

-       Bueno ya no te quito más tiempo – dijo él

-       Tiempo tienes de sobra – le dije mirando alrededor la casa colmada de relojes.

 

Él sonrió y agregó.

 

-       El tiempo es relativo. Cuando queremos quedarnos se pasa muy rápido, cuando queremos irnos, demora una eternidad.

-       El tiempo no es igual para todos.

 

En dos vueltas de su muñeca la puerta se abrió. Una vez que puse el pie afuera la palabra libertad nunca tuvo tanto significado, volteé y reí por dentro de lo paranoico que me había puesto fumar tantas horas antes. Viví un autentico thriller creyendo que sufría del síndrome de Estocolmo. Tuve aspecto agotado, como si solo quisiera dormir. Él estuvo en la puerta y su cabello resplandecía con la luz que entraba por el vitral de las escaleras. Presioné el botón del ascensor y me di cuenta que él esperaba a que yo me marchará antes de entrar. Se le veía guapo. De repente cruzó por mi cabeza “debí disfrutarlo”, pero no hay marcha atrás. El tiempo no se puede retroceder, ni siquiera en aquel departamento que parecía una maquina del tiempo de alguna película de ciencia ficción rodeado de tantos números y fechas. Me acomodé bien los jeans y me percaté que una de mis agujetas estaba suelta, me apresuré a atarlas y le conté que hoy no iba a dormir mucho que digamos, porque deseo conocer la ciudad.

 

-       Te recomiendo que vayas primero al Obelisco de Alberto Prebisch, en la intersección de las avenidas Corrientes y 9 de Julio.

-       Anotado.

 

El ascensor se detuvo y abrí la puerta metálica que parecía una jaula de pájaros. Tuve una sola duda en la cabeza y me apresuré a preguntárselo antes de macharme, aun sabiendo que quizá sonreiría y se metería a su casa.

 

-       ¿por qué cerraste la puerta con llave?

 

Continuará.

  

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