EL CHICO DEL BUS Cap. #45 NO SE PUEDE NEGOCIAR CON TERRORISTAS
Él sigue sacudiendo mis cimientos como un buen
sismo de 7,9 grados en la escala de Richter. Todo es culpa de su mirada, parece
que tuviera el poder de ver a través de mí, porque cada vez que lo hace me
siento como la primera vez que lo vi en el bus. Esa sensación a la cual ya
debería haberme acostumbrado, no se va.
Aquella noche en el cumpleaños de mi amiga Mía,
se acercó a mí e interrumpió mi conversación con A. No pude ser indiferente,
muy en el fondo de mí estaba esperando que se acercará a hablar conmigo y
finalmente lo hizo; le presté atención y fuimos hacia el lado vacío de la
terraza del hotel donde no pasaba nadie, ni amigos de Mía que pudieran vernos,
ni mucho menos su novia. Mientras caminábamos
miré como el mesero le servía más copas de gin
tonic a Mía y sus amigas, entre ellas a Romina. Estuve preocupado por Mía, había tomado
demasiado, siempre se emborracha al punto de que debo pedirle un taxi a su casa,
y lo peor es que el alcohol en grandes cantidades la hace más indiscreta que
nunca; hace falta una barra libre como la del hotel para abrir una caja de
pandora, en este caso su boca. He llevado la cuenta de los tragos que ella toma,
iba cerca de cinco copas.
En el otro lado de la terraza, H se detuvo y
se quedó mirando hacia abajo desde los trece pisos de altitud.
-
¿de que quieres hablarme? – le
pregunté a H directamente sin saludarlo ni preguntarle como se encuentra. Fui
frío e impaciente.
H tenia los ojos rojos, había fumado y había
tomado cerca de tres copas. Aun así, hacía un gran esfuerzo para mantener el
equilibrio en sus pies y que nadie se percatará que estaba bastante tomado. A
él nunca se le nota que ha tomado mucho o poco alcohol, lo disimula muy bien,
ese es otro de sus talentos. Luego de encender un cigarrillo y ofrecerme uno,
el cual rechacé, H sacó del bolsillo de su camisa un post it.
-
Léelo.
“Te extraño, G”.
-
¿Qué es esto? – le pregunté a H,
casi exaltado
-
Estaba en un libro que estoy
leyendo, como un separador de hojas.
-
¿y?
-
No es mío.
-
¿y?
-
Romina lo encontró y me preguntó
quien es G.
-
¿qué le respondiste?
-
Me puse nervioso, pero pude
controlar la situación.
-
¿qué le dijiste? – insistí.
-
No importa eso, este mensaje
obviamente no lo pusiste tú ¿o si?
-
Claro que no, como se te ocurre - volví
a decir casi enfadado.
-
Solo tú entras a mi departamento.
Después de todo lo que he hecho por este hijo
de su madre, encima insinúa que yo pude haberle tendido una trampa para
exponerlo delante de novia. Si supiera que yo he hecho hasta lo imposible para
que esa cojuda no descubra nada. Estoy indignado e hirviendo como una tetera
que olvidan sacar del fuego.
-
Esa noche que fui a buscarte, S también
estuvo ahí.
-
Seguramente fue ese hijo de puta –
murmuró H.
Le arrebaté el cigarro de los labios y lo puse
en los míos.
-
¿Qué vas a hacer?
-
Tengo que hablar con él.
-
¿vas a negociar?
-
No se puede negociar con
terroristas.
Es lo mismo que le dije a Mía hoy, las mismas
palabras, la misma forma de pensar. Y así de pronto, esa coraza fría que me había
puesto yo encima para conversar con H se deshizo en un segundo. Mi corazón
aceleró y mi mirada perdió firmeza y cayó en un letargo, los ojos de H miraban
hacia al malecón que se podía ver desde aquella zona de la terraza del hotel.
Pasaron varios minutos y nos quedamos callados
mirando al mar y luego al cielo, turnándolos. No habían muchas estrellas esa
noche, pero aún así teníamos la mirada perdida como tratando de contar las
pocas estrellas que se podían ver en el inicio del invierno.
-
¿viste eso? – exclamó H rompiendo
de manera abrupta el silencio de aquel momento.
-
Es una estrella fugaz – respondí.
-
Si.
-
¿Qué pediste? – preguntó H.
-
Mmm.
-
¿Pediste algún deseo?
-
No, solo la vi pasar, ¿y tú?
-
He pedido tantos deseos en mi vida
que no entiendo como una tonta estrella fugaz pueda cumplírmelos.
H bajó la mirada y me contempló como si fuera
yo un ave encerrado en una jaula. Como si supiera que él tiene la llave y
estuviese a punto de abrir la puerta.
-
He conocido chicos, pero como tú
creo que no. Eres demasiado especial.
-
¿por qué lo dices? – pregunté asustado.
-
Porque todo el tiempo parece un
niño perdido que necesita que le digan que todo estará bien.
-
¿y eso es malo? – volví a
preguntar asustado.
-
No, eso solo me hace pensar que
todavía existen personas buenas como tú.
Bajé la mirada yo también y se cruzó con la de
él.
-
Aun así, no es suficiente – le
dije.
-
No es tu culpa.
-
Lo sé, eres tú – afirmé.
-
Yo no voy a cambiar. No creo.
Así como tiene la capacidad de crear momentos
mágicos, H también tiene la misma fuerza para aplastarlos y destruirlos en
instantes. Mi buen amigo D me lo había
presagiado y advertido en más de una ocasión: “El homo sapiens le tomó años
evolucionar porque era una bestia en sus inicios. Él actúa como un mono muchas
veces y tú ya estas evolucionado, o te detienes a esperarlo mientras el corre para
alcanzarte o mejor busca alguien que piense como tú”. Ese es el dilema, H
piensa como yo, pero su secreto lo retrocede años luz de mí. Lo acaba de decir
claramente sin preámbulos, “No va a cambiar”, para que voy a intentar o esperar
algo de él. Es momento de comenzar mi largo proceso de desintoxicación, porque
este hombre es como una droga, y me estoy volviendo adicto. No voy a negar que
estoy molesto con la respuesta de H, siento que acaba de explotar una bomba
atómica en mi ser, y estaba a punto de expandir su fuego.
-
Pensé que te habías ido – dijo Mía
quien se acercó de repente a nosotros.
-
¡Mía! – exclamé.
-
Vamos – dijo Mía evidentemente
zampada mientras nos jalaba a ambos del brazo.
Nos llevó a la mesa donde se encontraban muchos
rostros familiares que yo no quería ver. En primer lugar, estaba mi querido A,
aún no sé si somos amigos, y solo soy aquel chico que lo va a ayudar a
experimentar su sexualidad más allá de su heterosexualidad; y no estaba solo,
junto a él esta Fiorella, su ex a la cual conoce desde que eran novias en el
colegio. Al verlos juntos, sentí como
poco a poco se expandía el aire caliente efecto de la bomba nuclear que había
explotado hace un momento como si estuviera a punto de decir cosas de las
cuales podría arrepentirme. Otro rostro que estaba allí con ellos era Romina,
la actual novia de H. Como si no fuese suficiente.
-
Digamos salud – dijo Mía alzando
su copa y haciéndonos alzar la copa.
-
Salud por los últimos 20 de mi
amiga – dijo Romina – salud amor – le dijo a H que estaba a su costado.
-
Me encanta tenerlos aquí, especialmente
a ustedes – dijo Mía que ya no se da cuenta a quienes había juntado en la mesa;
perro, gato y pericote; de seguro San Martin de Porres estaría orgulloso.
De un lado lo tenia a él, el hijo de su madre
por el que me moría junto a la inalcanzable de su novia Romina, y al otro lado
tenia A con su ex Fiorella, quien se mostraba extra cariñosa con él.
Podría intentar comportarme y hacerme el
tonto, y lo hubiese hecho por él, por H, para no causarle problemas, pero luego
de lo que me dijo “Lo siento, no voy a cambiar”, pues que se vaya a la misma
verga. Yo tampoco.
La mirada de H estaba llena de angustia, sentí
intentaba decirme algo con sus ojos, como intentando detenerme, y mi mirada
estaba en lo alto y se reflejaba mi rencor y coraje. H trató de ponerse de pie,
como para huir y o tratar de decirme algo, pero ya muy tarde para negociar. No
se puede negociar con terroristas.
Por Carlos Gerzon
Instagram: @elchicodelbusblog
Facebook: @elchicodelbusblog
Comentarios
Publicar un comentario
Continua leyendo