EL TITIRITERO



Qué profundas las heridas que hacen los hilos en los dedos del titiritero. Siempre trabajando aún después de caer el telón y jugando al ajedrez de la vida con los individuos más dóciles como peones, alfiles o caballos. Tomando ventaja del libre albedrío de los demás para hacer de sus mentiras una verdad absoluta y de sus acciones mucho suspenso.

Ese es Lucas, un chico consentido y mimado a pesar de tener diecisiete años. Solucionando sus caprichos con chispas de berrinche. Tiene la inmortal costumbre de decir mentiras pequeñas, tontas e innecesarias.

Incluso de niño era problemático, siempre rompía las cosas y sus zapatos dejaban evidencia de sus pasos enlodados, haciendo correr a la niñera por toda la casa. Tenia costumbres extrañas y comportamientos sádicos. Cuando nadie lo veía sacaba a los peces del agua de la pecera que daban vida al pasillo del primer piso, sus puños húmedos chorreaban gotas saladas a lo largo del espacio y los asfixiaba enterrándolos en las macetas del jardín trasero. Otra de sus manías era oler sus dedos y hurgarse la nariz hasta que sus mocos terminaban en su boca. 

En la secundaria dejó ciertas manías y se había convertido en un muchachito guapo, lo más llamativo es su pelo hechos serpentinas, rulos de color castaño claro y sus ojos color del cielo despejado con mirada dulce y naíf. 
Su piel poblada por lunares, sus pecas invadiendo sus mejillas, sumado a su vestimenta muy a lo preppy cerrando todos los botones de su camisa, le proporcionaban un garbo que lo diferenciaba entre el resto de chicos de su edad. Gracias a esa apariencia engañaba a cualquiera, su perversidad se escondía muy bien, y en lugar de depredador parecía la presa. 

Lucas vivía con su primo y su tía. En la universidad no era el más aplicado, pero si él más listo. Él sentía que estudiar era una pérdida de tiempo, pues se sentía preparado para algo más grande. 

No tenía muchos amigos, él sentía que la gente de su edad no le aportaba nada nuevo e interesante, por ello se juntaba más con chicos mayores o adultos. 

Todos los martes durante los inviernos, la sala de estar en la casa de su tía Inés se convertía en el club de la película, nombre que le puso Lucas a las tardes de ese día; amaba el cine y sabía mucho sobre film noir, clásicos en español y cine independiente. Siempre invitaba a pocos amigos y a su primo Simon. 

Aquella tarde de martes, el pop corn se desbordaba en aroma por toda la casona de la Tía Inés, y las ventanas se cerraban hasta cortar el último rayo de luz. Simón era el encargado de elegir la película.

- Edíca vendrá en cualquier momento, ¿Sabes algo de Bernardo? - Preguntó Simon. 

Lucas se puso colorado, y no respondió, hizo como si no hubiese escuchado nada, pero si escuchó la pregunta de su primo Simon, quien esperaba a su novia Edíca. 


Cuando Lucas presentó a Edíca con Simon jamas imaginó que su pequeño primo entusiasmaría tanta a la chica que él quería. Siempre subestimó a su primo por no ser tan guapo como él, pero eso no le importó a Edíca. Para Lucas nada era tan importante como la apariencia física y sentía celos de la relación de ambos. Por otro lado estaba Bernardo el hermano de Edíca, quien había ido a la casa un par de veces desde que inició la relación de su hermana con Simon. 


Simón, por el contrario era un chico maduro y cándido, muy confiado de las personas, sobre todo de su primo Lucas. Lo quería mucho a pesar de que Lucas lo trataba de menospreciar cada vez que podía. Simón estaba iniciando la universidad, era un año menor que Lucas.

Eran las cinco de la tarde y mientras esperaban por Edíca para ver la película, Simón comí
a de dos en dos las palomitas de maíz; la puerta de atrás se quedaba abierta para que entraran sin molestar a la tía Inés, quien estaba a cargo de los dos jóvenes desde que eran niños. 

Al entrar, Edíca hizo tanto ruido que al azotar la puerta del puro susto Simón se quedó con la canchita en su garganta y no podía respirar. 

Lucas contemplaba a Edíca con una mirada vigilante. Ella era una muchacha tan dulce como su voz, sus cabellos lacios caían como cascadas capilares sobre su blusa. Al percatarse que Simón se puso rojo de tanto toser, intentó ayudarlo. 

- ¡Lucas trae agua! - le ordenó. 


Lucas, se había puesto los audífonos del iPod e hizo como sino escuchará nada. De un momento a otro Simón dejó de toser y ella le dió un beso. 


- Si van a besarse toda la película mejor se van - dijo Lucas. 


Simón y Edíca se sentaron sobre en el sofá grande y Lucas se recostó en un sillón cómodo con las piernas hacia arriba y los dedos halaban sus rulos hacia atrás. Siempre hacia ese gesto con su pelo cuando cometía alguna travesura o maldad, como un homenaje a sus perversas desiciones.  


Simón puso la película en el reproductor, y luego de veinte minutos de largometraje, los besos de ambos sonaban como soundtrack de fondo, algo que incómodo a Lucas, y su inconformismo no se hizo esperar. Con la excusa de salir a comprar unos cigarros salió de la casa. 

- Hoy demoraste- dijo Simón.

- Fue culpa de Bernardo - dijo ella. 

- ¿que le pasó a tu hermano?

- Nada, no quería venir. No se lleva muy bien que digamos con Lucas...


- Nadie se lleva muy bien que digamos con Lucas - dijo Simon. 

Edíca rozó la frente de Simón clavándole ternura a los ojos y dejando caer un beso sobre la punta de su nariz.

- Exacto - dijo ella.

- Lucas no es malo, es solo muy engreído y terco. 

La tía Ines había salido cuando ya era de noche y la película estaba por terminar, Lucas no regresaba. Simon y Edíca seguían besándose cuando la película se detuvo y la Luz del techo desapareció de un solo soplido. Un absurdo apagón puso en silencio la casa, y para Edíca no había nada más escalofriante que la oscuridad en esa casona. Simón la tranquilizó y llamó a Lucas, pero esté no le respondía. 


- Ya vuelvo voy a buscar una linterna o algo - dijo Simón. 


La luz de la luna era suficiente para alumbrar el suelo donde descansa la sombra de la ventana, ahí Edíca se sentó esperando a Simón. 

- ¡BU!

Edíca se espantó con la broma de lucas, que se acercó por detrás de ellas encendiendo unas fósforos para alumbrarse el camino entre las sombras del apagón. 


- Eres un gilipollas.- le dijo Edíca usando un lenguaje parecido al de la película de Almodovar que estaban viendo. 


- No te asustes, monga. 


-  Mongo eres tú.


- Te da miedo la oscuridad, pero no te asusta engañar a mi primo y te descubro ¿no? - la voz de Lucas dejó helada a Edica, mientras Simón tardaba.


- ¿Qué estas diciendo? - preguntó ella entre admirada y molesta. 


- Te ví ayer con el pelirrojo ¿quien era ah? Pensé que te gustaba rubios y lindos como yo... 


Edíca se quedó callada mirando a Lucas y ese silencio fue el más dulce que saboreo él. Trató de decir algo, pero no le salían las palabras. Lucas seguía encendiendo uno a uno los fósforos para iluminar, más que la sala, su rostro con una expresión antipática y soberbia, casi tenebroso.  Tenia en los ojos esa mirada de suspicacia arrogante que incomoda a cualquiera, mientras que los ojos de Edica se volvían como los de un gato esperando clavar sus garras en la cara de aquel que lo baña, pero ¿Por qué no se defendía desmintiendo a Lucas? ¿Es que acaso la chica tan dulce como decía la tía Ines, en verdad no es tan dulce?

Las velas se asomaron desde la puerta de la sala en las manos de Simón. Edica corrió hacia él. Simón inclinó la mecha hacia el cenicero, y la cera se precipitó en gotas sobre la superficie para formar la base e instaló la vela.

- No encontré la linterna - dijo Simón. 

Lucas dibujaba una sonrisa torcida sobre sus labios y se halaba el rulo que le caía en la parte de adelante, se lo enredaba en el dedo indice y una vez tenso, lo soltaba. El gesto de siempre. 

- Esperaremos a que vuelvan las luces -dijo Simon sentándose. 

Edíca estaba callada e incómoda desde su pequeña charla con Lucas hace solo unos momentos. 


- ¿Qué pasa Edíca? - preguntó Simon. 


- Es que a mí me da miedo la oscuridad, ya lo sabes. 


- Entonces contemos historias de terror. 


- ¡Callate Lucas! - exclamó Simón. 


- Acaso no has leído que para vencer los miedo es mejor enfrentarlos. Ademas yo conozco buenas historias, y lo mejor de todo es que son ciertas. Hechos basados en la vida real. Vamos será divertido  ¿puedo contarlas Edíca? - dijo Lucas mirando hacia ella.


- No me gustan esas historias, ya lo dije. Simón creo que me tengo que ir - dijo ella.


- Te acompaño.


- No te preocupes puedo irme sola, ya nos vemos luego. 


Edíca se despidió seca y sin gracia de Simon. Parecía que el la charla con Lucas había surtido efecto. La tía Inés siempre supo que Lucas era especial, "Es un loco vivo" decía. 
Jamás dará señales de necesitar algo, porque se cree autosuficiente para conseguirlo. La inteligencia era una de sus virtudes y no dudaba en usarla para maniobrar los sentimientos de los demás, incluso de su propio primo. 

- Debe ser por Bernardo, no quiere dejarlo solo en estos momentos - pensó Simon en voz alta. 


- ¿Qué le pasó a Bernardo? - preguntó Lucas con genuina curiosidad. 


- No... nada, olvidado. 


Lucas sabia que algo ocultó había ahí, lo averiguaría luego. Mientras se fue al balcon del segundo piso a fumar un poco de hierba aprovechando la ausencia de su tía y celebrando su plan exitoso. No solo había apagado las luces, también había apagado la relación de su primo, estaba seguro que Edíca pronto terminaría con él.  



  Por Carlos Gerzon
Instagram: @elchicodelbusblog 

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