LA NOCHE INCOMPLETA



Las agujetas de Sandro se enredaban en sus dedos, el anillo bañado en oro no era de mucha ayuda. Se desprendió paciente de su pesado calzado, y corrió casi poseído a la ducha a charlar con el agua, no eran horas para que el sol despertara. Algo más que el sudor y un sueño poco llamativo provocaban cosquillas sobre su amilanada piel ¿Por qué la emergencia de despojarse de su cálida cama y ducharse a esas horas? 

El otoño, capullo aún, estaba a punto de volar. Sandro cerró la llave de la ducha, la última gota cayó sobre el pulgar izquierdo, estiró un brazo golpeando la mayólica de la bañera con el otro para evitar caerse y cogió la toalla que ya estaba mojada. 

Sus nervios los apagó con el café recién filtrado, su estómago lo llenó con las tostadas de los miércoles aunque era martes; Sandro jamás seguiría la dieta para bajar su glucosa al pie de la letra. Afortunadamente no encontró la mermelada casera que tía Greta quincenalmente colocaba sobre la alacena junto a los espárragos, que claman por ser cocinados pues son un poco alérgicos a las telarañas.

Qué semblante poco favorecedor, ojos chinos, cabello desbaratado hasta la última cana; Sandro es un desorden total, incluso ha llegado a usar la espátula del primer cajón para calmar la comezón en la parte de la espalda que nadie alcanza. 


Si existe un hombre que nunca se sorprende por las nimiedades de la vida, ese era Sandro. Hoy es diferente, hoy esta alerta. Termino su desayuno y lanzó la taza casi intacta sobre el lavaplatos, sopló las trizas de las tostadas restantes que terminaron desmayadas sobre el suelo parquet, cogió el primer diario de la pila de revistas y sobres que el hombre del correo deja al pie de su pórtico; nada mal para un adicto a la televisión que terminaba su secundaria odiando a la profesora Maguiña, una mujer vigorosa que ordenaba seis novelas por semestre ¡Y pobre de aquel que no memorizara la biografía de cada autor! ¡Cero cinco! 

Sus manos mojaban el papel de tintas negras, pegaba las letras pequeñas a sus empañados anteojos que necesitaban el contacto con la franela, volteaba la página desordenando las hojas, su índice tendía a empujar el resbalar del armazón por el tabique. Pelaba las mermas que se desprendían de la parte de la uña que está cerca a la piel, y si sangraban introducía el dedo hasta el nudillo en su boca. Sandro jamás escuchaba las noticias, sin embargo ahí estaba la cajita parlanchina aguardando por electricidad a sus circuitos; colocó las almohadas de su habitación sobre el sofá y la mesita del medio soporto la comodidad de sus pies.

Un botón tras otros sufrían el peso de las yemas dactilares. Cansado del mismo ritual, se puso de pie, dejando caer los periódicos de su regazo. Caminó un par de pasos, no muchos pues el espacio no era grande. Apoyo las manos sobre el barandal separando las piernas,y  robándole a la calle un poco de aire, respiró profundo. Sus pestañas se juntaron para dar paso a un diminuto instante de laxitud. Abrió nuevamente los ojos; el único aire que habitaba en su rostro era el mismo de la mañana en la ducha, extraviado en las escenas de anoche; una noche que apenas acaba de desaparecer con las primeras horas del sol. Aún así depositó su existencia sobre sus jeans y una remera que aún le hacía justicia a pesar de dos años sin usarla y diez kilos de más, e inapetente pisó la ciudad a pasos pausados, sin gracia, sin prisa; mirando las vitrinas de las más prestigiosas tiendas, y curioseando en el puesto de discos.


 ¿Qué rayos le pasaba a Sandro? En qué momento empezaría la jornada de amistades arribando a su departamento barranquino 
¿Donde estaba el teléfono más cercano? ¿por qué no a sus amigos? ¿En qué momento empezaría a fotografiar las costas de Lima con las olas dominadas por los hombres avezados como todas las mañanas? Nada de lo que hacia hoy era igual a todos los días antes de anoche. 

Mientras caminaba, repentinamente un dedo golpeó su hombro y tuvo un sobresalto que lo sacudió en su eje antes de voltear, la conciencia hacía de sus nervios un parque de diversiones. Sudó la gota más helada de todas. 

- ¿Era tan difícil avisar que no venias? - Le dijo aquel que lo saludó por detrás con una voz afónica golpeando el aire tenso que deambulaba en el ambiente.

Un dulce silencio digno de un sordo se dio lugar, Sandro se quedó mudo. En ese momento, un cuadro tan pálido se trazó en todo un segundo en el semblante de Sandro, con sus labios torcidos dejando distancia suficiente entre ellos para que un mosquito entrará y saliera por lo menos unas cincuenta veces. 


La voz que lo saludó es diferente, pero reconocible y muy desinformada. Sandro sacudió la cabeza estiró la sonrisa más simulada y echó sus cerquillos hacia atrás soplando hacia arriba. Se recompuso y respondió al saludo de su amigo.

- Estuve ocupado toda la tarde, desde las seis ¿Te acuerdas que te dije que si lo terminaba llegaría? pues no lo terminé -  Respondió Sandro.

- ¿Era tan difícil avisar que no venias? Te dije que aprovecháramos que Miranda está enferma en la casa, para salir de putas huevonazo- continuó con la voz que se hacía más insoportable en tiempos de gripe.

Sandro, estaba inquieto, deseoso de continuar transitando solo, sin ninguna otra voz que lo atormentará.  Sin embargo, Darío es alguien de quien nadie puede escapar, el más chicle del planeta Tierra. Al escuchar y ver a Dario con la misma ropa de anoche, era evidente que no habia regresado a su casa en toda la noche.

- Tus llamadas las tengo contadas, y pensaba devolvértelas quizá en un par de horas más. No amanecí muy bien Dario, llegué cansado anoche- le respondió Sandro con los labios acalambrados.

- ¿estas con resaca? ¿otra vez borraste cassette? - indagaba Dario d
ejando pasar el sorbo de agua en la botella que tenia en la mano. Conoce hace años a Sandro, y sabe de sus problemas con el alcohol, serios problemas que lo meten en muchos aprietos. Y desde anoche en la fiesta lo sentía extraño. 

- Después de la fiesta me fui a dormir - dijo Sandro. 

- Entonces ¿no borraste cassette? - insistió Dario. 

Sandro no respondió. 

- La verdad es que yo recién iré a mi casa, después de la fiesta, estuve toda la noche en el chongo - dijo Dario con un semblante de hombre aliviado de su libido inquieto, refiriéndose al prostíbulo al que siempre acude con Sandro.

Al escuchar eso, Sandro se tranquilizó y relajó los músculos que arrugaban la piel en su nariz botando una delgada brisa de calma que parecía condenada a permanecer detrás de sus dientes que mordían el labio inferior. Y cuando Darío se levantó de la banca donde estaban conversando, saludando a su vecino que pasaba por allí, Sandro aprovechó ese movimiento y como táctica de guerra se despidió atolondrado casi corriendo perdiéndose entre la multitud caminante de la mañana. Aún estaba a tiempo de regresar a la noche incompleta, y terminar lo que no pudo. Tenia que ver a Miranda antes que Dario. 


Corrió y corrió.  Sus ojos tenían la evidencia de la noche: rojos, caídos y con sueño, pero también con temor a dormir. Después de tanto correr, con la cabeza llena de ideas drásticas, llegó a la puerta de la casa de Darío, una que este nunca asegura después de salir, especialmente anoche. 


La misma puerta que Sandro cerró la noche anterior antes de regresar a su casa, cuando buscaba a Miranda. Ingresó temblando y una vez dentro su llanto se manifestó a flor de piel; desgarrador sonido el de su garganta tratando de no expulsar los gritos que buscaban libertad desde que despertó empapado en algo más que sudor esta mañana. Cayó de rodillas y se abrazó así mismo arañando sus codos y luego jalando sus raíces capilares desesperadamente. Luego se sosegó, agarró valor y se puso de pie mientras caminaba por la casa de Dario y Miranda, lento y cauteloso como a paso de soldado sobre campo minado. Subió hasta el segundo nivel y el final de las escaleras le daba la bienvenida con un charco rojo y el cuerpo inerte de Miranda que abandonó anoche. 

  Por Carlos Gerzon
Instagram: @elchicodelbusblog 

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