LOS GUAPOS NO NECESITAN GEL


Anoche todo se veía desenfocado. Los colores verdes y morados de las luces en la disco estaban tomando otras formas, y la conversación con otro tipo más borracho que yo me detuvo antes de irme con mis amigos a la casa de la playa donde estabamos por todo el fin de semana.

Al final de la barra había dos shots, un poco de sal y solo un pedazo de limón, el cual compartimos.  Su camisa era de marca, se notaba que la cantidad de cuotas que tuvo que pagar con la tarjeta de crédito por todo su outfit era cero. La música estaba alta pero mis oídos solo detectaban los decibeles de su voz. 

Probablemente me dijo su nombre pero no lo recuerdo, y eso es raro. Cuando alguien que me interesa me dice su nombre es seguro que no lo olvido.  Sus zapatos eran de temporada, se veían bien que quería ponérmelos. Creo que le mencione en algún momento que se los quitara para probármelos, lo más seguro es que se los haya quitado e intercambiado zapatos en algún momento. Así de borrachos estábamos. 

Sentía que en mi cabeza danzaban esos bailarines de música negra que zapatean el piso. Un centenar de ellos danzaban sobre mi cráneo porque me daba vueltas y me sentía aturdido. Alegremente aturdido. 

Él seguía hablándome y yo seguía atendiéndolo. Ya no había mucha gente, mis amigos se habían ido. Sus ojos parecían sacados de un libro, esos libros de literatura romántica con ilustraciones en blanco y negro. Su barba estaba cortada pero si ningún centímetro de error.

Lo que más me gustaba era la protuberancia que ascendía por encima de sus cejas, más arriba de la frente. Era su cerquillo largo pero estaba elevado de manera que su peinado fue lo primero que llamo mi atención cuando lo conocí.

Comprar una ronda más de tequila, innecesario pero le daba a las últimas horas de la madrugada ese sabor a intriga y curiosidad. Porque eso es lo más maravilloso de la curiosidad del ser humano, que siempre vas a tantear el terreno antes de atreverte a ver qué pasa. 

Vas probando, como cuando metes el dedo pulgar a la piscina para saber si esta fría y una vez que ya te das cuenta que todo está bien con la temperatura, te lanzas y eres feliz bajo el agua.  Eso es lo que yo buscaba: estar seguro de saber a dónde me estaba metiendo.

“Por qué has venido sin peinarte” – me dijo a la vez que sacudió mi cabello de un palmazo como en señal de aprobación por la elección de mi peinado. Él estaba tan ebrio y entró en confianzas conmigo repentinamente. 

“Hay días como hoy que no lo hago por pereza, mi cabello es rebelde”- le dije entre risas y alejando su brazo que intentaba sacudirme el cabello nuevamente.

“Eres gracioso, te ves gracioso” - me dijo, tomo el shot y lo alzo-  “salud”.

“Salud!”

Su mirada era de esas que te hablaban cosas que su boca se negaba a decir. Me habian dicho que los argentinos estaban obsesionados con su imagen pero este tenia una naturalidad que lo hacia más que atractivo: un objeto del deseo. Heterocurioso, es la primera palabra que rozó mi mente que apenas rozaba los limites de la lucidez. 

Brindamos y justo antes de llevarme el shot de tequila a los labios, unas uñas largas y que habían pasado horas por el manicurista detuvieron mi mano y me arrebataron el trago. 

¿Quién era? Cabello con californianas ya pasadas de moda y un crop top que no le hacía justicia a las lonjas que no habían ido al gimnasio esta semana. Una chica se acercó a él prácticamente haciéndome a un lado como un estorbo que fácilmente puedes mover de tu camino.

Entonces me percaté que no solo quería quitarme el tequila sino también la compañía.  Se interpuso entre mi nuevo amigo y yo, y brindo con él. Usando mi shot de tequila…

Continuará.

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