LA PRIMERA CANCIÓN QUE CANTAMOS

Yo sé que una esquina no es el lugar más romántico, pero allí te vi por primera vez. 
No era tarde ni 28, sin embargo yo estaba nervioso mirando el reloj, 
la lluvia venia contigo una noche de mayo. 
Y antes que me mirarás yo te vi a ti primero. 
Vi como me buscabas. Entonces tuve valor para acercarme. 

El saludo fue rutinario, pero las sonrisas sinceras. 
Tú me sonreías y yo me sonrojaba. 
Prendimos un cigarrillo que luego se convirtieron en dos. 
Conversamos cosas tan sencillas como el clima, el papa y los impuestos.

La Estrella y la luna estaban arriba de nosotros. 
Yo tenia que irme rápido y tu también, 
entonces nos prometimos un segundo encuentro. 
Yo pensé que ese era tu pretexto para desaparecer. 
Y me diste un beso en el cachete al irte. 

Al día siguiente detrás del tiempo me instalé, 
escondiéndome de mi celular.
No quería ver el espacio en blanco de tu mensaje. 
Sin embargo, ahí estaba. 
No era un espacio en blanco era la promesa cumplida. 
Nos volveríamos a ver.

En la noche iriamos a bailar. 
Porque el mejor lugar para mí es una pista de baile 
y pronto descubriría que también era el tuyo. 
Tú me bailabas y yo te seguía.

Creo que esa chispa de la que todos hablan 
se dio cuando conversábamos a espaldas del ruido: 
Tienes talento y cultura, manos bonitas y estudias francés. 

Vi en tu mirada ese interés que me animó a arriesgarme. 
Solo teníamos ojos para nosotros. 
Éramos lo único esa noche.
Y poco a poco se escribía un cuento de hadas sobre nosotros. 
Estaba escrito.

Una vez leí que cuando ocurre un hallazgo inesperado y maravilloso
sin haberlo buscado se llama serendipia, eso fue. 
Encontrar alguien bueno sin siquiera buscarlo. 
Se siente tan bien como un domingo por la mañana sin resaca.

Allí en medio de la gente que también bailaba, 
el beso en el cachete se movió unos cuantos centímetros hasta tus labios. 
Bailando el primer vals de muchos. 
O al menos así lo esperaba yo. 

Esa noche, la primera noche, fue demasiado perfecta. 
Dile al sol que no salga aun, te pedí. 
Porque aquella noche tuvo el mejor de los finales. 
Cantamos la primera canción. 
Una historia nueva estaba a punto de comenzar, 
y yo deseaba que no fuese viejo cuento más.

Luego de esa noche llegaron días bonitos.
Paseos cortos pero intensos.
 Besos al aire libre y risas que ni yo mismo conocía 
¿Me enamoré en tiempo récord?

Algunos días pasaron y por razones desconocidas del universo,
 dejamos la emoción de los primeros días. 
Dejé de tener noticias tuyas, 
como cuando alguien se va a una guerra en la antigüedad y no sabes que sucedió.
No había ni una botella en la orilla del mar con tus mensajes. 
Te espere en los muelles, San Blas y otros más.

Si hice algo mal, debí comentarte que suelo meter la pata. 
O quizá no era yo sino tú. Pero como puedo saberlo si no te comunicabas
¿Dónde estarás?
Extraño que explotes de risas con mis ocurrencias y tus anécdotas desde Tokio. 

Dicen que dicen y anuncian que existe otro en tu corazón. 
Esa fue mi mayor sospecha. Y la piel y la mente se despecha. 

Todo este viejo cuento de dos personas 
que se conocen una noche la cual siempre es mágica, 
pero cuando suenan las campanas y todo vuelve a ser como antes, 
es verdad. 
LITERAL, TODO VUELVE A SER COMO ERA ANTES. 

Tengo tantas cosas que contar. Acércame a tu pelo.
Las canciones de la oreja tienen otro sentido hoy. 
Todas me recuerdan a ti. 
Ayer pasé por esa esquina donde nos vimos la primera vez, 
me fumé un cigarro esperando que pasaras de casualidad…  
Pero no vino nunca no llego.

Entonces recordé la primera canción que cantamos la primera noche:

“Corre déjalo atras no busques la razón… 
no dejes que te atrape a ti… 
huye de esa obsesión… Despiértate! Olvídalo! 
Aquello nunca sucedió. Todo fue una ilusión. 
No, no es verdad. Todo es un sueño, pero es real. 
Dímelo tu, reina del mal… cuando yo voy a despertar?”  

¿Acaso se trataba de una premonición de como acabaría esta historia? Parece que sí. 

Yo esperé con mi carita empapada a que llegaras con rosas
o con mil cosas que decirme. 
Pero no tengo nada más que silencios. 
No sé si aún me recuerdas, nos conocimos a tiempo. 
Aquella noche que fue como una noche de año nuevo, 
donde vi sin esperarlo muchos fuegos artificiales. 

Supongo que no debo seguirte como el mosquito más tonto de la manada.
 Supongo que ya no debería decir más. 
Supongo que todo eso que necesito oír para dejarte ir
debo interpretarlo con los silencios de tus mensajes.   

Me callo porque es más cómodo engañarse. 
Me callo porque ha ganado la razón al corazón.
Y tengo que dejarlo ir 
porque es de mala educación esperar
lo que no se detiene a pensar que lo estás esperando.

Repito, si me equivoqué entiendo que te fueras
y ahora pago mi condena. 
No me pidas que vuelve a vivir igual a antes de conocerte. 
Sin tus estrellas, sin tu voz, sin tu dulce locura, 
me vuelvo pequeño y menudo.

Vuelvo a casa perdido y solo otra vez 
porque no he dejado de pensarte. 
La vida pasaba y yo sentí­a que me iba a morir de amor. 
Pero luego te encontré esperando en mi portal
 sentado en el suelo esperando para decirme la verdad:

No eres tu, soy yo. 

De repente entre nosotros 
apareció un mar inmenso y ancho lleno de millas de distancia.
La verdad había salido a la luz. 
Te marchabas y esa era una de las razones.

Encontré algo bueno sin buscarlo y lo pierdo sin quererlo
¿Cómo se llama eso?

Por Carlos Gerzon