EL CHICO DEL BUS Cap. #05 EL POSTRE O EL VINO



Faltaba un par de minutos para las seis de la tarde, y mi computadora ya estaba apagada. Mi expectativa se disparó como el azúcar en una persona con diabetes. La idea de una primera cita con H tenía a mi cabeza en otro planeta. Mi concentración estaba en la camisa que me pondría, el perfume que usaría, y en decidir qué peinado me quedaría mejor. 

H y yo estuvimos escribiéndonos todo el día. Entre emojis y audios acordamos que él me esperaría a las ocho de la noche en el mismo lugar donde siempre ocurren las primeras citas. Es mi lugar favorito en Lima cuando quiero perderme en mis pensamientos.

Hay evidencia suficiente para recordar que esta no es una cita convencional. Todo es parte de una fórmula nueva y, aunque suene a cliché, se parece a la magia.  Desde la mirada en el bus, hasta el boleto con su número telefónico ¿Quién hace eso hoy? 

Me siento especial. Y no me avergüenza decirlo. Me siento único ahora mismo. No a todos les suceden cosas como esta. Es mágico y destinado, nada mejor que esas dos palabras para sacarte una sonrisa mientras te miras en el espejo del ascensor. Y a su vez, no hay nada peor que esas dos cosas para que mi generador de expectativas se ponga en marcha. Y hasta ahora no sé cómo detenerlo.

Todo estaba armado por el universo, ese día que hablamos por primera vez en el bus,  se alinearon los planetas.  Y no estoy hablando de almas gemelas, al contrario, yo siento que somos diferentes. Aunque tenemos algo en común: un nivel de cordura muy bajo. 

No nos importa decir cosas tal cual las pensamos. Sin adornos ni filtros. Sin miedo a quedar en ridículo o peor. No nos interesa que nos miren con cara de desaprobación. No nos gusta la rutina, ni lo convencional. No seguimos muchas reglas, y rompemos más de una. La sociedad tiene las suyas, nosotros tenemos las nuestras. 

Llegué a mi casa en taxi, dejé de lado los buses porque el tiempo me quedaría corto. Me sumergí hasta el fondo del closet buscando algo que represente lo mucho que me encanta esta situación. Dos camisas y un pantalón eran mis opciones. Un blazer me hará lucir como alguien mayor y quiero verme más joven que él. Elegí la camisa blanca y un cárdigan que uso rara vez. Me miraba desde el perchero. Finalmente me decidí por una bomber jacket que compré hace poco y aún no estrenaba. 

Me gusta el olor de Tommy pero no hay nada como un Dolce. Rocié el perfume por mi cuello y un poco en las manos. Mientras mi mente corría más rápido que el reloj. Me adelantaba mucho hacia el futuro formando expectativas y me es inevitable imaginar escenarios. Este pensamiento siempre me invade en una situación como esta. Es como dejar la puerta abierta de noche y entran todo tipo de monstruos como los que se esconden bajo la cama.

Afortunadamente he aprendido a reconocer estos momentos. Y sé que 'en caso de emergencia: rompa el cristal'. Necesito los consejos de mis amigos. Necesito a los “cupcakes”. 

Así nos hacemos llamar un grupo de amigos del colegio. Son mis mejores amigos. Puedo confiarles cosas muy personales. Ellos están acostumbrados a mis situaciones inimaginables y mis metidas de pata. Siempre aparezco con una historia bajo el brazo en cada reunión. Sin embargo, la historia del chico del bus me da miedo proliferarla. Aún no se las he contado, porque sé que no estarán de acuerdo en que salga con un desconocido. 

Todo el mundo es desconocido…

Llamé a uno por uno en orden aleatorio. Todos llenos de sermones pero cuando se dieron cuenta que no podían detenerme empezaron con los consejos… los cuales ya los tengo memorizados: 

“No hables de más” 

“Cuidado con tomar de más”  

“No te beses en la primera cita” 

“En la primera cita está permitido dar al menos un beso, pero solo uno, y siempre esperar a que te lo roben, no pedirlo ni iniciarlo ¡Robado o nada!” 

“Si de casualidad te invita a su casa a tomar un vino: NO VAYAS”  

Con toda esta información, me ponía aún más nervioso, hasta las manos me sudaban. Sin embargo, ellos no saben que H tiene un arma letal e impecable que puede hacer que todas las teorías y consejos dejen de funcionar en segundos: su mirada. Con eso podría convencerme de lo que fuere. Podría tenerme como plastilina en sus manos si usa ese recurso. Él sabe cómo elevar mis pies del suelo y bajar todos mis instintos. 

La camisa elegida me quedaba grande y ya iba siendo hora de salir.  Mi mente seguía flotando como un globo de helio suelto en el cielo, y si seguía suspirando como quinceañera era probable que del desagüe de las calles y de los árboles de la alameda comenzaran a salir pájaros y ratas para ayudar a vestirme. Así me pongo. Como un tonto. 

Mi celular comenzó a sonar, con mensajes de H. Aún no habíamos decidido qué haríamos exactamente después de ir a mi lugar favorito. H quiso prever esto y me preguntó algo que quizá pudo distorsionar mucho la situación en la que me estaba metiendo. 

“Estaba pensando en que sería buena idea ir a cenar algo en mi casa después de Barranco” - dijo H en uno de sus mensajes. 

La idea me gustó porque H mencionó que sabe cocinar y en nuestras primeras conversaciones propuso cocinar algo para mí en la primera cita. Bueno, al parecer no estaba bromeando. ¿Que más sabe hacer? Estoy deslumbrado como un niño que mira el cielo del primer día del año mientras explotan los fuegos artificiales. H sabe muchas cosas y está lleno de sorpresas y detalles. 

Nuevamente recurrí al consejo de brujas: “los cupcakes” para contarles sobre esta propuesta. Es evidente la reacción que tuvieron mis amigos, yo mismo hubiera reaccionado si me contasen lo mismo. 

“Ponte una cereza en la cabeza porque serás el postre amigo” dijeron todos al unísono.

El taxi ya llevaba diez minutos esperándome. Bajé las escaleras a velocidad luz.  Mientras estuve en el taxi H me escribió.

“Espérame en el medio del puente de madera”

Y así lo hice.

La vista desde allí es hermosa y de noche todo tipo de personajes se dejan ver. Pernoctan hippies que hacen y venden pulseras de rafia y collares de materia prima marina. Algunos te ofrecen lectura de cartas y manos, se te acercan y no puedes evitarlo. 

Uno de ellos se me acercó y murmuró a mi oído:

“Vives esperando mucho de las personas”. 

Su cara me provocó miedo, pero sus palabras aún más. Una señora que vendía golosinas al lado me dijo “Este loco dirá lo que sea para que le pagues por leerte la suerte, sigue tu camino jovencito”

Me alejé un poco, pero el chico de cabello afro y ojos azules con su acento español insistía en leerme la mano y dijo: 

“Esa persona que tú esperas va a traerte algo” 

-          ¿Qué cosa? - Le dije automáticamente. 

“Problemas”.

Retrocedí sin querer para irme a esperar a H a otro lado pero de repente todo se oscureció y el miedo recorrió mi espalda. Lo primero que pensé fue : Me van a robar. Esto es un asalto y si hago algún movimiento en falso pueden hacerme daño.  

Y antes de que mi corazón saliera del pecho, lo escuché: 

- Sorpresa - dijo H sacando sus manos de mis ojos. 

Volteé y casi lo empujo del puente por el susto que me hizo pasar.  Él solo reía porque le gusta eso: verme nervioso cuando estoy a su lado como aquella vez que tropecé encima de él en el bus. 

Seguía riéndose, parece que le gusta ver que las palabras no me salgan sin previo tartamudeo. 

El gitano seguía haciéndome señas mientras caminaba con H hasta el otro lado del puente. Lo miré de reojo y seguí caminando. 

No me costaba trabajo conversar con H, la conversación fluía como un caño abierto que se olvidaron de cerrar e inundaba todo a su alrededor. Me hacía reír y yo a él. El cielo estaba vacío, no había luna ni estrellas, solo una inmensa noche oscura.

Hablamos del clima y las calles que había visitado. Sus planes para el fin de año y los míos aún sin fecha. Pero hay algo que quise saber y no me pude contener:

-         - ¿Hace cuánto que sabías? - le pregunté directamente e interrumpiendo lo que él en ese momento me estaba contando. 

-          - Desde que te vi, lo sabía. 

Sonreí y le hice una pregunta aún más osada.  

-          - ¿Por qué demoraste tanto en hablarme?

Hubo un silencio. Estábamos en un mirador debajo del puente, oyendo cómo rompen las olas en el fondo oscuro. Se quedó mirando fijamente la cruz del morro y me dijo, con esa sonrisa que poco a poco se iba convirtiendo en su firma. 

-          - ¿Por qué no lo hiciste tu primero?-

Buen punto. 

A veces tendemos a ser egocéntricos. Esperamos las cosas porque creemos que así debe ser. No todo siempre tiene que funcionar como nosotros esperamos o queremos. Eso sería capricho. 

Nos reímos un rato mientras mirábamos a lo lejos, hacía mucho frío, y yo estaba tan nervioso porque cada vez más se acercaba el momento. Poco a poco las palabras empezaban a sobrar. Por el frío o por los nervios mis dientes castañeaban tan rápido que parecía una máquina de escribir. 

- Está haciendo más frío -  dijo H, y mientras lo decía, acomodó sus brazos sobre mí desde atrás, y de repente en lugar de frío, mi temperatura subió, hasta sonrojarme. Su abrazo hizo efecto de inmediato. 

Hace tiempo que no me sentía especial. Volver a salir con chicos es todo un ritual en el que muchos ya no creen. Esa sensación de sentirte lo único importante en ese momento para alguien más, es de las mejores sensaciones del mundo. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste especial? ¿Con quién? Las preguntas que me hice a mí mismo solo me demostraban que estaba indefenso, que si H quisiera podría hacer conmigo lo que deseara en ese momento…

El frió se puso insoportable. 

     - Vamos - me dijo. 

Mientras me frotaba los brazos con sus manos para que su calor permaneciera un rato más en mí. Me miró fijamente, la misma mirada del bus, esa que tiene múltiples significados, me agarró de la mano y su cara quedó delante de la mía, sus ojos de color parecido a la miel, empezaban a endulzarme.

- ¿A dónde quieres? - preguntó H.

Eran cerca de las once de la noche y podíamos amanecer conversando. Sin embargo, el frió nos hizo replantear las cosas, pero su voz denotaba que la cita no había acabado aún, ni estaba cerca de hacerlo. Entonces hizo la propuesta que todos me advirtieron que llegaría.

-                          - Puedo cocinar una lasagna en minutos. Es buena para el frío - incluía su propuesta. 

Todo este cuento de hadas, empezaba a oscurecerse y del castillo encantado mi mente se tele transportó al bosque oscuro donde criaturas hambrientas andaban sueltas. Recordé lo que mis amigos me dijeron: “serás el postre”.

      H notó la duda en mi cara.

- Por favor no vayas a pensar lo que no es - Se apresuró en decir.

De una cosa estoy seguro, nada garantiza que salga con mi dignidad completa de ese departamento, sin embargo me pregunté a mi mismo:  ¿Realmente importa? 

Es lo que supuse desde un principio y la verdad es que él despierta en mí diversos pensamientos, tiernos y húmedos. Me gusta como persona y como hombre. Es sexy.  Pero no quise ser ese tipo de chico que uno se lleva a casa en la primera cita.

Sin embargo, si no voy estoy seguro que estaré arrepentido y que no habrá forma de volver en el tiempo para saber qué hubiera pasado si…

Él tenía la certeza de que estaba a punto de decir “No”, miré mi celular para ver la hora y poder decirle, efectivamente: No. 

Miré hacia abajo tratando de pensar en una mentira para irme. Sin embargo, cuando empecé a deletrear mi excusa, su boca corrió hasta la mía a 200 kilómetros por ahora, más rápido que un bus, e  impactó de tal manera que mi cuerpo entero se convirtió en un airbag que suavemente lo recibió y se dejó desfallecer sobre sus brazos tatuadosCerré los ojos y sentía que su boca dibujaba mil proposiciones en mis labios. Este primer beso, fue todo lo que soñaba: robado e inesperado.  

No puede tener malas intenciones, pensé. Todo depende de mí, yo decido qué tan lejos puede llegar, hasta ahora solo ha llegado a mis labios y ha sido una experiencia casi religiosa.

La cuenta regresiva del semáforo terminaba y estaba a punto de ponerse en verde,  su camisa entre abierta me dejaba ver el tatuaje de las estrellas. H detuvo un taxi, me miró y con sus ojos entendí lo que quiso decir: “¿Nos vamos?”

Lo miré y pensé, si voy será solo por una copa de vino y ya, nada más.  En eso recordé lo que dijeron mis amigos sobre “ser el postre”. 

Debo ser como el vino, mientras más se hace esperar, es mejor. ¿O debería ser el postre? Solo subir a ese taxi significaba ponerme la cereza en la cabeza. Era prácticamente aceptar las consecuencias. 

H empezaba a gustarme, y temo ser solo un pasatiempo casual. Pero también existe la posibilidad de que algo lindo surja a partir de esta noche. Tendré que arriesgarme. 

Él no se mostraba impaciente, y esperaba mi decisión con la puerta del taxi abierta. Solo dos opciones sí o no. Lo miré una vez más a los ojos para terminar de convencerme, y así, olvidando todas las teorías y consejos, mi respuesta volvió a ser la misma que anoche en la ventana del bus: 



“Sí”. 



Leer Capítulo VI: El selfie y el espejo roto

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