EL CHICO DEL BUS Cap. #06 EL SELFIE Y UN ESPEJO ROTO




He revisado dos hasta tres veces el calendario, no está equivocado, han pasado seis días. Y cada cinco minutos reviso mi celular, pero no hay mensajes de texto ni de voz ni llamadas perdidas. H no está. Ha desaparecido como un conejo en el sombrero de un mago. Como si todo hubiera sido parte de un buen truco de magia. 

Hay llovizna afuera en las calles y también corriendo por mis mejillas. Según los noticieros hoy es el día más frío de la temporada, debe ser algún error, el día más frío de este invierno fue la mañana siguiente a aquella noche con H en su departamento.

¿Por qué me cuesta creer lo que está sucediendo? Siento que hay una explicación, pero al mismo tiempo dentro de mí lo sé.

Sé que lo que está sucediendo era una de las posibilidades.  Haya o no explicación a la ausencia de H, el daño ya está hecho, porque he permitido que esto me afecte como un misil disparado directo a la sien haciendo volar mis sesos, pensado y pensando; y llego a la misma interrogante: ¿Por qué? 

¿Por qué H ya no me escribe?

Quería lo que dura una noche. Una anécdota más para sus conversaciones. Y yo sabiendo este juego de memoria, siento que he perdido. Me hubiera gustado ser yo quien desaparezca y no él. He jugado con fuego. Esta fábula tiene una moraleja aburrida, creo que amerita una lección diferente. 

Mis amigos tenían razón, rompí todas las reglas e hice exactamente todo lo contrario a lo que advirtieron. Solo fui el postre que se comen después de la cena, y finalmente H me está haciendo sentir como un sentimiento de culpa, como cuando estás a dieta y tienes la necesidad de ir al gimnasio a quemar las calorías que acabas de consumir. Deshacerte de la grasa… algo así se siente. 

Si existe una explicación ya es tarde para darla. Una vez más esperé mucho de un hombre. Creí distinguir al buen chico del patán hijo de puta que solo deja otra cabeza hueca con ideas fantasiosas, el corazón roto y mi ropa interior como un trofeo en el fondo de su walk-in closet.  

Así es la vida, está llena de buses.  No debí dejar que me atropellara con su mirada misteriosa y encantadora. Me dejé ver la cara, y algo más.  H supo jugar con mis emociones y mis piernas en diferentes posiciones. La botella de vino sirvió para aderezarme y un “Me gustas” de su boca fue la pimienta al gusto. 

¡Diablos lo sabía! Desde el inicio. Desde el primer bus hasta el número telefónico anotado en un boleto. Todas esas señales, todos esos caminos no llevaban a Roma, solo a su cama

Luego de esa noche, el camino a casa después del trabajo volvió a ser el mismo. Una rutina necesaria, pasajera y ordinaria. Solo subían personas de siempre, sin un misterio detrás de sus miradas.

Una semana después, me desperté más temprano que de costumbre. Caminé hacia el paradero del bus para ir a la oficina, y me encontré con A, el chico de la secundaria (el otro chico del bus)

La última vez que lo encontré en el bus, no me atreví a saludarlo, esta vez no tendría dudas en hacerlo. Estuve tan triste estos días que necesitaba pensar en otras cosas, en otra persona. No importa sin es un recuerdo del colegio. Prefiero eso a pensar en todo lo que tenga que ver con H.

-        ¡Hola! ¿Qué tal? -  Me senté a su costado sin antes fingir un gesto de sorpresa.

A, siempre con una cara de buena gente, se acomodó en su asiento para hacerme espacio y respondió el saludo con esa sonrisa que parece no envejecer. Su lunar era inconfundible y perfectamente colocado bajo el ojo izquierdo. Sus cabellos encrespados se dibujan en siluetas con la luz del día que entra por el vidrio y su sonrisa puede derretir la mantequilla congelada al calor de la lumbre.

Nos dimos un apretón de manos y un breve periodo de silencio incómodo invadió nuestro alrededor.  A y yo nos conocemos vagamente. Por ello, hoy somos prácticamente dos extraños. Solo hablamos un par de palabras en la secundaria hace ya diez años. Es más, me parece que solo hemos hablado tres veces en la vida, y siempre oraciones cortas. Luego de algunos minutos de conversar y algunas risas nostálgicas me preguntó:

-        Disculpa ¿Cuál era tu nombre? – preguntó A y al hacerme esta pregunta se notaba el sentimiento de culpa en su mirada.

No recuerda mi nombre. Lo entiendo. Y no tendría por qué recordar mi nombre. En cambio, a mí hace años, con solo escuchar el suyo se me escapaban unos cuantos suspiros.

Le dije mi nombre rápidamente y sin importancia, para frenar sus nervios y su incomodidad. Para equilibrar la cosa le pregunté lo mismo…

-        ¿Y tú? Creo que te llamas…

Me respondió casi al instante, luego nos miramos y él agregó:

-        Estamos a mano.  

Y se desataron unas cuantas risas entre ambos.

Sé lo que están pensando. No entienden la historia de A. Pronto la entenderán. A merece un capítulo aparte.

Aquella mañana mientras el bus nos llevaba a nuestros trabajos, A y yo conversábamos del colegio, de los profesores, de la gente que probablemente ambos conocíamos. De sus tiempos en la escolta y mis días en la banda. Cuando me di cuenta me había pasado la parada del bus cerca de mi trabajo, me despedí con prisa.

Hay ratos en que tengo la mala costumbre de pensar o creer que mi lenguaje corporal expresa mucho mis emociones, y no quiero que piense nada raro de mí. Por ello me despedí sin ninguna gracia o algún gesto que me delate. Fui frío y cauteloso.

Bajé tan deprisa del bus que no pude darle mi número cuando me lo pidió como una mera formalidad. Ahora cuando ves a alguien después de años, intercambias números, es casi como un protocolo.  

La mañana pasó lenta. Mía me enviaba mensajes de texto tratando de levantar mis ánimos. Cerca a las once de la mañana me escribió nuevamente y dijo tener una propuesta para mí. Así que quedamos en almorzar juntos en el restaurante de pastas cerca de su oficina.  

-        Quiero enseñarte algo -  me dijo apenas me vio entrar al restaurante. 

-        Cuánto misterio -  le insinué.

Empezó a contarme sobre una amiga que solía trabajar con ella el año pasado, y que de la noche a la mañana renunció a un buen puesto y buen sueldo para dedicarse a lo que siempre había deseado hacer: crear su propia marca de ropa. 

Mía me contaba entusiasmada sobre el exitoso negocio de aquella amiga. La ropa es moderna, al ritmo de las últimas tendencias y sobre todo de buena calidad.  Se encontraron hace poco y mientras tomaban un café, esta amiga le comentó a Mía la necesidad de contratar un staff a cargo de la publicidad. Un fotógrafo y una modelo.  Mía nunca había sido modelo, pero no es la primera vez que se lo proponen. Cuando su amiga se lo propuso, aceptó encantada, solo faltaba el fotógrafo. 

Mía se quedó callada un rato y me miró fijamente. Yo la miraba con cara de preocupación, hasta que finalmente ella me confesó que me propuso a mí como fotógrafo. Hace mucho tiempo que no hago fotos, pero siempre estoy dispuesto cuando se trata de algo que despierte mi interés. 

-        La sesión es la próxima semana. Romina ya tenía un fotógrafo, pero canceló ayer y me llamó hoy. 
-        ¿Quién es Romina? - le pregunté.
-        Romina es la dueña de esta marca, mírala aquí está. 

Mía entró a su instagram y comenzó a deslizar sobre un perfil.

Romina es un mujerón. Una chica muy guapa y sus fotos por todo el mundo son espectaculares. Aunque abusa mucho de los filtros.

Mía estaba emocionada, nunca le habían propuesto ser modelo de un catálogo, estaba como loca buscando un look que ya había visto en el instagram de Romina.

                Al ver a mi amiga emocionada, me contagió. Me gusta la fotografía y sé que puedo hacer un buen trabajo con la marca de su amiga. No tiene ni un año, pero al ver su web supe que el potencial es grande. 

-        Sabes amiga, necesitaba esto, una distracción - Le comenté.
-        Entonces ¿Aceptas?, si dices que sí ahora mismo le mando un mensaje - Intervino Mía emocionada.
-        Pues dile que ya tiene fotógrafo.

Mía envió un mensaje a su amiga Romina casi al instante de haber aceptado su propuesta.

Dice el dicho: “lo que es tuyo, aunque te lo quiten”. Y también hay una frase que la gente siempre usa después de una resignación: “Todo pasa por algo”. Sin embargo, no sé qué refrán podría clasificar el momento en que, revisando las fotos de esta chica, encontramos una en que Mía detuvo su dedo y permanecimos quietos contemplando desde todos los ángulos para no equivocarnos.

Mía también lo reconoció tan rápido como yo. 

-        Espera. Esta cara yo la he visto antes – dijo ella.

Mía y yo frente a una pantalla de celular observando una foto. En la imagen: Romina sostiene la mano de alguien, con las caras pegadas frente a una playa de mar azul. El brazo de él estirado para tomar la selfie y su mirada a la cámara me dio la certeza. Esos ojos los he memorizado. En la foto se asomaba unos dos centímetros del tatuaje de estrella fuera de la camisa. La barba y el lunar del cuello estaban allí, no había dudas. 
                                                                                                                                                     
Mía estaba en shock. Me miró con cara de angustia y cierta pena. Yo me quedé inmóvil y no escuché nada más que dentro de mí el sonido que hace un espejo al romperse: así suena la desilusión. Se sintió como un hechizo que acabó. Como un despertador que suena incasable para interrumpir y despertar de un sueño.

En ese momento me di cuenta que me había enamorado. 

Vimos la siguiente foto: Romina dándole un beso y en la descripción dicta: “Un mes más contigo”. Subido hace seis días. Ahora todo tiene sentido.



                Es H y su novia. 

Continuará... 


Leer Capítulo VII: Las estrellas que me hizo ver

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