EL CHICO DEL BUS Cap. #12 SOPA DE LETRAS


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Después de encontrar a H en grindr, mi mecanismo de defensa bajó la guardia y mi mente, que había sido fuerte e indiferente durante todo este tiempo, volvió a pensar incesantemente en él.

A veces pecamos de estúpidos. Olvidamos fácilmente los malos ratos y agigantamos aquellos momentos bonitos, a pesar de que estos son cortos y muchas veces falsos.

Al acostarme supe que no sería una noche fácil. Pensamientos y recuerdos impedirían conciliar el sueño. Tengo momentos en que lo odio y tengo otros momentos en que no me importa lo que sucedió la última vez que lo vi. Me dan ganas de perdonarle todo. Solo quiero que me busque, no quiero que ande buscando otros chicos en un app. Me invade los celos y la rabia. Mi cabeza esta hecha una sopa.

Me hubiera gustado mucho que me busque solo a mí. Y escuchar su voz sexy diciéndome “No reniegues G” (Él pronunciaba la letra G en ingles). H me decia: "Si tu me llamas H (pronunciándolo "hache") yo te llamare "G" ( pronunciando en ingles "gi")

Aquella última vez que lo ví, cuando salí de su departamento, supe que no volvería a verlo. Mientras esperaba mi taxi, borré su número para no caer en tentación de escribirle. Porque me conozco, y sé que intentar no escribirle va ser tan difícil como la dieta de verano.

 Aquella noche de octubre fue espeluznante. Nuestra última conversación fue tan accidentada, mientras teníamos sexo yo le decía todo lo que pensaba de él en su cara llena de placer y cinismo. La forma en que se despidió fue algo que no voy a olvidar.

Al final de ese año dejé de trabajar en la empresa cerca al paradero donde lo vi más de una vez. Cuando caminaba por las noches por esas calles pensaba en él. Si lo sé, soy un pelotudo. Se acercaba navidad y esperaba un regalo más en el árbol. Uno con su inicial. Con un boleto de bus y un nuevo mensaje anotado.

El verano comenzó y manejar hacia el sur para despejar mi mente se convertía en mi pasatiempo favorito. Veía las parejas felices en sus autos, cantando canciones en voz alta y tomándose selfies. Yo quería ser una de esas parejas. Pero me falta algo: él.

Para cortar de un solo tiro esa nostalgia, usaba las palabras mágicas que H me dejó en nuestra última conversación: “Toma tu taxi y vete”.

Esa forma de echarme de su casa fue humillante. No me explico cómo pude dedicarle tanto de mí. Saque tiempo de donde sea para pensarle, incluso los segundos que pasaba en el semáforo en rojo cuando manejaba.

¡Le dedique mis semáforos en rojo!

 Pasaron varias semanas y él no me buscó. El verano derretía poco a poco su recuerdo como un helado de menta, mi favorito.  Cada vez que estuve a punto de recaer y buscarlo, recordaba palabra por palabra esa frase al despedirme, y me sentí mejor sabiendo que tuve la voluntad de dejar esa droga humana. Supe evitar aquel círculo vicioso de los mensajes de texto.

Yo estuve decidido a ignorarlo si es que H decidía volver. Pero muy en el fondo ansiaba ese mensaje con su regreso. A veces me pasaba noches imaginando lo que me diría…
“Discúlpame he sido un imbécil, te extraño G”

Si me hubiera buscado yo estaba preparado. Tuve dos opciones:

La primera: Rechazarlo y darme el gusto de hacerlo. De ver su cara de imbécil al escuchar el primer NO de mi boca. Siempre estuve muy disponible para él.  

 La otra opción: Aceptar su regreso. Si H volvía se me ocurrió conquistarlo y hacer que se enamore de mí, lo cual suena descabellado y estúpido, pero valido. Porque cuando te enamoras de alguien, la lógica se va de vacaciones para no ser encontrada. Y tomamos las peores decisiones. No hubo necesidad de usar esas opciones H nunca apareció.

El verano fue tranquilo, tuve amores cortos, duraban el mismo tiempo que el bronceado en la piel. Permanecí solo y convertí la soltería en mi nueva religión. Besé tantos labios en tantas fiestas que no me importaba si recordaba el nombre del dueño.

Los meses avanzaban y la desintoxicación fue mejorando, pasaban varios días sin pensar en él hasta que llegó agosto nuevamente. Un año exactamente desde que lo conocí en aquel bus. Y volví a recordarlo. Esta vez desde un punto de vista analítico. Más que enamorado yo estuve cegado por la idea que representa H. Quise estar con él como sea por lo que él representa.

Es guapo, inteligente e interesante. Y sus ojos ya tienen un altar de mi credo particular. No tiene el estilo de vida del típico gay limeño. Es reservado, o al menos lo fue…

Nunca me preocupé en saber lo que él quería. No sé nada de sus sueños y objetivos, fui inmaduro. Siempre esperé que H lea mi mente y sepa lo que quiero para que venga a dármelo. Y si no hacia lo que quiero, yo me molestaba. Eso no es enamorarse. Eso es ser un niño pidiendo un helado como sea y si no se lo dan hace un berrinche. Eso fue. Un capricho y tengo que admitirlo. Nadie quiere estar con un niño berrinchudo. 

Tampoco lo justifico. Ambos nos equivocamos pero él mintió yo no.

Cuando estoy en la ducha a veces extraño esos momentos en su cama. Ese movimiento de pelvis que sube y baja como una ola en el mar. Los besos que encajaban con los míos. Su piel suave que cuando rozaba con la mía desactiva todas las cosquillas y me hacía sentir esa sensación de vértigo y emociones que llegan a un punto donde no puedes soportar tanto placer.

Y desde H, no habido ninguno que haga sentir todas esas emociones armónicamente. Es difícil encontrar alguien con quien tienes todas las químicas: besos, conversaciones, formas de pensar, locura, espontaneidad y otras.

 Un poco más de un año después, aquí estoy en mi cama, siendo las tres de la madrugada, sigo pensando en todos los posibles escenarios de un reencuentro, en todas las cosas que le diría y en todas las cosas que no debí decirle. A pesar de que lo niegue y disimule, hay una gran verdad. Cuando vi su foto hoy en la aplicación de citas solo quería hablarle.

Al día siguiente llegué en taxi a la oficina. Durante la mañana aunque intenté contenerme no pude. Como era de esperarse me conecté a la aplicación a buscarlo. Salí del edificio a fumar un cigarro. No había rastro de él en el chat. Di algunas vueltas por el parque y algunas calles, no había H por ningún lado.

Me senté en una banca y mientras fumaba el cigarro el humo nublaba mi juicio. Mi voluntad se descuidó unos segundos y mi corazón pensó: “Si ya ha pasado poco más de un año, podría tener una nueva conversación con él. He cambiado, hemos cambiado. Si él está conectado a un chat de citas es porque ya saco los dos pies del closet y está listo para dar rienda suelta a su gusto por los chicos”.

Miren todo lo que sucede en una cabeza cuando encuentras una simple foto en una aplicación de citas. Cuando vuelves a ver a alguien al cual has superado... o quizá no tanto.

Tengo una debilidad ahora mismo: mi cabeza está buscando excusas para volver a buscarlo. El solo hecho de salir de la oficina a tratar de fabricar una casualidad como la de ayer es una mala señal. Pero ya no actuaba pensando, es como un instinto. Solo es.

Acabé el cigarro y cerré la aplicación. Use nuevamente las palabras mágicas que me recuerdan que H se comportó como un patán. Si ha vuelto no debe importarme. No soy estúpido, él sabe que yo sé que ha vuelto. Estuve muy cerca de encontrarlo ayer. Sabe que puedo reconocer sus tatuajes aunque en esa foto del chat no se le ve el rostro completo.

Él ha vuelto y no conozco sus motivos o razones, aunque las sospecho. Si es así, debo tener un plan A, B, C y hasta un poco más allá de la H.  Si busca lo mismo que buscan todos, no debo escucharlo. Si tiene una explicación no quiero entenderlo ni debo darle la oportunidad de escucharlo porque él es un encantador de serpientes y sabrá seducirme nuevamente.  

No debo buscarlo y si alguien va a buscar a alguien será él a mí. Y sé que él lo hará, de hecho ya me encontró. Seguiré con mi plan: indiferencia. Y él debería hacer honor a su nombre y respetar las reglas del idioma español, la letra H es muda y asi debe actuar él. Debe quedarse callado, desapercibido, invisible como hasta ahora. Sin rastro de su presencia. 

Sin embargo, es un tipo que consigue lo que quiere. 

Aunque en el abecedario las letras G y H estén juntas parece que nuestra historia tuvo errores de lenguaje. El orden del abecedario no conoce las reglas en las relaciones. El amor es como una sopa de letras, habrán más nombres solo es cuestión de soplar pacientemente la cuchara para no quemarse.

Continuará...



Leer Capítulo XIII: Los años maravillosos

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