EL CHICO DEL BUS Cap. #18 LA MONOGAMIA ES EGOISTA

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Mi comportamiento a las afueras del bar, sacaron de quicio a H.  Su último movimiento fue una jugada que no esperaba de él. El taxista nos espiaba por el espejo retrovisor, con esa mirada de desaprobación y aires homofóbicos; aún así, sus prejuicios no le impedían seguir nuestra conversación. El morbo es grande y solo le faltaba un balde de popcorn para disfrutar aquel show.

H se sentó cerca a una de las puertas y yo detrás del asiento del chofer. Ambos mirábamos por las ventanas el vacío de las calles. Ignorándonos y evitándonos. Es más de medianoche.

-        ¿A dónde vamos? – pregunté solo para romper el silencio. En el fondo yo sabía perfectamente hacia dónde íbamos.
-        A mi casa.
-        No. Bajemos. Llévame al faro si gustas. ¡A tu casa no!
-        Estás loco. 
-        No quiero ir a tu casa – mi tono de voz volvió a exaltarse y mi actitud de derrota trataba de recuperar el liderazgo en esta situación. Fue inútil. H dominaba la situación. Y si me quedaban dudas, él no tardaba en recordármelo.

-        ¡Carajo! No empieces.

El taxi nos dejó en la puerta del edificio, aquel que jure nunca volver a pisar. El vigilante dormía sobre su banca apoyado en la pared. Entramos al ascensor y de reojo me miré en el espejo. Me ví y me sentí debíl, avergonzado de lo que estaba haciendo. Yo juré que no volvería a estar aquí. Que no volvería a verlo. Porque la última vez que estuvimos juntos terminé lastimado.

El ascensor subía lento y mi corazón latía rápido. No tenía idea de lo que podría pasar. Luego levanté el rostro y miré como los números en la parte superior de la puerta del ascensor avanzaban, de repente mis ojos confundieron esos números con días y meses, hasta que retrocedí lo suficiente en mi memoria. Tuve flashbacks de aquella última vez que estuve ahí. En ese instante en mi cabeza comenzaron a alternar momentos del pasado con los del presente.

NOVIEMBRE 2015

La ventana en el balcón de la habitación de H estaba abierta, corría aire, pero no tuve frío. Usé los boxers de H para vestirme, saqué un cigarro de la cajetilla que estaba en sus pantalones y salí a fumar.

La silueta de H bañándose se vislumbraba desde el balcón. El vapor del agua caliente salía por la puerta abierta del baño.

¡Ay como me gusta este chico! Pensé en voz alta.

Físicamente es un dios griego. Intelectualmente es una de las personas más inteligentes que he conocido. Me apoyé en la baranda del balcón con ambos codos y jugando con el cigarro lo observé melancólicamente ¡Qué escena! El agua recorría sus tatuajes y las líneas que dibujaban sus abdominales.

            Salió de la ducha en cámara lenta. Usó su mano para limpiar el espejo empañado; y se miró un buen rato. Se amarró la toalla a la cintura. Apoyó ambas manos en el lavadero y miraba hacia el hoyo de la tubería bajo el caño. Parecía pensativo y preocupado. Golpeaba levemente el dedo índice sobre el mármol como escribiendo en clave morse. Pensativo y preocupado.

Luego salió del baño y se sentó en la cama dándome la espalda. Su descaro y su desfachatez habían desaparecido. Sus ojos mostraban arrepentimiento, como si se sintiese culpable de haberme dicho las cosas que dijo. Culpable de su actitud ante cada uno de mis reproches mientras tirábamos.

-        ¿En qué piensas? – le pregunté.
-        Nada en especial.
-        Te noto preocupado.
-        ¿Por qué te gusto? – preguntó.

      Una pregunta que no esperaba. Pero tenía la respuesta en la punta de la lengua. 

      Aventé lo que quedaba del cigarro por la ventana. Y caminé hacia adentro. Me senté en el otro lado de la cama, también de espaldas. Y respondí su pregunta.

-        ¿Sabes como fue la primera vez que te ví?
-        Fue en el bus.
-        Si. Pero no aquella noche que nos conocimos.
-        ¿Cuando? – preguntó H.
-        La primera vez que te ví, estabas en el bus y yo estaba en el paradero. No tenía prisa y había mucha gente desesperada por subir. Es más, pensé en dejar ir aquel bus y esperar otro menos congestionado. Pero te ví.

Ví tu mirada. Tus ojos mirando por la ventana. Esa mirada perdida y profunda. Hablaba. No lo pensé dos veces y subí solo para mirarte más de cerca. Y siempre pensé: “Qué guapo”.

-        ¿Por qué te gusto? – insistió H.

Me acerqué lentamente hacia él por detrás y lo abracé, olvidando toda nuestra conversación hace unos minutos mientras tirábamos. 

-        Tú me haces sentir especial – le respondí dejando mi orgullo de lado. Tu eres especial también, pero…
-        Pero tengo novia – H me clavó en la yugular con esa afirmación que yo estaba olvidando.
Me quedé en silencio. Volví a sentirme culpable. Me puse de pie y caminé hacia la ventana.

-        ¿Qué será de ti H? – le pregunté.
-        ¿A qué te refieres?
-        Yo era otro antes ¿sabes? Este que ves frente a ti no era yo.

H se volteó hacia mí y me miraba intrigado. Y yo continué:

-        Yo tenía miedo de ser yo. Viví en las sombras de otras personalidades – tomé un respiro y seguí - cuando yo dejaba salir mi verdadera personalidad, los dedos me señalaban. Los insultos me acosaban: “Maldito maricón” “Ojalá te mueras” y eso que esas palabras eran las menos agresivas.

-        G… - a H se le entrecorto la voz, iba a decirme algo, pero lo interrumpí con otra pregunta.

-        Te quedarás con ella o finalmente saldrás del closet ¿qué harás?

Aquella pregunta detonó un cambio en la mirada de H. No le gusto aquella afirmación. Y respondió en un tono violento.

-        ¿Cuál closet? No soy gay. No soy como tú.
-        No. No eres como yo. Yo me volví valiente, tu eres cobarde. No tiene nada de malo ser bisexual.

TIEMPO PRESENTE

H abrió la puerta de su departamento y me invitó a tomar asiento. Se dirigió hacia el mini bar y sacó dos copas. Mi mirada no se despegó del piso. H se volvió a ir.

Luego volvió de la cocina con una botella.

-        Tengo este vino. Es el único que tengo. Nos relajará, lo necesitamos. O prefieres fumar…

H señaló una caja musical sobre uno de los muebles. Ahí guardaba la marihuana.

-        El vino está bien.

Sirvió dos copas.

Yo no tenía ánimos ni de conversar. Sin embargo, H intentó en vano crear una conversación. No quiso silencios incómodos.

-        G, sabias que si dejas una botella de vino en un congelador por más de 3 semanas, esta puede…
-        ¿Dónde está tu novia? – le interrumpí y luego tomé un poco de vino.
-        ¿Cómo? – preguntó H algo sacado de onda.
-        Romina ¿dónde está ella?

H cogió su copa de vino, la cual estaba llena, y se tomó todo de un solo trago.

-        Ya no estamos.
-        Ah…

H trataba de acercarse, pero yo estaba distante. Mirando hacia la ventana con la copa de vino en mano. Nuevamente el silencio invadió su departamento, los celulares estaban en la mesa. No recurrimos a distracciones, pero tampoco éramos capaces de actuar. Al menos yo no.

No estaba seguro de preguntar. Temía una reacción o una respuesta que no quería escuchar. Entonces solo comenté:

-        Ya saliste del armario.
-        Ya te respondí esa pregunta – H contestó seco y mirando su copa, jugando con ella.
-        No lo hiciste.
-        Te dije: “Depende”.
-        Lo recuerdo. Pero no lo entiendo.
-        Yo tampoco.
-        Acaso me estás dando esa responsabilidad ¿o me equivoco? – le dije.
-        No lo sé. No sé nada.
-        No debe depender de mí.
-        Ya no quiero hablar de eso – H dejó de conversar.
-        Pensé que hablaríamos de eso.
-        Íbamos a hablar de tu argentino pastrulo. Y te lo vuelvo a repetir no tengo idea de quién es.

Esta vez, no insistí en llevarle la contra. Noté a H con ganas de decir algo, pero al mismo tiempo lo sentí confrontado consigo mismo. No se atrevía a hablar. Su actitud cambió. Se puso en modo defensivo.

NOVIEMBRE 2015

H se puso un polo y un pantalón pijama, y caminó hacia la sala. Yo me recosté sobre su cama mirando el techo. Desde aquí se oyó un ruido como de una cajita musical. Esas que tienen una bailarina de plástico dentro que da vueltas cuando le dan cuerda a la caja. La melodía era nostálgica y triste. Me recordaba a las cajas musicales que tenía mi abuela y yo se la robaba por días para escuchar la hermosa composición de Serguéi Prokófiev, en aquel entonces no sabia el nombre de la canción.

H regresó a la habitación con un moño de marihuana en sus manos y sacó de la mesa de noche una rizla. Comenzó a armar un güiro mientras yo lo miraba desde la ventana.

-        Fuma tu primero – Me ofreció H.
-        Después de ti.
-        No, lo arme para ti.
-        Fumemos.
-        Bueno.

Nos sentamos en la alfombra al final de su cama, turnándonos el güiro.

-        ¿Y tu novia?
-        ¿Como? – dijo H desentendido.
-        Romina. ¿Dónde está ella?

H se puso de pie un poco agitado. Cogió su celular y escribió un buen rato.

-        ¿Todo bien? – le pregunté.
-        Creo que sí – respondió.

Luego salió al balcón y miró hacia abajo como vigilando la entrada del edificio.

-        Ella es buena – comentó H.
-        Me siento mal – le respondí.
-        ¿Estás bien? No fumes más.
-        No es eso.
-        ¿Entonces?
-        Siento culpa de estar aquí contigo.
-        No lo sientas. Ella no lo sabrá.
-        Yo sí y eso basta.

-        Mientras ella no se entere no la lastimarás. No te sientas mal.

El cinismo de H era grande, y me decepcionaba eso. Si yo tuviese enamorado no me gustaría que me hiciese lo mismo. Sin embargo, yo ya estaba sembrando karmas. La filosofía de H es extrema y explora sentimientos propios sin considerar los de otros. ¿Y yo? Bueno, yo soy débil y también estúpido.

H fumó un buen hit del güiro y al echar el humo dijo algo que no olvidaría jamás:

-        La monogamia es egoísta, G.
-        ¿Cómo?
-        Nos limita a una persona.  

TIEMPO PRESENTE

-        La monogamia es egoísta - dijiste una vez. Siempre lo recuerdo.
-        Yo no…
-        Desde esa vez, pienso siempre en aquello.
-        G yo no…
-        Y ahora pienso que tal vez es verdad. Sabes… no eres el único que piensa así. He visto muchos casos.

H se quedó callado y se sirvió otra copa de vino.

-        Fumemos- dijo H.

Se puso de pie y abrió la caja musical. Luego dejó la marihuana sobre la mesa y se quedó quieto mirando el moño de cannabis. Pensativo. Se rascó la barba y dijo:

-        Espérame un momento – Y entró a su habitación.

Terminé la copa de vino. La botella estaba a la mitad. Me puse de pie y cogí la caja musical, le di cuerda y puse a la bailarina encima del espejo.

H demoró mucho tiempo. Mientras, en mi celular tenia llamadas perdidas y mensajes de Mía para preguntarme cómo iba todo. Yo no le respondí. 

Habían pasado como quince minutos desde que H se metió a su habitación. Me puse inquieto.

Como sucedió la última vez que estuve ahí (Capítulo 10) temí que su demora fuese una trampa para que yo entrase a su habitación y encontrarlo desnudo.

Lo medité un buen rato antes de ponerme de pie. La música de la cajita musical aún se podía oír. Supe que estaba a punto de meterme en la boca del lobo. Todo ocurría casi igual a la última vez que estuve ahí. Caminé hacia la habitación.

Pero no estuve preparado para lo que iba a encontrar dentro de esa habitación.

-        ¿H? – susurré en voz baja, mientras abrí la puerta de la habitación.

H no estaba. Vi la puerta del baño entre abierta y me acerqué lentamente. No entré. Solo me asomé un poco. Y lo ví. Y hubiese deseado no verlo. Encontré a H con los pantalones abajo apoyado sobre el lavadero, masturbándose.

Mis ojos se abrieron y mi sangre comenzó a correr hacia todos lados. Mi corazón latió fuerte y me puse erecto. Pero no lo interrumpí.

Pensé en entrar y olvidarme de todo por unos momentos. Olvidarme de todas las cosas malas. Mandar a la mierda todo. Simplemente aventarme a sus brazos y a su pene.

Pero no pude. Había algo en esa escena que me desconcertó. ¿Por qué H hacia eso?  Estuve tan intrigado y confundido.

H no se había percatado que yo lo había descubierto. Con mucho cuidado y mucha fuerza de voluntad me alejé de la puerta. Retrocedí con cuidado hasta la puerta de la habitación, fui cauteloso hasta que mi pie pisó una mancuernilla y esta saltó rodando y golpeando la mesa de noche haciendo ruido.

 Me quedé petrificado. Y, como era de esperarse H se percató del ruido.

-        G ¿Estás ahí?


Continuará...



Leer Capítulo XIX: Quiero saber si me vas a querer

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