El chico del bus

  Una vez leí en un tweet que las cosas imposibles suelen ser las que más deseamos, y que el deseo es una carga emocional tan fuerte que nos desgasta tan rápido como la batería de un iPhone.   Desperté solo en mi cama. Pensé que él había pasado la noche conmigo. Me levanté precipitadamente y sonreí al darme cuenta que no lo había soñado, ayer un bus me dejó un buen pasajero. Quise verlo otra vez, porque la cuenta regresiva de había activado como una bomba de tiempo, me quedan menos 24 horas en la ciudad a lo mucho, porque el decimo día era solo el viaje de regreso. Aquella tarde del sábado me reencontré con mis amigos de argentina que no veía hace años y les conté sobre mi affaire. Y esa misma tarde un amigo de Perú que estaba de escala en la ciudad autónomo me escribió para vernos. Yo estaba muy emocionado con lo que había sucedido, porque lo traduje como la cereza en el tope que me faltaba para regresar a casa con algo más que un suvenir. Y aunque el bueno humor no me lo qui...

Fue como jugar al gato y al ratón. Así lo describió Ignacio. Eran más de las dos de la mañana y Vasco optó por cancelar los planes de ir a una discoteca, prefería quedarse en casa y la razón nada tenía que ver con ser un buen anfitrión, solo quiso inhalar libremente toda la noche. ¡Qué curioso! Ahora que lo pienso esos detalles no aparecen en su autopsia. Bueno, no me quiero hacer el listo, aunque definitivamente  existe  un cabo suelto en las investigaciones y no puedo evitar pensar en ello.  Yo no estuve en mis cinco sentidos aquella noche, tomé una rola y estaba esperando su efecto. Tuve miedo, era la primera vez que ponía una en mi lengua. Me sentí ansioso. Busqué en  Google  los posibles efectos secundarios que causa aquel pedacito de papel ácido. Las consecuencias de ingerirlo iban desde incrementar la sensibilidad sensorial, sudoración extrema e, incluso, alucinaciones incontrolables.  Ignacio había traído a una amiga. Ella se mostraba muy ...