SEX O'CLOCK Cap. 5 SIMÓN DICE...
Fue como jugar al gato y al ratón. Así lo describió Ignacio. Eran más de las dos de la mañana y Vasco optó por cancelar los planes de ir a una discoteca, prefería quedarse en casa y la razón nada tenía que ver con ser un buen anfitrión, solo quiso inhalar libremente toda la noche. ¡Qué curioso! Ahora que lo pienso esos detalles no aparecen en su autopsia. Bueno, no me quiero hacer el listo, aunque definitivamente existe un cabo suelto en las investigaciones y no puedo evitar pensar en ello.
Yo no estuve en mis cinco sentidos aquella noche, tomé una rola y estaba esperando su efecto. Tuve miedo, era la primera vez que ponía una en mi lengua. Me sentí ansioso. Busqué en Google los posibles efectos secundarios que causa aquel pedacito de papel ácido. Las consecuencias de ingerirlo iban desde incrementar la sensibilidad sensorial, sudoración extrema e, incluso, alucinaciones incontrolables.
Ignacio había traído a una amiga. Ella se mostraba muy simpática y se apresuró en alcanzar mi nivel de alcoholismo, según ella debía emparejarse conmigo para estar en la misma onda. No tenía idea que yo no estaba borracho, solo drogado. Mientras tanto, Vasco se divertía a sus anchas. Tenía muchos amigos guapos, queríamos conocer a un par de ellos, esa fue una de las ventajas de ser su amigo, podías conocer a aquellas personas que normalmente no conocerías en una fiesta pública. Lo único malo de ello, es que las personas peculiares no abundaban, Vasco es la excepción. Él es distinto y por esa razón me pregunté más de una vez ¿por qué quería encajar tanto en ese mundo tan distinto a él? Y la verdad es que no formulé bien la pregunta, él no buscaba encajar a la fuerza, él pertenece a ese mundo. Lo amaban. Era su hábitat natural y, sin embargo tengo la certeza que a pesar de estar rodeado de muchos amigos él se sentía solo. Ninguno de ellos pensaba como él, ninguno conocía su filosofía de vida. A nadie le importaba que pensaba sobre la vida o el amor; ¡y sí, suena cursi! tengo que decir que yo sí lo supe. En cambio, a sus amigos solo les importaba ser vistos con él, emborracharse, drogarse o que Vasco tomará selfies, las subiera a su cuenta y, obviamente, esperaban ser etiquetados. Querían solamente colgarse de él, especialmente Doménico.
A pesar de ser abiertamente gay, Doménico pretendía proyectar una imagen muy diferente en sus redes sociales de lo que realmente es. Vasco siempre me decía: “es como un niño perdido, tú le dices que hacer y lo hace”. A veces, Vasco lo trataba como una mascota, le daba órdenes y cada vez que su copa de gin estaba vacía le pedía una nueva, “sírveme más, es mi cumpleaños” y Doménico lo obedecía. A veces Vasco no era consciente de como trataba a ese chico, pero no importa, Doménico estaba dispuesto a soportar aquellos aires de diva de Vasco, siempre y cuando tuviera un cupo asegurado en las fotos e historias de sus redes sociales.
Ignacio de borracho actúa igual a Vasco. “Gael, tráeme otro trago” y yo suelo dejarlo con el brazo extendido y él se molesta conmigo. Es curioso, Ignacio no soportaba a Vasco cuando lo conoció y la verdad es que tienen muchas similitudes. Como me dijo una vez el mismo Vasco eso solo es la ley del espejo, nos reflejamos en otras personas. Cuando alguien nos gusta o nos disgusta es porque vemos reflejados nuestros propios comportamientos en ellos y nos molesta. Aquella lección de psicología y comportamiento humano, me abrió la mente y entendí que la mejor manera de evitar malas miradas es sonriendo.
El efecto de el LSD había empezado hace mucho y no me percaté para nada. Estuve platicando con la amiga que trajo Ignacio a la fiesta, mientras que él actuaba raro, recuerdo verlo muy entretenido con su teléfono móvil. Escribía rápidamente y aguardaba las notificaciones. Mi mente comenzaba a ver luces mediante mis ojos, la música no sonaba fuerte ni ruidosa, se paseaba como agua en un tobogán por mis oídos. Sentí mis movimientos en cámara lenta y prestaba atención a cada detalle. A Ignacio lo sentí lejano, solo lo recuerdo riéndose mientras contestaba sus mensajes.
- ¿qué te pasa? Estas muy callado.
- Nada – respondía Ignacio y movía su cuerpo de lado para no espiar su conversación.
Ignacio salió por la puerta y subió las escaleras que llevaban a la azotea. Me puse de pie para seguirlo porque cuando Ignacio se comporta de esa manera algo se avecina, alguna pelea de borracho necio por cualquier tontería que se le diga o se pone a llorar como un niño perdido sin su mamá en el supermercado. Estuve a punto de salir del departamento tras de él cuando Vasco salió por la cocina cuya puerta esta antes de la salida y me jaló hacía él. “Tú no te vas, te necesito” me dijo. Cogió mi mano y me llevó por el pasillo hasta su habitación. Una vez a dentro, sacó una bolsita de su velador, esparció el contenido sobre una superficie plana, creo que fue un libro, respiró profundo hacia adentro y de pronto volvía a la normalidad dejando de tambalearse. Luego se desvistió y quedó solo en calzoncillos.
- ¿qué haces? – pregunté con los brazos caídos y la mirada perdida.
- ¿te gusta como me veo?
- Estas rico Vasco, siempre lo estas.
Vasco es un chico sexy ¡Dios, es demasiado atractivo y lindo a la vez! ademas tiene buen tamaño allí abajo. Me sonrojé cuando quiso sacarse todo y no lo dejé hacerlo. No sé porque actué así, Vasco me atrae mucho, pero por alguna razón no quiero una relación así con él, como un equilibrista caminando sobre una tensión sexual. La ley del más débil me vino a la mente y, quizá me vi influenciado por aquella conversación cuando Vasco me dijo “aquel que cae rápidamente ante la tentación es débil y aquel que la resiste tendrá el control de la situación”. Sus enseñanzas hoy le jugaban en contra. Por esos días me resigné a ver a Vasco como amigo y no quería cruzar esa línea con él, quizá semanas atrás hubiese cruzado, cuando nos quedamos solos en la playa. Hoy no. Además, yo tenía planeada una cita más tarde cuando la fiesta esté por terminar y el sol comience a salir. Es extraño que alguien tenga una cita a esas horas, pero moría por conocer a Simón. ¡Rayos! acabo de darme cuenta que ya no me gusta usar la expresión “me moría”, no después de la muerte de Vasco. Ahora tiene un significado totalmente diferente.
Simón es un chico que conocí por Sex o’clock hace dos semanas y solo hemos hablado por la aplicación. Cuando le pedí su número, no quiso dármelo argumentando su alto nivel de privacidad y discreción, tampoco me brindó su usuario de Instagram. Solo me envío un par de fotos. Sí, también me envío fotos en ropa interior y un desnudo, pero cubriéndose el pene con un emoji. Me gustaba Simón por su sarcástico sentido del humor. Me hacía reír solo con mensajes, es muy hábil para conversar. Poco a poco me vi intrigado y seducido por mensajes. Si Simón dice que miré un video en Youtube cuya canción y letra son buenas, yo lo obedecía. Si Simón dice que es posible que una canción que él conoce me encantará si me animo a escucharla, yo la buscaba en Spotify. Si él me recomendaba alguna película yo la buscaba en Netflix. Lo último que Simón dijo fue, “Espérame en la playa a las seis de la mañana”, él estaba en una fiesta privada lejos de la casa. Hoy cuando nuestras fiestas terminen por fin nos conoceríamos.
- Cálmate. Hoy no vamos a acostarnos.
- Ni hoy, ni nunca. – le respondí a Vasco.
- Solo quiero que me tomes una foto.
- ¿sin ropa?
- Es para un chico de Sex 0’clock.
- No sabía que tú usabas esa aplicación.
- ¿por qué no? Soy soltero.
- Y ¿Quién es ese chico que te pide foto?
- No lo sé, pero mira su pack.
Vasco me puso la imagen directo en los ojos. Era una buena toma. Aquel movimiento de su teléfono sobre mis ojos me causó un ligero mareo. Estaba bajo los efectos del LSD y me preocupaba seguir así para las seis de la mañana. No quiero que Simón me conozca en ese estado. Tomé la foto que Vasco pidió y me fui al baño a vomitar. Necesitaba ayuda porque no me sentía bien.
- Hey, Gael. Aguanta un poco.
Vasco se vistió rápidamente y fue a buscar agua. Me quedé tumbado en el piso del baño mirando el cielo desde la ventana alta cerca a la ducha, aspiraba el aroma de las velas y contaba las luces mientras todo giraba como si tuviese un view-master ante mis ojos. El departamento de Vasco quedaba en el último piso
Vasco volvió con la botella de agua, se sentó en el piso del baño y me acomodó sobre su regazo. Tocó mi pelo y lo acarició. Yo estaba mareado, pero me sentí feliz en los brazos que me tenían en ese momento. Quería dormir, pero Vasco trató de reanimarme con pequeñas bofetadas inofensivas.
- Ni te duermas, que la fiesta sigue. Es mi cumpleaños. Te quiero despierto.
- Quisiera decirte que voy a estar despierto, pero creo que estoy más dormido que despierto ahorita ¿me estas abrazando?
- Si ¿no quieres?
- Quiero. Simón dice que me abraces.
Vasco emitió tal carcajada que pude oír el eco de la misma en el baño.
- Simón dice que dejes las drogas.
- Simón dice que no dejes de abrazarme – le respondí.
- Conejo cojudo, pero tierno.
Vasco me llamaba conejo, porque dice que tengo esa mirada asustadiza y me pongo nervioso cuando se acerca a mí. Le gusta calmarme con una caricia y piensa que cuando habló mis dos dientes delanteros se ven tan graciosos que no puede dejar de mirarlos para reírse de mí. Instantes después, no recuerdo bien como fue que terminé en su cama. Supongo que me llevó cargando hasta allí y se quedó conmigo hasta que me quedé dormido. Lamentablemente, esa fue la última vez que lo vi con vida.
Continuará.
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