EL PAÍS DE LOS TREINTA JÁMAS
Yo siento, que es una injusticia vivir en un mundo pensado para los centennials. Nada en contra de ellos,
todo lo contrario, me encantan. Quizá, estoy expresándome mal. No es
injusticia, son celos. Tengo celos de los centennials.
Ellos viven en el país de los Treinta Jamás. La idea de cumplir
veinticinco en adelante les aterra tanto como un toque de queda y, a diferencia de los millennials, tienen más
posibilidad de encontrar un sugar daddy,
aunque en Lima abunden más los tipos Capitán Garfio. No estoy diciendo que
quiero uno, es solo que tienen en general más beneficios. La juventud es un
recurso no renovable más cotizado que el petróleo en esta sociedad.
Además, les sobra esa desfachatez de libertad de ser y
expresarse. No se preocupan de esconder sus gestos, sus gustos y expresan sus
ideas sin miedo al que dirán. Todo lo contrario, a la mayoría de milennials y ni que decir de los de la
generación X. Yo me quedé en la era de cuidar cada mueca y blanqueo de ojos
cuando algo no me gustaba. Así que, mis celos están fundamentados. Los centennials han encontrado un mundo un
poco más equitativo. Aunque tienen trabajo por hacer.
Lo que siento yo son celos. Pero lo que siente mi amigo Gael va
más allá. Él se niega a seguir sumando velas en sus cumpleaños. Para él, el
tiempo se ha detenido a su voluntad, dejó de cumplir 30 y algo hace tiempo y, haciendo
uso de su apariencia aún joven, ha solicitado que lo avalemos cuando responda
que tiene 25 años.
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Desde hoy vivo en el país
de los Treinta Jamás.
No solo su apariencia
esta cuidada. También su personalidad ha retrocedido a la de un chico que recién
ingresa a sus 20. Para él, el botox
es su Tinker Bell capaz de darle la
magia de la juventud. Y no va a retroceder o, en todo, caso a avanzar.
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Me niego a envejecer.
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¿cuál es el problema? Los
30 son los nuevo 20. Estamos en el punto de equilibrio – le respondí.
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¿cuál punto de
equilibrio? – me preguntó.
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Claro. Los cuarentones
nos buscan y los veinteañeros también. Somos el ideal.
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No lo asimilo.
Entiendo su conflicto. Y la
culpa es nuestra.
Nosotros cuando teníamos 20,
también vivíamos temiendo cruzar la línea de los 29, porque la sociedad siempre
menosprecia la madurez física. Vivimos en un mundo pensado para la juventud. Y se olvidan que lo realmente extraordinario y
pleno empieza en los 30 y algo. ¿Acaso a los 20 realmente sabemos lo que
queremos?
Muchas veces alcanzamos
la madurez emocional a los 30. Y, comenzamos a entender muchas cosas que antes
no veíamos. Queremos retroceder el tiempo para recapacitar y cambiar decisiones
que ahora vemos que no eran tan difíciles como parecían. Los 30 te dan sabiduría
y experiencia. Finalmente a los 30 aprendes de tus errores, esos que a tus
veinte jurabas no volver a cometer y, sin embargo, no había fin de semana que
no le mandaras un mensaje de texto a ese “error”.
A los 30 descubres y explotas al máximo tus talentos. Empiezas a amar a las plantas y, aunque te vuelves maniático de la limpieza y te molesta encontrar un plato sucio, lo bueno es que realmente te independizas y te haces responsable de tu vid ay tus finanzas. Tienes toda esa libertad que no tenías a los 20.
Si tienes 20 y algo y le
temes al país de los Treinta Jamás. Calma, que la única forma de vencer ese
miedo es dejar de satanizarlo. La edad es solo un número. Las cosas mejoran con
el tiempo, menos las arrugas, y la solución no esta en remar contra la
corriente. Es más divertido celebrar lo que hoy tenemos y abrazarlo. Porque a
todas las generaciones siempre les sucederá lo mismo, querrán vivir otros
tiempos.
El presente es lo único que tenemos, vívelo al máximo.
Por Carlos Gerzon
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