NYC: LA JUNGLA DE CONCRETO


Año nuevo, vida nueva; con días que huelen a pintura fresca y horas que aún no se han usado y meses que pasarán inadvertidos mientras la rutina nos va carcomiendo hasta chupar nuestros huesos. 

Dos chicos que conocí durante el viaje y yo, llegamos cerca de las ocho y media de la noche a la Ciudad de Nueva York el día 31 antes de finalizar el año. Empecé la carrera, despidiendo la última noche bailando en un blog gay, sin embargo a pesar de estar rodeado de mucha gente me sentía solo ¿les ha sucedido algo así antes?

Sabia que pedir deseos comiendo doce uvas no serviría. Recuerdo que solo bailé dentro de un antro lleno de gritos, donde el mío no era ni el más importante ni el más ensordecedor, también me embriagué de desinterés, lo único que se me apetecía era coger una gigantesca caña de pesca con el anzuelo más enorme para traer a mis camaradas a nadar en mi pecera, los necesitaba en esta ciudad porque a pesar de estar acompañado no me sentía genuinamente comprendido. 

Luego de recibir las doce y bailar gran parte de la noche, deambulé las siguientes horas del día lozano y nuevo que se desenvolvía del calendario mientras yo respiraba el aire frío y despiadado Manhattan. Empecé a escalar edificios con la mirada extraviada, esquivando la nieve de mis suelas, el Empire State Building me veía desde lo más alto y contaminé mis pulmones por unos segundos con el cigarro que temblequeaba entre mis dedos.  

El regreso al hostel fue largo, helado y solitario; quise perderme en mis pensamientos, pero en una ciudad que nunca duerme, siempre hay que estar alerta, nunca sabes cuál es el subway correcto, me daba por perdido en mis primeras horas en la gran manzana, pero de intrépido le dí una mordida y ahora la saboreo sin miedo a intoxicarme. Rodeado de luces cegadoras que enamoraban mis pupilas, las cuales solo deseaban ver sol africano quemando el cielo peruano; extrañaba mi casa, pero también me deslumbraba los rascacielos y todas esas maravillas de la arquitectura hechas por sartas de obreros años atrás en la isla más codiciada del mundo. La moda es el telón de fondo en la capital del mundo, las vitrinas de las grandes tiendas en la quinta avenida atrapaban miradas, no podíamos ser indiferentes, si vives aquí es imposible no estar a vanguardia.

El cielo oscuro del primer día de enero dejaba ver las estrellas y en el central park mi reflejo en el hielo parecía el de un ángel, pero el frío era demoniaco. El Plaza me desafiaba con gastarme todo mi sueldo en una noche en una de sus habitaciones, las tiendas en horas transitables forzaban a mis tarjetas a deslizarse en las cajas registradoras y mis manos estaban hambrientas de cargar docenas de bolsas con accesorios para mi armario. 

De valiente ensamblaría todos los puentes, desde Brooklyn hasta George Washington bridge y aun así no sería suficiente para llegar a costa limeña, porque a pesar de estar en la mejor ciudad, no estaba con la mejor compañía, echaba mucho de menos a mis amigos y, ademas la soledad hacia a mi corazón latir lento y con ganas de buscar otro que lata al mismo ritmo, al menos esta noche que la sentí más vacía que otras. En la disco, no tuve suerte, no encontré besos, ni sexo, ni nada parecido al contacto físico. Algo me diera una señal de que pertenecía a esta ciudad; supongo que me conformaré con la compañía de la estatua de La Libertad esta noche. Lo curioso es que días antes me comuniqué con un querido amigo de Perú que vive en Canada hace años, cerca a la frontera del estado de Nueva York, él me dijo que le avisará si pensaba ir a la ciudad y le escribí un mail, sin embargo no pude reunirme con él, a pesar de que esa noche estuvimos muy cerca; coincidimos en la misma ciudad y en el mismo hotel y no lo supe hasta que llegué a New Jersey donde trabajé por tres meses y al revisar mi correo electrónico me percaté que si lo había leído y estuvo en la ciudad las mismas fechas que yo y si hospedó en el mismo hostel que yo; maldita sea mi fortuna en ese momento, el destino es irremediable y ya está escrito, pero no siempre sabe lo que hace y estoy en desacuerdo con sus desiciones. Me hubiese encantado ver a mi amigo, quien fue mi confidente en mi adolescencia y mi segunda vez en el sexo. 

No obstante, en la ciudad que nunca duerme ocurren eventos sacados de una lampara maravillosa, donde no hay que buscarlos solo es cuestión dejarse encontrar por ellos, porque son capaz de levantar los ánimos a cualquiera, y yo necesitaba un viagra emocional en esos instantes para tomármelo como un shot. Al llegar al hostel, en el bar del mismo, habían dos chicos jugando billar; me invitaron una cerveza y me dijeron que no hay mejor forma que recibir el 2011 que con una buena bebida y un buen beso. Y tenían razón, cuando acudí al baño, allí había un guapo chico, menudo, con un corte mohicano y cabellos castaños, ojos claros y lengua garota. Me miró a través del espejo donde se lavaba las manos y yo me detuve confundido, no sabia si me miraba o si se miraba a sí mismo, y cuando me saludó a través del vidrio con una sonrisa que delataba su orientación, no dude en cobrar revancha a mi inicio de ese anoche que había sido sosa y patética; así que me acerqué a él, lo saludé y estoy seguro que me dijo su nombre, pero no lo recuerdo. Intercambiamos pocas palabras, él llevaba prisa, sus amigos lo esperaban para irse o perderían el tren, eran cerca de las cinco de la mañana del primero de enero. Entonces me dijo: "lastima conocernos tarde" y se despidió de mí con un beso en el cachete, entonces yo le dije: "en mi país nos despedimos con dos besos" y le besé el otro cachete, finalmente el dijo: "Creo que en New York, son tres besos", nos besamos nuevamente ambos cachetes y el tercero junto mis labios y los suyos, y luego de ese acto solemne y épico se fue. 

Mis ánimos habían regresado a mi cuerpo, supe que el año recién había empezado y que todo tiene un momento y lugar. Desde ese instante las dosis de entusiasmo que me causa estar en este lado del globo terrestre se multiplicaba como los microbios. Estoy pasando noche buena en la ciudad que atrae a todos los ojos del mundo, donde se vive y respira glamour, donde la dolce vita cobra vida en cada avenida. Así que si alguna vez me sentí perdido, lo olvidaré, porque hoy yo me enamoro de cada esquina, y quiero seguir jugando en la jungla de concreto hasta que las palomas devuelvan las migajas que dejé en el camino de vuelta a casa. 


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