LA ANGUSTIA FABRICADA
Aunque aquel pobre árbol poseía ramas secas, la cantidad era suficiente para dar sombra a la pequeña criatura que sobre sus raíces emergentes reposaba. El camino a casa se veía frenado no solo por el incesante calor que el cielo regalaba. El hambre devoraba sus entrañas pero el agotamiento que el sol le propiciaba le hacía olvidar la pequeña pieza de pan que en su morralito se encontraba. Su tranquilidad la respiraba con el más absoluto placer, le encantaba sorprenderse por lo más insignificante del bosque.
Eran casi las dos de la tarde, y la mujer terminaba de lavar los trastes sucios, el almuerzo había acabado. Su preocupación se manifestaba en cada plato que resbalaba de sus manos cayendo al suelo con gran estrépito.
-Mira la hora que es y no vuelve- dijo aquella figura esbelta pero pálida, con los cabellos convertidos en trenzas y el delantal caído besando las piedras del piso.
-Ten calma, el camino no es corto y cruzar el río es cosa seria- respondió el hombre que secaba los vasos y los colocaba en la alacena.
La cocina se tornaba tensa a cada vaivén del péndulo en el antiguo reloj de madera postrado en el rincón inhóspito de la estancia, herencia del bisabuelo. El sudor recorría el rostro de la madre y sus dedos destrozaban el pañuelo de papel que extrajo del buro.
-Debimos partir hace más de quince minutos- pronuncio la mujer, mientras aventaba los boletos del bus sobre la mesita que decoraba el centro de la habitación.
Se puso de pie, soltó sus trenzas, el espejo del recibidor reflejo una melena con volúmenes intimidantes, sus ojos eran llantos. Su mirada no era otra más que el miedo que solo se compara con aquel que se le tiene a la muerte. De repente cogió el sombrero que aguardaba por ella en el perchero y solo se escucho el azote de la puerta tras su espalda.
El hombre llenaba el teléfono de cancelaciones y disculpas a la tía Mary, la cual del otro lado en la línea, la angustia de quedarse aguardando el inicio de su aniversario era su única ansiedad. Era el domingo de su cumpleaños número 50 y a pesar de su avanzada edad era aun la mujer fuerte y seca que la caracterizo en sus dos matrimonios. Sus hijos ya no le pertenecían mas, ahora habitaban tierras europeas bañadas en bohemia. La agasajada se jactaba de su poder de convocatoria, siempre era la dueña de la razón y también de la antipatía de sus hermanos.
Cayeron las 6 de la tarde y la madre regreso tan solo con su sombra, llevaba las mejillas rojas y la lengua fuera. Inesperadamente corrió a los brazos de su esposo llenándolos de lágrimas. Sus uñas hicieron hoyos en la camisa de diario del hombre, el sombrero cayó sobre la alfombra y las melenas cayeron en el triste ambiente que acaparaba la habitación.
-No llores, aquí estoy- una voz débil y animalada se escucho. La madre detuvo sus lamentos y se dirigió hacia la pequeña sombra que en el pasillo se vislumbraba.
-Aun eres tan pequeño, lo siento tanto- dijo la madre llenando al niño de besos y abrazos al mismo tiempo que sacudía la hierba de sus cabellos y el polvo de sus ropas.
-¡No mama! ¡No me perdí!- respondió el pequeño tan pronto jadeó sus mocos.
El desconcierto dibujo la expresión de la madre, la cual volteo para escuchar la voz de su marido casi inmediatamente
-Es el poder que tiene tu hermana- dijo el hombre, tomando asiento y enciendo el último cigarrillo haciendo corta la distancia entre el fosforo y el tabaco.
#G
Anoche, Gercar lo dijo
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