MONOSÍLABO NECESARIO
Cuando mi vida recién daba los primeros pasos junto a mis pensamientos, la voz maternal me decía que había un ser divino, omnipotente que todo lo podía y todo lo disponía y yo, ingenuo aun, le creí. Enterré mi infancia tras la pasos acelerados de la adolescencia y mi mundo entero me mostró la cara de idiota que tuve al creer la mentirita blanca de mi madre. No había nadie allá arriba, aparte de marcianos, solo había una ideología masiva que había cazado a todos los creyentes y los puso a todos en un bolso lleno de hipocresía religiosa.
Una mañana desperté con los ojos hinchados, como si hubiera pasado la noche bajo la piscina con los ojos abiertos. No había rastro alguno de mis lágrimas del tiempo transcurrido de ayer, solo había una cabeza fría llena de ideas nuevas, contemporáneas y quizá había toques de neocatolicismo. La venda había caído con tal fuerza, que quebró el suelo, y no solo eso, también desplomó mi dependencia a ese todopoderoso tácito que se había formado desde muy pequeño. Y es que la respuesta es sencilla, yo nunca decidí de niño todas las veces. Era mamá o el nuevo padrastro quien ponía las palabras en mi boca, pero ahora soy todo un hombre, y cuando descubrí donde estaba parado, nunca más volví a caminar por las sendas del “señor”. Me descarrié, pero no por desobediente, sino más bien porque fui capaz de creer en lo que la vida misma me mostraba.
La oveja negra de la familia, el talón de Aquiles de mamá, y el dolor de muelas del hermano; todos los apelativos juntos hicieron ouija para invocarme. Nada es broma, desde que me emancipé de la religión, mi vida ha sido igual que siempre. No es cierto que la tierra se abre y te come de un solo bocado. No es cierto que te quemas hasta que tus huesos formen parte del aire transformados en cenizas. La llama de la vela derritió toda la vela, lo mismo paso con mi ceguera, se derritió dando paso a unos ojos que aprendieron a no temer ver el nuevo mundo que se dibujaba a cada paso novato de los míos. Sin oportunidad de dejarme regresar mirando las huellas en la arena que dejaba yo a propósito. La fe ya no era mi monosílabo recurrente, ahora sentí la necesidad de buscar nuevas formas de creer y nuevos rumbos.
Debo de admitir que, por ahí cometí uno que otro pecadillo, pero de esos que se perdonan con aves marías y padres nuestros, o al menos se perdonarían de esa manera si siguiera yo creyendo en el narrador omnisciente que siempre esta carente de tinta y por eso nos deja al destino. Llego un momento en que mi cabeza me decía cuáles eran esas terribles cosas que no se deben de hacer y yo le daba la razón, no por ser un don nadie bajo los términos religiosos, iba a hacer de mi vida una monstruosa película en la que no paraba hasta tocar fondo. Claro que no. Pensé que la única forma de ser un ser libre responsable era seguir practicando los buenos valores que se formaron en mis células cerebrales desde que aprendí a darme cuenta que era un niño.
Absolutamente estoy seguro de que existe un ser superior transitando en el espacio vigilando toda su creación. Un ser que puede dejarnos elegir sin amenazas de un infierno helado a la hora morir. Mi decisión de ser agnóstico, era la más acertada porque seguía todas las líneas y ángulos de mi geométrica forma de pensar. Aun así tenía miedo, ¿Había tomado la decisión correcta? Que tal si pasado mañana en la luz ámbar del semáforo, yo cruzo intempestivamente y sin contar tres, dos, uno; muero debajo de las llantas de un tráiler ¿A dónde iría? ¿Despertaría en la jungla oscura? ¿Tendría frente a mí el letrero donde se pierden todas las esperanzas? ¿Conocería a Dante?
Esos escalofríos estaban justificados. Luego de años de creer en las puertas del cielo y el paraíso encima de las nubes deformes, no estaba totalmente preparado para dejarlo ir. Afortunadamente las dudas se apagaron de un soplido cuando la vida misma me daba más y más pruebas de que mi decisión era la correcta. Y cayó a mis pensamientos un enunciado: “Como puede un dios discriminar a su creación”. Era una paradoja que no tenía ningún fundamento, por más que releí cada libro, cada versículo de la gran biblia, en ningún lado encontré la explicación que mi terquedad buscaba. En todas partes, Jesús resultaba ser el paladín que se acostó en el sepulcro porque la cruz lo dejó agotado.
Son muchos los puntos suspensivos que tuve que superar, y mi existencia versátil no ayuda mucho que digamos. Seguiré siendo un trotamundos en el extraño universo de mis mil formas de pensar. Constiparé mis palabras para que se detengan en la punta de mi lengua, y seré artífice de mi propio sendero, donde el final será escrito por la pluma más exquisita y dorada de todas. No importa a dónde me lleve mis decisiones mientras no cometa mortales actos dignos de la silla eléctrica. Mi alma seguirá deambulando sobre todo en las noches, porque así es ella, un payaso que ríe y llora por dentro. Y si alguien pregunta porque o, se atreve a decir “Dios te va a castigar”, acudiré a mi monosílabo favorito : ¿Y?
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