EL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS



¿Sabes cómo suena la piedra cuando es golpeada con el cincel y martillo? Bien. Ahora imagina que no solo escuchas ese sonido sino también que lo sientes en tu pecho y taladra hasta llegar a la arteria que, llena de ánimo a las mariposas en el estomago, da poder a tu dedo para grabar sus nombres y un corazón en la arena húmeda, ocasiona el cosquilleo en tus músculos bocales que te traicionan con una pícara sonrisa cuando se trata de tiempos de 14 de febrero y así.  


De tanto dolor se acostumbra la herida, no quedándole más remedio que cicatrizarse; y esa marca es la que nunca se ira. El amor correspondido es como un fantasma, aunque todos hablan de él pocos lo han visto. No importa cuánto se escriba al respecto, o cuantas cartas invadan los pozos mágicos y paredes asesoras, cada vez que el nudo se instala en la garganta, la única forma es des atarlo con una intensa charla llena de baches que cuestan esquivar. Yo necesito desatarme.

En menos de lo que cae un rayo salí disparado a la calle en busca de analgésicos que se encuentran en el kiosco de la esquina enrollados en papelito, para poner mi crisis a tierra firme.

Luego de bajar los nervios del cielo, decidí ir nuevamente a desahogarme. Ingresé a aquella sala una vez más, para quedar rodeado nuevamente de conversaciones plagadas de miseria. El club de los corazones solitarios cada vez con tasas de crecimiento altas que cobran intereses exorbitantes. Y yo solo podía sentarme de incógnito, mi boca se negaba a soltar un solo monosílabo, son los pasajes de mi vida en que no me gusta narrar y me convierto en el good listener. Se llena mi cara del color más obvio, y es imposible soltar todas mis palabras, es como quemarme la lengua con el ácido de la decepción. Me desahogo escuchando a otros, pero yo me niego a hablar. Como si ellos hablaran por mí. 


¿Cuántas veces he pasado por esta ronda? Parece un carrusel que se niega a curarme las náuseas del desamor. Una vez más, yo respiraba relatos dignos de un epitafio melodramático, como el de los tiempos de la celestina. Y aunque parecía ficción todos vivían la realidad más amarga. Sentados entre lentes oscuros, pañuelos en manos, frascos sin prescripción médica y uno que otro sorbo de whisky.  Yo me retorcía junto a mis nervios que no sabían qué hacer para sabotear mi respiración que se hacía más fuerte, que se podía escuchar hasta el otro lado de la habitación. Mientras escuchaba…

Cualquier lugar es el lugar correcto. Un bus, una estación, una disco, una calle…


Jalar el gatillo parece fácil, pero me has hecho una maquina programada para quererte…


No subas más en mi escala que puedo arder en fiebre…

¿Me traes flores a mi? O a la lapida en mi pecho cuando murió lo que sentí y ahora me siento desecho…


Interminables testimonios donde todos empiezan diciendo su nombre, edad y porque están ahí, todos subidos de tono corta vena.  Yo de afuera hacia a dentro me practicaba, en el caso que decidiera hablar.

“El péndulo de balancearse se deteriora y las piedras entre ellas se destrozan"

"Un niño que nace solo, abandonado; se acostumbra a ser huérfano y no habrá nadie que pueda reprocharle algo"

"Una flama a falta de aire se apaga".

"Mi coraza que solía llamarse corazón está bajo cero, difícil de volver a ser rojo carmesí nuevamente. Ahí está bien helado sin ganas de ser un derrochador de emociones. Ahora es un pagano o un avaro que se guarda todo para la eternidad y jamás la usará otra vez. A menos que llegué alguien, atraviese el espejo y lo ensamble nuevamente de sus quinientos pedacitos. Lo dudo.”


“En estos momentos estoy de luto. Di de baja a mis latidos porque los corazones solitarios ahora son corazones fríos.”


Seguía sentado escuchando historias tras historia, testimonio tras testimonio como cuentos para conmover al más fierro.


“Mi pecho se volvió a prueba de balas. Ahora ninguna toca ni hiere nada ahí adentro. Si escarbó en la tierra es porque enterré mis raíces para volver a florecer con pétalos fuertes y hermosos. No quiero ningún picaflor haciendo hoyos dejándome hecho un colador”.

“El veredicto podría ser fácil, pero antes de regresar con él, los dos lados de mi cerebro necesitan un meeting  porque uno cuestiona al otro. Entre el amor y el adiós, a mi no me gusta estar en el medio… No me costó nada subir, pero bajar de mis nubes es una tarea complicada a menos que colapsen sobre mí, no podre mutar en lluvia”.


En un momento todo se escuchaba como la nada, empecé a perderme en mis ojos que se concentraban en una moneda en el piso, pero lo que miraba era mis páginas de vida con tinta amarga. Las voces y llantos eran ilegibles, porque ya no estaba ahí, estaba en una montaña a millones de metros sobre el nivel del mar, y mi cabeza era una bomba con reloj. Seguía sonando mis palabras en mi cavidad mental.

“Como conviertes en azul el planeta rojo. Como puedes evitar que tus manos roben del jardín un girasol solo para descuartizarlo lentamente en honor a un suspiro que te quita el aliento tan rápido como un bostezo. Si se trata de demostrar que la luna nunca ha sido pisada, puedo subirme a ella y comprobar que no hay huellas. Es imposible disimular mi respiración porque el aire proviene de la esperanza del algún día…”

Lo más gracioso de un corazón que se ha vuelto frio, es que cuando solía ser cálido, era porque tenía una gula insaciable por obsesiones que llenaban su cabeza de pensamientos lindos pero huecos, que carecían de pies y cabeza. Era evidente que la insania hacia acto de presencia en medio de un monólogo.  No les parece lógico, que cuando un cándido atardecer se convierte en la oscuridad más lúgubre, nunca más volverá a verse anaranjado con destellos amarillezco y rojizos tiernos que mueren en carmesí. Cuando te enamoras cada cinco segundos de alguien diferente es uno de los síntomas que te lleva a esta terapia. Seguí en mi trance, y todas las voces del grupo seguían mezclándose en un menjunje de ingredientes deprimidos, donde no entendía nada.

“Se rompen, se destruyen, explotan, se desgarran, se hacen vacíos, se vuelven de piedra, se convierten en hierro o de madera. Todo porque siempre estaban dispuestos a dar mucho más de los que remotamente podían recibir. Todos ellos ya no laten de la misma forma. Eran capaces de hacer luces chiquititas en medio de las pupilas más tristes y convertirlas en felicidad sin fronteras. Sin embargo la pandemia de la soledad infectó de manera masiva todos los confines del mundo y solo los débiles de noble e inocente sentimientos no son inmunes a las consecuencias y terminan en una alta pila de cuerpos que cedieron a la fatalidad".

Me detuve. Todos lo hicieron. La sesión había acabado. El club debía cerrar. Pero yo me quedé, no conocía a nadie, nadie me conocía, sus historias  eran sinónimos de las mías, o en el peor de los casos analogías decadentes. Para mí el club sigue abierto, con franquicias en el altiplano, polo norte, Antártida, países nórdicos, Siberia, estrecho de Bering y todos recovecos glaciales del globo terráqueo que siguen demandado más sucursales. Las zonas más extremas son el lugar ideal para terminar de vaciar todos los litros de sangre que hacen posible la capacidad de exponer cariño hacia alguien.  

Siguen interminables filas de humanos hechos trizas, haciendo de su nombre una membresía en este selecto club de solitarios, pero que llegan con el fin de hacer un shopping infalible donde las ofertas se encuentran en los escudos y camisas anti balas, para que nadie perfore el pecho ajeno y enamoradizo. Evidentemente todo es metafórico. Yo estuve ahí un buen rato, solo hacia cameos para poder distraerme de la ciudad que parece un largometraje que cuando acaba vuelve a repetirse como un disco que pasa por la garra de un gato. Y ahí me sentaba detrás de los más anchos para no ser detectado a lo  Edward Norton en The fight Club.

De la misma manera el foco se iluminó dentro de la nubecita que emerge de mi cabeza, así de brillante se me ocurrió desatarme de mis nudos y decirle adiós a mis tornillos. Mi catarsis ideal era esa. Nunca me han gustado los psicólogos, porque es fácil mentirles y hacerles creer lo que te da la regalada gana. Por eso mi propia medicina es la mejor. El club de los corazones rotos no es más que otra de mis tantas  noches de insomnio en las que deambulo por la ventana tentado mi equilibrio en los tejados y viajando por el aire con ayuda de los estupefacientes más fieles, mis desilusiones. Touché. 



  Por Carlos Gerzon
Instagram: @elchicodelbusblog 

Comentarios

Entradas populares de este blog

SEX O'CLOCK Cap. 8 EVIDENCIAS

SIEMPRE NOS QUEDARÁ BUENOS AIRES Cap. #04 EL TIEMPO NO ES IGUAL PARA TODOS

NO SHAVE NOVEMBER