UNA ESCALA EN TUS TIERRAS MANSAS
Tuve este extraño sueño la otra noche, me desperté con mis manos ahorcando el libro que dejo antes de dormir en la mesa de noche, empapadas en sudor frio. Me sacudí los ojos en media oscuridad de la madrugada. Había soñado que mataba unos insectos que me provocaban fobias asquerosas, y el libro era supuestamente un insecticida potente.
Esa misma mañana levante mi pesado cuerpo y lo lancé a la calle en busca del ejercicio diario, al cual estoy a punto de renunciar por una extensa variedad de flojera condensada. Las pesas en el gimnasio son como ese somnífero que me adormece toda energía que mis músculos desean guardar quizás para el verano aun distante.
Me persigue sin cesar a mas de 200 kilómetros por hora, los exámenes del último ciclo. Estoy hecho una tetera a máxima potencia votando humos hasta convertirlo en señales de auxilio. Esta sensación me acompaña desde el almuerzo hasta la noche en que logro salir casi ileso de mis clases dejando por fin esa carpeta que en mis ojos rojos de tanto leer se vislumbra como una silla eléctrica.
Felizmente el celular siempre esta encendido y dispuesto a salvarme de cualquier sismo intelectual. Es ahí donde recibo la llamada de un entrañable amigo que tengo la suerte de que por ahora este visitando Lima. Maufer tiene el don de decir cualquier necedad y hacer que mi saliva salga disparada como artillería pesada de una carcajada intensa. Estábamos en mi auto. Yo manejo con los ojos al copiloto mientras hago de mi conversación un tráfico imposible. Sin ir más lejos no estacionamos frente al estrecho bar de siempre donde Joe el barman, conoce mi garganta mejor que nadie y siempre termina en el piso en ataques epilepticos sobrio cuando le cuento mis ocurrencias.
No me importaba la tarjeta en mi billetera que decía algo así como “licencia de conducir”. Tomé como camello haciéndose refill de agua. Mi lengua saltaba de histérica por todo el local. Era demasiada dosis de todo. Yo no dudaba en divertir mis músculos con rutinas de risas que hasta llanto deja y Joe lo sabe.
En medio trip desenfadado que fácil continuaría hasta los confines del mundo etílico hice sin querer una escala técnica debido a un abordaje inesperado. Ella se deslizo cual serpiente pitón que busca que alguien le muerda la manzana, por así decirlo. Y obviamente yo no soy de esos, pero aquella noche si lo fui. Así que seguí el ritual hasta que de un estrechón de mano despedí a Maufer y me fui con la dama.
El auto era un quilombo andante, los frenos se quejaban de ser despiadadamente ignorados por los límites de la velocidad sobre la ruta. El parabrisas no podía retroceder ante tanta primera fila de lo que pasaba en los asientos. Llegamos al edén de esta serpiente de cabellos hermosos que parecían, y no quiero sonar huachafo, fuego en una fogata sin malvaviscos.
No tuve tiempo de formalidades, su voz arraso conmigo como una brisa que no es brisa sino tornado y me llevo hasta su habitación. Ahí con su nariz blanca, se quedo paralizada por un buen rato, y yo me ponía cómodo contra el muro. Un silencio devoro el momento haciéndolo incomodo. Afortunadamente sé cómo romper el hielo y empecé a interactuar en una conversación amena. En el blanco di, cuando escuchaba que la conversación se hizo prioridad olvidándonos del asunto pendiente.
Pero eso dura lo que un suspiro, nada. A continuación mi mano toca la suya e hizo el corto circuito que fue el inicio de un electroshock leve. Recorrí sus labios como una manzana acaramelada, y mis manos se perdían en zonas restringidas. Sus piernas me prensaron de tal forma que quede en su cautiverio, a su merced. Pero siendo un diabético de primera, deje el dulce en mi boca dominara el resto de mi cuerpo. Y como si me hubiera inyectado un veneno paralizador me quede como un muñeco de trapo, sin poder hacer nada. Perdí el movimiento erótico que nunca fallaba en ocasione anteriores. Renunciaron mis bajos instintos en ese momento. Que paso con mi hambre carnívora? Note el que el veneno tambien la habia paralizado, ambos estabamos en la duda si succionarnos mutuamente el toxicio y seguir o simplemente abrazarnos bajo el amen de la ternura. Dos almas solas que quizas encontraron algo mas deep que solo sexo.
Ahí nos quedamos, bajo el techo mirando lo que nuestras narices apuntaban, la nada. El ruido del silencio se hacía cada vez más thriller. Como un suspenso que no acaba nunca en una escena de película de terror. Un miedo tonto carcomió mi garganta y los monosílabos se quedaban en el nudo que no podía desatar. Y soltaba una frasecitas que sonaban a voz de niña sin peinar.
Las llaves esperaban en la sala, y mi auto en el estacionamiento. Mis pies tenían que moverse aunque mis manos no querían soltar ni uno solo de sus cabellos. Pensé que sería víctima de una emboscada de mis propias pasiones que hacen de mis encuentros un desliz a la moral. Pero todo lo contrario pasó aquella noche. Quede con el gran signo de interrogación flotando sobre mi lóbulo izquierdo, seguido de un WTF.
Como un cenicienta que escucha las doce del narrador, salí atolondrado porque tenía que regresar a casa temprano. Pero no deje ni un zapato para un próximo evento. No pensé, no hablé, solo dije un diminuto chau, pero no porque no sentía nada, todo lo contrario porque algo se sintió en todo momento desde que la serpiente se volvió liebre en mis manos. No puedo decir nada porque nada hay que decir. ¡Qué tal aterrizaje NO forzoso diría yo!, fue una escala que a pesar de que parecía brava, termino siendo la más mansa y tierna de todas; pero si la liebre me vuelva a buscar en su difraz de serpiente estoy seguro que no dudare en seguir el ruido de su cascabel.
#G
Anoche, Gercar lo dijo
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