LOS HILOS DEL DESTINO 2



No toma mucho tiempo procesar la situación en la que te imaginas el día de tu muerte.  ¿Hay sangre? ¿Dolor? ¿Pánico? ¿Terror? Quizá satisfacción ¿Lagrimas? ¿Tristeza? ¿Una agridulce felicidad? ¿Alivio? No lo sé. Sigo vivo. Y quiero seguir estándolo siempre.  

La segunda vez frente a un arma, o al frente de una amenaza de muerte fue extraña. Era más fácil pensar, en que podría ser atropellado o que me pusieran alguna pepa en alguna bebida en algún bar de esos que abundan en el inframundo del viernes por la noche en la ciudad gris. 

Probablemente sea una señal, o la segunda. 

Era la madrugada del sábado, luego de un viernes por la noche cuando le dije a mi vieja que iría a estudiar finanzas a la casa de un amigo. Me vestí recatado para no levantar sospechas en la familia, todos estaban en la sala y yo me disponía a salir pero olvide ponerme un poco de perfume. Regresé y no me gusto lo que el espejo me devolvió, un look bastante desalineado digno de un “no me caso”. Me cambié de inmediato y salí a escondidas. 

Diego me esperaba en la puerta de su casa cual puta, porque siempre se niega a ir por su cuenta. Y yo por ser buen people lo recogí con mi auto. Él siempre colabora con un trago así que fresco, no me hago paltas. Unos patas más y sus amigas nos esperaban en el bar. Pero el frio de esa noche recuerdo que era octubre del año pasado. 

Llegamos al antro, la cola se redujo a una entrada vip especial para nosotros. Estaban todos en la barra, la tanda de shots nos dio la bienvenida y obviamente decirle no a un trago gratis es grosero. Adiós brevete y auto, hoy no manejo. Seguí en mi turno y me zampé con seco y volteado sin vuelto todas las rondas. También bailé como un trompo, floté como un globo, giré como un ovni y vomité como un caño abierto a su máxima expresión. Me senté. Me paré, me tropecé, me reí. Esa es la descripción gráfica de un buen viernes por la noche.  

Las escaleras estaban dispuestas a hacerme compañía sin burlarse de mis caídas, tambalearas ni mucho menos mi condición de bulto. Me senté en un rincón y espere a sentirme mejor. Resucité entre vasos de agua con hielos para ver el reloj. Entre todas esas escenas en blanco y negro veía luces que se prenden y apagan. Empecé a componerme. Había viajado y aterricé con los ojos ya no rojos. Como una oleada blanca mi cabeza recuperó el equilibrio velozmente. Regresé con los muchachos todos seguían en su ritual. Habían pasado solo un par de segundos desde que los dejé, para mí parecía unas horas. 

A paso lento, me las ingenié para evadir a las personas, el bar estaba insoportablemente lleno a más no poder. Entre tanto empujón y “permiso estoy pasando” “muévete”, me encontré con mi vecino Harold. No sabía mucho de él, solo que vivía 10 pisos más arriba de mi departamento. Muy a menudo me lo encontraba en el ascensor, pero no hablábamos. Sin embargo, aquella noche me reconoció y me saludó como su mejor amigo, cosas del alcohol. 

Me sentí como en la escena de la película  “13 going on 30” cuando la niña le dice a Jenna, “¿Por qué me hablas?, siempre me ignoras…” bueno algo así. Nunca hablábamos, éramos desconocidos, pero resulta que coincidíamos en los mismos lugares del salvaje mundo de la noche juerguera limeña, esos recontra tóxicos. 

Harold y yo congeniamos rápidamente, luego me percaté que tenia que buscar a mis amigos. Estaba yo recobrándome del abismo del trago, así que no podía quedarme quieto ni mucho menos regresar tan tarde. Le dije a mi vecino que cuando él decida irse me avisara y nos íbamos juntos. Tengo el auto. 

- "Vas a manejar asi?"- me preguntó.
- Estaré mejor en un rato. 

Regresé a la pista de baile y me desparramé sobre ella. Volví a tomar, volví a saltar, a girar, a cantar y gritar. Hasta que dije: ¡Basta! Eran las 5 a.m. y tenía que irme. Mañana me esperaban clases en la mañana y una parálisis en los pies en ese momento hizo que me sentará un buen rato. Nuevamente me encontré con Harold, mi vecino.  Mi mirada de zombi que quiere dormir, fueron sinónimos de “dime por favor que ya te vas”. 

- Ya me voy ¿vamos? - preguntó él. 

De un beso volado me despedí de todos. Entre tropiezos y empujones recuperé mi casaca del guardaropa. Harold y yo salimos del bar atravesando la manada de losers que aun esperaban entrar.  Mi cabeza regreso a su sitio, entre risas le contaba a Harold los por menores de mi durísima noche y él se reía de compromiso pude notarlo. Yo era un pobre chibolo insensato e intrépido que no sabía tomar. Eso debió pensar él que tenia 28 y yo apenas 20. Caminamos muchas cuadras buscando e lugar donde había estacionado el auto. 

Habíamos caminado poco, pero como era de esperarse mi fémur en complicidad de mis rodillas y tendones renunciaron a sostenerme en pie, por la flojera o rezagos del alcohol. Le pedí a Harold que nos sentáramos en una de las sillas de una calle de un solo sentido frente a un pizza hut. Él accedió mientras yo seguía contándole mis tonterías y él seguía escuchando y empezó a reír, aunque dijo algo que se volvería mi frase lapidaria:

- Deberíamos irnos de aquí, es peligroso. Vamos a sentarnos  en otro lado.
- Bah! que peligroso va ser, al frente hay gente comiendo y al otro lado gente esperando taxi, mas allá otros bares y discos llenos de gente… relaja.

Acto seguido una voz apareció de la nada.

- Te voy a matar conchetumadre - dijo un tipo que se detuvo frente a nosotros. 

Fue un momento tan absurdo y tan real. El dejavu más espeluznante salpicó en la punta de mi cabello más lejano y recorrió hasta el dedo chiquito del pie. “Que carajos…” pensé. ¿A quien se refería? ¿Me hablaba a mí o a Harold? 

La persona que había gritado era un chico de unos veintiséis años. Guapos, blanquito limeño, acompañado de otro chico. Me miró y yo lo miraba y luego le devolví la mirada a Harold y Harold me devolvió la suya “te está hablando a ti no a mí"

- Te voy a matar carajo, parate y pelea  ¡Párate! - el desconocido parecía salido de mis traumas escolares cuando me decían que me agarrara a trompadas con alguien y yo siempre arrugaba. Seguía gritándome y me pateaba los zapatos en señal de obligarme a ponerme de pie y retarlo. No podía pensar con claridad acaso ¿me conoce? ¿lo conozco?

Todo fue tan rápido que cuando dijo las siguientes palabras que ya había escuchado antes invoque incluso al Dios de Abraham en el cual no creo.

- Te voy a matar hijo de puta. Si a tí. Mira acá tengo una pistola (tocando su bolsillo derecho) ¿Quieres ver?  ¿quieres verla? - metió la mano a su bolsillo, y de la cual solo sacó aire, pero cuando hizo ese gesto de introducirse la mano dentro del pantalón, pensé que mi vida estaba a punto de caducar. No era broma. Un tipo absolutamente drogado me estaba amenazando de muerte sin ninguna razón aparente ¿Qué hice? A lo mejor también estaba en el bar y le vomite encima. No creo, se veía limpio, o quizá me conoce de otro lado.. o peor lo mando alguien a acabar conmigo. No sé. Es viernes por la noche, o sábado, todo puede suceder. 

- Lárgate infeliz o llamaré a la policía. Harold vámonos - dije poniéndome de pie. El otro chico se lo llevó y yo respiré aliviado. Pero no había terminado aún. 

- Ahora si conchetumadre. Te voy a asesinar - el loco regresó como un rayo a la velocidad luz y de un solo movimiento me levantó de la casaca al punto que yo tenía  mis pies colgando y su cara de yunque frente a la mía. No tenía pinta de delincuente, al contrario, era un chico bien vestido y con apariencia de joven rico con problemas.

Me zafé de sus puños, lo empujé a escasos centímetros de mí, y le dije: 

- Corre, ahora si llamaré a aun sereno maldito drogadicto. 

Su amigo reaccionó y le dijo “ya huevon vámonos, ya fue” y lo llevaba del brazo. Pero el infeliz regresó y me miró directamente como si me fuera a matar tan solo con la mirada. Y la cereza en el helado para terminar con este sin sabor fue que me dijo antes de irse:

- ¿Tienes un sol? Dame un sol. Una puta moneda, dame. 
- Lárgate – le dije y finalmente se fue perdiendo entre la gente. 

Harold, que estuvo sentado a mi costado en todo momento me dijo:  “Ahora si vámonos".

Encontramos mi auto y maneje. Estuve más sobrio que nunca. Durante el camino a casa no podía dejar de repasar lo que había sucedido con Harold ¿Qué hice mal esa noche?

- ¿Esto realmente ha pasado? -  le decía a Harold. ¿En qué momento el mundo se trastornó? ¿En qué momento cruce el espejo?  No es lo primera vez que me amenazan de muerte.  De hecho es la segunda vez con una pistola fantasma (en ninguna ocasión vi alguna). 

Harold se reía y a la vez se compadecía: “cálmate, ya paso".  Pero lo peor que Harold pudo decirme en ese momento, aunque luego me dio risa fue: “Te dije que no nos sentáramos ahí” ¬¬.

Llegamos al edificio, él se fue a su casa yo a la mía. Ya en mi cama con la cara perdida pensaba en todo. Dos veces en el mismo año ¿será que tenia los días contados? 

Espero que no. Aún no conozco París, Tokio ni Marruecos. Y antes de quedarme dormido, solo pensé: "Que la tercera no sea la vencida”.

Por Carlos Gerzon



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