CRÓNICAS DEL CAFÉ #EPISODIO IV UNA NUEVA ENSEÑANZA
En mi edificio vive gente muy particular. Personajes
salidos de alguna comedia o drama. Cucufatos, chismosos, egocéntricos y algunos
huachafos. Yo entraba en una categoria impronunciable.
Los pisos son rojos y resbaladizos, más
de una vez resbale torpemente cuando salía airoso y contento con mis patines
allá por los 90’s. Las paredes vestían desnudas el material de su
existencia: pálido y gris.
Yo solia subir hasta el último piso y
mediante unas escaleras auxiliares entraba a la azotea que me recibia con la
vista más increíble que podías tener en toda la ciudad. Ese solía ser mi lugar
favorito. Ahí fumaba clandestinamente mis primeros cigarros. Me aislaba de
todo y de todos. Cuando algo salía mal, era como un refugio. En esos años yo me
consideraba como una aguja en medio del pajar. Es decir, pensé ser el único
que sentía no pertenecer allí, hasta que se mudó al edificio el vecino.
Es
necesario regresar 5 años atrás, cuando lo vi por primera vez. Sus cabellos
eran del color de los saiyajin. Alto
como una estatua y frío como el marmol. Guapo, con todas las letras. No importa
quien subía al ascensor, cuando él entraba su cuerpo atlético robaba todas las
miradas. “Debe ser modelo” pensé más de una vez. Su forma de vestir es muy a la
vanguardia. Un chico fashion en mi edificio era necesario en esos tiempos. Parecía
salido de una revista.
Yo tenia 18 años cuando lo vi entrar
por la puerta cargando una pesadas cajas usando un polo sin mangas. El día de
su mudanza. Pero no me atreví a hablarle nunca. Su mirada era
intimidante y su expresión indiferente. No saludaba a nadie, siempre pasaba de
largo por el pasillo, entraba al elevador, presionaba el botón y mas
nada.
Aún recuerdo con algo de vergüenza
como fue la primera vez que cruzamos una palabra. Yo no lo sabia, en el mismo
piso donde vivía él también estaba una chica que solía ser mi amiga. Un día use
las escaleras porque el elevador no funcionaba. Subí diez pisos más arriba para
buscar a mi amiga y llegué tan agotado que solo toqué el timbre, pero nadie
respondió, luego toqué con el puño, aún nada, se escuchaba música. Finalmente
le di tremenda patada de la cólera de haber escalado tanto para que nadie me
respondiera. Al instante, la puerta se abrió y salió él. El vecino.
- Perdón - le dije, al darme cuenta que me había equivocado de puerta.
- No te preocupes, chau - me sonrió como telenovela y cerró la puerta.
Fue un inocente lapsus. Si vivieran
en mi edificio verian lo confuso que és y lo fácil que es equivocarse de puertas.
Al menos sabía donde vive el chico top model. Rubio y misterioso,
con buenos brazos y piernas (puedo verlas cuando sale a correr por las
mañanas). Tenia ganas de equivocarme de puerta de nuevo, pero no seria
necesario, él abriría esa puerta y me invitaría a pasar… Pero me estoy
adelantado mucho a esa parte de la historia.
Noviembre 2011
Volviendo al tiempo presente. Yo acababa de terminar la universidad. Ocupado en mis practicas profesionales, mis nuevas metas y nuevos amigos. Mi vida social estaba on fire. Raves en la playa, fines de semana con mi amigo Dante y tratando de olvidar a mi querido amigo straight que ahora andaba enamorado de su chica.
Un día en el trabajó mientras hacia
practicas en una aerolínea en el área de recursos humanos, sucedió algo insólito.
Yo bajaba de la cafetería después de
almuerzo y salí a “echarme un humito”, como decía una de las instructoras que
trabajaban conmigo. Encendí mi cigarro y
no estaba seguro de lo que estaba viendo. Hasta que se acercó a mí un chico y
me hizo una pregunta:
-
Hola, vengo a una entrevista – su voz suave y de
buena gente.
Mis ojos se abrieron más de la
cuenta, y se me escapo una sonrisa. Lo reconocí a medias, pero tenia que estar
seguro antes de cometer una indiscreción. Observé que llevaba una camisa blanca
y delgada, pude ver a través de ella y distinguir su piel tatuada.
No cabe duda. Ese tatuaje lo
conozco.
Sus músculos estaban escondidos
bajo una vestimenta casual, como para una entrevista laboral. ¡Es Ross! ¡El
chico de los tatuajes! (Leer Crónicas del café Episodio III)
Actué como si no lo hubiese
reconocido, y él hizo lo mismo. Le indiqué por donde ir. Él me sonrió en todo
momento y cuando se fue a la oficina que buscaba me guiñó el ojo.
En ese momento corrí hasta mi
sitio y cogí mi celular. Pero no había nadie a quien contarle. Dante estaba de
viaje y no podía responder. Olvidé todas las reglas de dignidad y descargué grindr, nuevamente, para mapearlo y
tenerlo localizado. Quería hablar con él.
Luego de veinte minutos salió de
la entrevista y al verme se despidió de mí.
¿Qué creen que hice?
Llámenme tonto. Pero yo vi todo
esto como una señal del destino. Esto no lo estoy inventando.
Lo seguí.
Una cuadra más adelante por
detrás le toqué el hombro. Y lo salude:
-
Hola – lo salude con temor a que no me reconociera.
-
Hola – respondió sonriendo.
-
¿Cómo has estado?
-
Bien y ¿tu?
-
Pensé que no me habías reconocido – le aclaré.
-
Si te reconocí.
-
¿Así?
-
Si. Estaba esperando que vinieras detrás de mí para
conversar.
Esa seguridad arrogante pero
excitante es lo que recuerdo de él. Y ahí estábamos los dos, caminando por
Miraflores. Llegamos hasta un supermercado. Él quería comprar unas cosas y yo
lo acompañe.
Pero, estamos hablando de Ross.
Este encuentro no seria solo cualquier encuentro. Yo tenia que volver a mi
trabajo y él tenia que irse.
-
Dame tu teléfono – me dijo. Se lo di todo. Cada
número.
Llámenme imbécil. Pero, ¿Se
acuerdan que él tenia novio? Pues. Yo lo olvide. O quise olvidarlo.
-
Ya me tengo que ir – le dije
-
Espera, ven – Ross me jaló del brazo hasta el baño
del supermercado y ahí sin nadie a la vista me plantó un beso que alboroto
todas mis hormonas al instante. No era un beso cualquiera. Eran los labios de
Ross y sus manos comenzaron a meterse por debajo de mi camisa. Recordé cada
instante de aquella vez en su depa.
Aquel momento en llamas solo duró
un par de minutos. La puerta del baño se abrió y entró alguien más. Ambos
disimulamos. No se dieron cuenta. Mientras él se lavaba las manos y mojaba su
cabello, me dijo:
-
Dejémoslo para otro día.
-
Esta bien – le dije.
-
Tengo que irme.
-
Yo también.
Salimos del supermercado y cuando
se alejó unos cuantos pasos volteó a decirme lo que yo había olvidado o quise
olvidar.
-
Porsiacaso sigo con novio.
Y ahí quede. Inmóvil y sintiéndome imbécil.
Al anochecer, el taxi me dejó en la puerta
de mi edificio. Yo estaba cansado y cabizbajo.
Eran cerca de las nueve de la noche. El ascensor estaba a punto de subir
y lo detuve con la punta del dedo meñique del pie, literal; y dentro como una
joya en una cajita, se encontraba él: mi vecino.
Aún vive aquí, pensé. Han pasado
tantos años (5 años), que me había olvidado de él. Es como un buen vino este
tipo, se ve mejor que antes. Debe tener 32 años y yo tengo 22 (mi cumple se
acercaba). Lo saludé, sin esperar que me devolviera nada más que un saludo.
Él también me saludó y al verme
agitado y cansado, me comentó:
-
Día largo.
Suspiré del cansancio y asentí
con la cabeza. Luego
de esa noche, comencé a verlo a diario, casi siempre en el ascensor. Cuando
llegaba del gimnasio o de correr, sudadito y la piel dorada, el cabello húmedo.
Pero no hablábamos, solo un saludo de hola y era todo. Tenia ese porte y actitud
que hablan por si solos "Lo sé. Soy irresistible".
En esos días sentí la necesidad de
salir todas las noches. Reencontrarme con Ross fue excitante, pero también
decepcionante. Nunca me escribió ni me llamo. Y es mejor.
Recuerdo fue un jueves y mi amigo Dante
estaba en Lima. Salimos a tomar un trago, yo necesitaba contarle todo. Estábamos tomando maracuyá sour en
un bar en la azotea de un hotel. Yo empezaba a arreglarme más y vestirme un poco
más chic, el mundo donde yo estaba viviendo lo exigía. Poco a poco me iba convirtiendo
de amateur a pro. Cada vez la pasaba mejor, conocí chicos, pero siempre
esperaba alguien que me dejara sin palabras. Aún no llegaba nadie como mi amigo
straight.
En un momento de la noche, cerca a la
barra me pareció ver un rostro familiar. Envuelto en unos pantalones slim fit
de color rojo, y una camisa blanca. Yo lo conozco, pensé.
Es mi vecino. Con copa en mano y
echando el humo del cigarro como James Dean. Mis sospechas eran ciertas, él
también es gay.
La cabellera más rubia que nunca y
con un carisma que no reconocí en él. Siempre serio e indiferente en el
ascensor, pero esa noche, hablaba y reía con todos. Me miró cuando lo miraba
y así nos quedamos hasta que finalmente me levantó la ceja acompañada de un
saludo. Me reconoció y me acerqué pensado que tal vez el alcohol ya se había
apoderado de mí y me daba algo de valor. Y luego del saludo, pudimos conversar
y por fin pude saber su nombre, Henry.
Vecino sonaba mejor.
Mi embriaguez no estaba del todo
cuantiosa, aun podía conversar. Finalmente estábamos conociéndonos. Cuando
me contó que es diseñador de modas, no me extraño para nada. Eso explicaba sus outfits a
la vanguardia. Él vestía sus propias creaciones, en varios
estilos, desde Color Block a estampados Art deco.
En ese tiempo solía salir
en auto algunos días, para medirme y no tomar tanto. Al ser
vecinos le ofrecí llevarlo hasta el edificio más tarde. Él
dijo que si.
Cuando ya sentí que el alcohol podía
perjudicarme. Dejaba de tomar y pedía agua. Hasta sentirme mejor.
Luego de un par de horas Dante se fue, y Henry
al verme solo se acercó.
-
Creo que ya me voy- le dije.
-
Me despido de mis amigos, y nos vamos. – me dijo.
Subimos al auto y él lejos de preocuparse, sonrió y
preguntó sarcásticamente.
-
¿Vas a manejar en ese estado?
-
He manejado más ebrio otras veces. No temas
Arranqué el auto y en menos de quince
minutos ya estábamos en el edificio. Eran cerca de las tres de la madrugada. Yo
aún estaba un poco sentido por el alcohol. Él apretó el botón, y no dejó que
apretará el de mi piso.
-
Vamos a tomar un vino - me invitó.
Entramos a su depa. Nos sentamos en
el sofá, conectó su celular a la pared porque la batería estaba muerta. Y conversamos
de tantas cosas. Hablamos de la vida misma, desde cuando vive aquí y
que es lo que hace. Nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común. Me
comentó, que se mudaba a Madrid en un par de semanas.
-
Me acuerdo de ti, cuando eras un chibolito-
Decía mientras acababa su copa. Y yo le respondí.
-
Claro, cuando eras un presumido que
no saludaba a nadie - ambos nos reíamos.
-
Créeme, yo andaba en Marte. Siempre he sido distraído
- me respondió.
Desde su ventana en el piso diez, la
vista era mejor que la de mi departamento.
-
Hay muchas estrellas hoy, casi no salen - comenté.
-
Si, pero no se ven tan bien desde aquí como se
verían desde la azotea - añadió.
Lo mire a los ojos un buen rato, y
él también. Ambos callados.
Henry cogió ambas copas y las puso en
la mesa.
-
Vamos – dijo.
Luego sin pensarlo dos
veces tomamos el ascensor y subimos hasta el último piso. Usamos las
escaleras auxiliares, nos escabullimos por las rejas y como desatando la pita
que abrió una envoltura que había esperado años nos besamos como a 80 metros de
altura y con ese beso vi más estrellas que las que
estaban allá arriba.
Con las luces de la ciudad en blanco
y amarillo. El vino ayudó a aderezar el momento. Le abrí la camisa con los
dientes y le bajé el cierre. Yo no se como, pero ya estaba con los pantalones
abajo. Sentí el aire frío, pero no importa. Su cabello rubio volaba con el
viento de la madrugada. Los aviones, podrían estrellarse, al vernos en lo alto
de ese edifico, como Adán y Eva (u otro Adán). El vecino es
guapo con y sin ropa, estaba armado de buenas manos
que sabían tocarme en los lugares claves, y su pene era una de los más
grandes que había visto hasta ahora. No hubo titubeos
para besarle en cada centímetro de su cuerpo desnudo y me
tomé más tiempo en las zonas más grandes de su entrepierna.
Sin ninguna negación continuamos en silencio sin decir palabra alguna
durante ese momento, no queríamos despertar a nadie, porque el sol
estaba a unos minutos de salir. No era necesario desnudarnos,
verlo con la camisa abierta y los pantalones abajo y su cuerpo formando una S
esbelta me excitó. Su cabello rozaba mi nuca cuando me sometió al aire libre.
Luego de esa noche sentí que la espera
había valido la pena. Aunque, en realidad no hubo espera. Yo jamás me imaginé lo
que iba a suceder. Lo que es innegable es que desde la primera vez que lo vi, me
sentí atraído, como todos y todas.
Sin embargo, a los pocos días dejé de
tener noticias de él. No lo veía en los bares ni en el ascensor. Se acercaba mi
cumple y quise invitarlo. Entonces le escribí un mensaje de texto para saber
que hacia, y me dijo que andaba ocupado, no podía ir pero que uno de estos
días, cuando tenga algo de tiempo, me invitaba a tomar un café o una copa de
vino.
Pasaron más días, y no supe nada,
absolutamente. Por curiosidad vi que subió una foto en facebook, se
le veía bien y contento, pero esperen un segundo, esa ciudad no parecía Lima.
Estaba en Madrid, no de visita, ahora resulta que vive allá. Y recordé lo
que me dijo de mudarse. Sentí una gran nostalgia y al mismo tiempo mucha frustración
cuando me percaté de su estado: “En una relación”.
Y así fue este café.
Cuando te gusta la cena repites el plato, y si hay
postre, te chupas hasta la cuchara. Pero si te ponen a dieta a la fuerza, no
hay más que hacer que seguirla. Henry ya no estaba. Mi edificio volvió a ser el
mismo lugar aburrido de siempre. Me hubiese gustado salir con él más
seguido, lástima que nos conocimos muy tarde. Ya me imaginaba saliendo con él a
juerguear y regresando juntos a mitad de la noche.
-
¿No te habrás enamorado como siempre? – me preguntó
Dante cuando le conté toda esta historia.
-
Era un gran prospecto para amigo.
-
O amigo con beneficio – dijo él.
-
Si…
-
¿Y el de los tatuajes?
-
Ese huevon. Ya no importa.
-
¡Por fin te escucho decir algo sensato! Estas aprendiendo
– exclamó Dante.
-
Una nueva enseñanza, Yoda. Aprender debo – le dije.
-
"No esperes que una noche de sexo, sea el
inicio de un cuento de hadas"
Poco a poco yo agarraba terreno en el mundo limeño.
Cada vez esperaba menos de los chicos. O ese pensé…
Continuará…
Leer episodio anterior El ataque de los tatuajes
Por Carlos Gerzon
Para blog My Looking Glass Stories
Comentarios
Publicar un comentario
Continua leyendo