STALKER ILUSIONADO CAP. #01 LOS CHICOS DE LA BANDA
A mí me sucedía algo muy curioso cuando era adolescente, creía que el solo hecho de pensar a diario en esa persona es suficiente para decir “estoy enamorado”; tenía tan solo doce años, estaba en el colegio y vivía en un mundo que no estaba listo para mi, quizá aun no lo está. Sin embargo, ese no era mi único problema, ademas del acné, la presión social, el bullying y la ausencia de amigos, también tenia que lidiar con el hecho de que no tenia a quien contar todas mis cosas, por más mínimas que estás fueran. Ser gay tan joven a inicios de los 2000's te limitaba demasiado y más si estudiabas en un colegio católico y machista, donde los adultos creían que los niños son estúpidos y que pueden engañarlos con cualquier juego de palabras. Nos programaban como un chip para ser "buenos, exitosos y ricos". Sentimos esa presión encima, la gran responsabilidad de no decepcionarlos. Ocultarles quien eres para que no te odien.
Supe que no era igual que el resto de los chicos, yo era diferente. No sabia exactamente que es ser gay, ni tampoco sabia que no es bueno ilusionarse de cualquier chico, mucho menos cuando este chico no es gay. Aprendí a guardar secretos, a ver al resto como podían ser libres sin ser discriminados y, lo peor, aprendí a callar lo que sentía.
Supe que no era igual que el resto de los chicos, yo era diferente. No sabia exactamente que es ser gay, ni tampoco sabia que no es bueno ilusionarse de cualquier chico, mucho menos cuando este chico no es gay. Aprendí a guardar secretos, a ver al resto como podían ser libres sin ser discriminados y, lo peor, aprendí a callar lo que sentía.
2001
Eran inicios de la secundaria, yo en primero de media y el año comenzaba con pantalones acampanados sacados de "fiebre de sábado por la noche", Shakira se volvió rubia y cantó en inglés, sonaba en las radios Britney Spears, Aguilera y una Madonna aun dando que hablar.
Dicen que el primer amor empieza en el colegio, estarán de acuerdo conmigo que a esa edad siempre volvemos una religión ese sentimiento inmaduro y precoz que sentimos por nuestro primer crush. Todos tienen deseos de hablar de esa persona que ocupa por el momento el 95% de tus neuronas. Yo no fui ajeno a esa epidemia.
Dicen que el primer amor empieza en el colegio, estarán de acuerdo conmigo que a esa edad siempre volvemos una religión ese sentimiento inmaduro y precoz que sentimos por nuestro primer crush. Todos tienen deseos de hablar de esa persona que ocupa por el momento el 95% de tus neuronas. Yo no fui ajeno a esa epidemia.
Dicen que nunca olvidaras la época escolar, dicen que es la mejor. En mi caso tengo amnesia selectiva porque no me agradaba mucho, sin embargo la rosa en medio de tantas espinas y hierba mala, se llamaba C; un chico de la banda escolar que tocaba la tarola haciendo bailar las baquetas en sus manos. C tenia los ojos color caramelo o verdes muertos en pardo como un juego de brillantes que alumbraban, junto a su sonrisa, la formación de cada lunes por la mañana. Sus dedos parecían dos varitas mágicas que convertían el golpe en música al instante.
Yo no lo había visto jamas, sin embargo en mi clase de música habían tres chicas que siempre hablaban de él, nunca presté atención hasta que el profesor me indicó que, a pesar de que no sabia tocar bien la tarola, la única forma de aprender es bajar todos los lunes por la mañana a la formación y aprender practicando bajo presión. El primer lunes que me tocó bajar, supe que no podía hacerlo, no podía tocar bien el maldito tambor, solo quiero pasar el curso de música. Lo peor fue cuando el profesor alzó las manos en señal de que la música de la banda debe detenerse para que el director comenzará con su discurso y yo no estuve prestando atención, de repente hubo un silencio abrupto y yo era el único que siguió tocando el tambor. La mirada del profesor fue letal, y todo el resto de la bando volteó a la última fila a verme, no solo no me detuve, sino que ademas estaba tocando cualquier cosa menos la melodía que el resto tocaba. Las tres chicas de mi clase se reían de mí, en ese momento lo ví a él, sus ojos se clavaron en mí como si hubiesen visto un marciano.
De regreso al taller de música, todos dejaban los instrumentos para ir a clases después de la formación. Las tres chicas de mi clase conversaban con C, y sentí sus miradas hacia a mí con un tono de burla. Los días jueves nos tocaba clase de música a esas tres chicas y a mí, el profesor salió a una reunión y nos dejaron solos. Ellas comenzaron a hablar de C, "es guapísimo", "¿tendrá novia?", "Y tú ¿qué opinas?", preguntaron ellas dirigiéndose a mí. "No sé quien es", respondí. Tanto hablaron de él que despertaron en mí cierta curiosidad y al siguiente lunes en la formación cuando él subió a recoger su tarola, me detuve a verlo. Habra sido que me condicionaron los comentarios sobre él o no se, pero cuando lo ví sentí que se rompió el cielo y cayó este arcángel de piel trigueña. Es muy atractivo, ellas los admiraban como a una musa que en lugar de tocar el arpa, hacia del tambor la melodía oficial del Edén prometido. Y allí empezó todo.
Cada lunes era como ritual verlo llegar, y lo hermoso que se ponía cuando fruncía el ceño mientras la concentración lo poseía entero. Mis oídos de esa edad no son los mismos de ahora, pero inmerso en el recuerdo la música que hacia con el instrumento de percusión viene a mí en formato mp3, muy melodiosa, digna de un grammy y doble disco de platino. Algunas personas creen que el saxo es el instrumento más romántico, sin embargo para mí era otro, uno menos armonioso, menos lirico, más estrepito; el tambor se había convertido en mi juguete favorito remplazando al piano.
Habían pasado casi dos meses desde que entré a formar parte de la banda escolar. Empecé por lo básico, solamente sabía que aquel cuero de animal se golpeaba a sangre fría con dos palitos. No sabía cómo hacer el redoble, ni el ritmo de marcha, nada. Para mí estar en la banda es pasar talleres de manera fácil.
C era el alumno que mejor sabia tocar la tarola, hacia buena música con sus baquetas El profesor siempre lo ponía de ejemplo y, como le dedicaba más tiempo a enseñar a los alumnos que tocaban instrumentos de viento, le encargaba a C enseñarnos a mí y al otro aprendiz a tocar correctamente el tambor. Yo tenía que aprender el ritmo del tambor pronto y si no me lo aprendía repetiría el curso. C no mostraba ni el más minúsculo apego y disposición a instruirme, muy a pesar de que el maestro de música prácticamente se lo imponía. Él solo nos decía, a mí y al otro aprendiz, "practiquen el redoble en todas las superficies posibles, en la pared, en la carpeta, si quieres en tu cabeza. No necesitan el tambor para aprender eso", y luego se iba.
Varias chicas morían por él, en verdad era un muchachito muy guapo, pero de ángel solo la cara porque, por el contrario, él era presumido, egocéntrico y cruel. Sus ojos acaramelados eran una dieta diabética para todos aquellos como yo que debían resistir comérselos. A veces tuve la sensación que era medusa, si lo miraba a los ojos me convertía en piedra.
Cada vez que me lo cruzaba por casualidad o adrede, el mundo le declaraba la guerra a todos mis nervios y colapsaban, y subía a las nubes solo para verlo caminar. Nunca antes había sentido estas ganas de ver a alguien como quería verlo a él; pero ¿como era posible? Él es un hígado, antipático, presumido y burlón. Se mofaba de mí porque no podía tocar el maldito instrumento. Aun así la fuerza de atracción era incontrolable. Era un caso de amor-odio, bendita-maldita yuxtaposición que nos hace prisioneros de deseos escandalosos o reprimidos, quien sabe a que se deba, muchas veces el cuerpo reacciona como menos te lo esperas.
Yo no lo había visto jamas, sin embargo en mi clase de música habían tres chicas que siempre hablaban de él, nunca presté atención hasta que el profesor me indicó que, a pesar de que no sabia tocar bien la tarola, la única forma de aprender es bajar todos los lunes por la mañana a la formación y aprender practicando bajo presión. El primer lunes que me tocó bajar, supe que no podía hacerlo, no podía tocar bien el maldito tambor, solo quiero pasar el curso de música. Lo peor fue cuando el profesor alzó las manos en señal de que la música de la banda debe detenerse para que el director comenzará con su discurso y yo no estuve prestando atención, de repente hubo un silencio abrupto y yo era el único que siguió tocando el tambor. La mirada del profesor fue letal, y todo el resto de la bando volteó a la última fila a verme, no solo no me detuve, sino que ademas estaba tocando cualquier cosa menos la melodía que el resto tocaba. Las tres chicas de mi clase se reían de mí, en ese momento lo ví a él, sus ojos se clavaron en mí como si hubiesen visto un marciano.
De regreso al taller de música, todos dejaban los instrumentos para ir a clases después de la formación. Las tres chicas de mi clase conversaban con C, y sentí sus miradas hacia a mí con un tono de burla. Los días jueves nos tocaba clase de música a esas tres chicas y a mí, el profesor salió a una reunión y nos dejaron solos. Ellas comenzaron a hablar de C, "es guapísimo", "¿tendrá novia?", "Y tú ¿qué opinas?", preguntaron ellas dirigiéndose a mí. "No sé quien es", respondí. Tanto hablaron de él que despertaron en mí cierta curiosidad y al siguiente lunes en la formación cuando él subió a recoger su tarola, me detuve a verlo. Habra sido que me condicionaron los comentarios sobre él o no se, pero cuando lo ví sentí que se rompió el cielo y cayó este arcángel de piel trigueña. Es muy atractivo, ellas los admiraban como a una musa que en lugar de tocar el arpa, hacia del tambor la melodía oficial del Edén prometido. Y allí empezó todo.
Cada lunes era como ritual verlo llegar, y lo hermoso que se ponía cuando fruncía el ceño mientras la concentración lo poseía entero. Mis oídos de esa edad no son los mismos de ahora, pero inmerso en el recuerdo la música que hacia con el instrumento de percusión viene a mí en formato mp3, muy melodiosa, digna de un grammy y doble disco de platino. Algunas personas creen que el saxo es el instrumento más romántico, sin embargo para mí era otro, uno menos armonioso, menos lirico, más estrepito; el tambor se había convertido en mi juguete favorito remplazando al piano.
Habían pasado casi dos meses desde que entré a formar parte de la banda escolar. Empecé por lo básico, solamente sabía que aquel cuero de animal se golpeaba a sangre fría con dos palitos. No sabía cómo hacer el redoble, ni el ritmo de marcha, nada. Para mí estar en la banda es pasar talleres de manera fácil.
C era el alumno que mejor sabia tocar la tarola, hacia buena música con sus baquetas El profesor siempre lo ponía de ejemplo y, como le dedicaba más tiempo a enseñar a los alumnos que tocaban instrumentos de viento, le encargaba a C enseñarnos a mí y al otro aprendiz a tocar correctamente el tambor. Yo tenía que aprender el ritmo del tambor pronto y si no me lo aprendía repetiría el curso. C no mostraba ni el más minúsculo apego y disposición a instruirme, muy a pesar de que el maestro de música prácticamente se lo imponía. Él solo nos decía, a mí y al otro aprendiz, "practiquen el redoble en todas las superficies posibles, en la pared, en la carpeta, si quieres en tu cabeza. No necesitan el tambor para aprender eso", y luego se iba.
Varias chicas morían por él, en verdad era un muchachito muy guapo, pero de ángel solo la cara porque, por el contrario, él era presumido, egocéntrico y cruel. Sus ojos acaramelados eran una dieta diabética para todos aquellos como yo que debían resistir comérselos. A veces tuve la sensación que era medusa, si lo miraba a los ojos me convertía en piedra.
Cada vez que me lo cruzaba por casualidad o adrede, el mundo le declaraba la guerra a todos mis nervios y colapsaban, y subía a las nubes solo para verlo caminar. Nunca antes había sentido estas ganas de ver a alguien como quería verlo a él; pero ¿como era posible? Él es un hígado, antipático, presumido y burlón. Se mofaba de mí porque no podía tocar el maldito instrumento. Aun así la fuerza de atracción era incontrolable. Era un caso de amor-odio, bendita-maldita yuxtaposición que nos hace prisioneros de deseos escandalosos o reprimidos, quien sabe a que se deba, muchas veces el cuerpo reacciona como menos te lo esperas.
Dicen que en la adolescencia todos quieren tener sexo y contárselo a todo el mundo, ese no era mi caso, por él nunca sentí algún deseo carnal, todo lo contrario, cuando lo veía sentía el recorrido de una sustancia más dulce que la sangre con glucosa recorrerme. El primer latido de mi corazón enamorado lo provocó él y lo supe porque me lo decia el cosquilleo en el estomago, los nervios de punta, mi timidez más brillante que el sol y un tartamudeo que yo desconocía; todos esos síntomas me hacían preguntarme ¿Es esto enamorarse?
Estábamos a mitad de año y practiqué todo lo que pude, por más que intenté conversar con él, fue imposible, era malhumorado y fácil de irritar. Aun así me gustaba, y quería contárselo a alguien, quería que alguien más supiera todo lo que sentía. Necesitaba consejos y tácticas, pero nunca las obtuve porque en esos años yo no tenía amigos en el colegio. Siempre fui la oveja negra (o rosada) de mi salón. Una de las chicas de mi clase de música, la más gordita, también le gustaba C y una vez la escuché hablando con las otras dos: “Vamos a conseguir su número telefónico". Tuve claro que C no es gay, sin embargo si él podia ser amigo de esas chicas también podría ser mi amigo. A la gordita le gustaba mucho C, y la única manera de acercarme a él era mediante ella, y decidí ayudarla a conseguir el número de su casa (nadie en ese tiempo tenia celular).Un lunes mientras todos bajaban a la formación, las tres chicas y yo nos quedamos en la oficina del profesor de música, sacamos la lista de todos los alumnos de la banda de un folder y copiamos el número. "¿A ti también te gusta C?", me dijo la gordita. "Claro que no", le respondí. "Si, como no...". Luego bajamos a la formación.
Al regresar a casa por la noche, quise llamarlo, pero me arrepentí. Pasaron los días y el domingo por la noche me decidí, no sé de dónde me crecieron las pelotas para hacerlo, no debí porque C haría que mis apenas 12 años de vida se rompieran en mil pedazos de vergüenza. Cuando contestó el teléfono le dije quién era:
- Hola
- ¿Quien eres? - respondió C.
Su voz se notaba incómoda y lo sentí muy molesto, como es posible que alguien se atreviese a llamarlo para un asunto del colegio, mi voz se entrecortaba y él solo gritaba.
"No te escucho, HABLA MÁS FUERTE!"
Todo se puso en blanco en mi mente, me di cuenta que había llegado tan lejos como para quedarme callado. Y le dije intimidado y hundido en mí con la voz más quebrada que un llanto de sepelio.
- Queria saber donde puedo conseguir las baquetas con punta de goma que tienes tú
- fue lo único que se me ocurrió.
- ¿para eso me llamas? - dijo él.
- Bueno yo...
Mi corazón latia desesperado.
- ¿Quien te dio mi número? - preguntó C molesto.
No sabia que decirle. Lo único que se me ocurrió fue gritarle:
- “Me enseñas a tocar como tú”.
- Queria saber donde puedo conseguir las baquetas con punta de goma que tienes tú
- fue lo único que se me ocurrió.
- ¿para eso me llamas? - dijo él.
- Bueno yo...
Mi corazón latia desesperado.
- ¿Quien te dio mi número? - preguntó C molesto.
No sabia que decirle. Lo único que se me ocurrió fue gritarle:
- “Me enseñas a tocar como tú”.
Él se quedó en silencio largo rato, pero no colgó. Creí haber escuchado que masticaba cereales, y finalmente me dijo: "ok, mañana lunes, te enseñaré”.
El lunes llegué a la formación matutina tarde y más rojo que una botella de ketchup. Dios que he hecho, debo ser la persona más estúpida del planeta. Bajé con el tambor y me puse a dos personas detrás de él. Él tocaba y tocaba y yo miraba y miraba. El rojo de mi cara no se aminoraba ni depreciaba. Cuando acabó el himno nacional se acercó y me dijo “la próxima vez que quieras que te enseñe algo, levántate más temprano los sábados"
Las chicas de mi clase y yo fuimos los últimos en dejar los instrumentos. El profesor de música se acercó a mí y delante de ellas me encaró:
- ¿De donde sacaste el número de C?
Sentí que me iba a dar un infarto. Me puso rojo y por dios que casi lloró cuando el profesor insistía en su pregunta. Debe ser por lastima o culpa, pero la gordita me salvó la vida. "Yo le dije que lo llamará".
- "Esa información es confidencial, sabia eso ¿no?" - dijo el profesor
- "Perdon profesor" - dijimos todos. Luego él se fue.
La gordita a solas me buscó y me dijo a sangre fría:
- ¿Por qué lo llamaste? ¿Tanto te gusta?
- Lo llamé porque sino aprendo a tocar el tambor me van a jalar y mi vieja me mata, no seas mal pensada.
- Ok, pero te gusta.
Como disfrutaba verme acorralado aquella chica. Sin embargo, el problema más grande estaba por venir. Cada fin de semana se juntaba toda la banda a ensayar, ensayos a los cuales yo no asistía, porque la pereza hacía un manifiesto colosal y titánico que no me permitía levantarme temprano los sábados. El ensayo se dividía en dos grupos, de 9 am a 10am practicaban los alumnos que tocaban instrumentos de viento tales como trompetas, clarinetes, saxos, trombones, tubas y similares. De 10am a 11 am era el turno de los instrumentos de percusión, liras, panderetas, bombos, napoleones y tarolas; y finalmente los tambores, o sea nosotros. Eramos solo tres él, yo y el otro aprendiz.
Las chicas de mi clase y yo fuimos los últimos en dejar los instrumentos. El profesor de música se acercó a mí y delante de ellas me encaró:
- ¿De donde sacaste el número de C?
Sentí que me iba a dar un infarto. Me puso rojo y por dios que casi lloró cuando el profesor insistía en su pregunta. Debe ser por lastima o culpa, pero la gordita me salvó la vida. "Yo le dije que lo llamará".
- "Esa información es confidencial, sabia eso ¿no?" - dijo el profesor
- "Perdon profesor" - dijimos todos. Luego él se fue.
La gordita a solas me buscó y me dijo a sangre fría:
- ¿Por qué lo llamaste? ¿Tanto te gusta?
- Lo llamé porque sino aprendo a tocar el tambor me van a jalar y mi vieja me mata, no seas mal pensada.
- Ok, pero te gusta.
Como disfrutaba verme acorralado aquella chica. Sin embargo, el problema más grande estaba por venir. Cada fin de semana se juntaba toda la banda a ensayar, ensayos a los cuales yo no asistía, porque la pereza hacía un manifiesto colosal y titánico que no me permitía levantarme temprano los sábados. El ensayo se dividía en dos grupos, de 9 am a 10am practicaban los alumnos que tocaban instrumentos de viento tales como trompetas, clarinetes, saxos, trombones, tubas y similares. De 10am a 11 am era el turno de los instrumentos de percusión, liras, panderetas, bombos, napoleones y tarolas; y finalmente los tambores, o sea nosotros. Eramos solo tres él, yo y el otro aprendiz.
Escuché que él iba desde las 9am porque se tomaba muy en serio el ensayo y practicaba solo. No le gustaba ser interrumpido. Era maniático, y tenía sentido todo cuando escuche que tenía una banda de rock y él tocaba nada más y nada menos que la batería, inclusive compro un par de baquetas doradas. Cuando llegaba el turno de los tambores llegaba el otro aprendiz y el le dedicaba escasos 3 minutos luego seguía su ensayo en solitario.
Unicamente fui un sábado a los ensayos, y no para aprender, sino por él, quería verlo. Cuando llegué aquel sábado al colegio, C conversaba de lo más divertido con el otro aprendiz, ¿Por qué conmigo no quiere hablar? ¿Sabrá que le gusto? dios mío... ¿Se habrá dado cuenta? ¿Será que no debo seguirlo todos los días hasta el paradero a la hora de la salida? prácticamente era su sombra, a cualquiera le molesta eso y más si un chico sigue a otro.
Sin embargo su ego era gigante, y probablemente creyó que yo lo admiraba porque sabia tocar. Tonterías, si supiera que me había enamorado de él quizá hasta me daba una paliza. Aquel sábado fue un mal día, él empezó a enseñarme con calma y metodología; él otro chico aprendiz rápido, sin embargo a mí me costaba concentrarme, solo tenerlo al lado me intimidaba. Se me caían las baquetas, hablaba en voz baja y él se exasperaba "Habla más fuerte huevon, pareces una niña". Cuando dijo eso, todos se rieron y asi fue, su mal carácter incrementó conmigo, murmuraba con sus amigos sobre mí, y yo entré en pánico por ser descubierto, mi amiga que también tenía su número se burlaba de mí y me decía a escondidas: "te gusta" y a adrede se acercaba a conversarle delante de mí.
Unicamente fui un sábado a los ensayos, y no para aprender, sino por él, quería verlo. Cuando llegué aquel sábado al colegio, C conversaba de lo más divertido con el otro aprendiz, ¿Por qué conmigo no quiere hablar? ¿Sabrá que le gusto? dios mío... ¿Se habrá dado cuenta? ¿Será que no debo seguirlo todos los días hasta el paradero a la hora de la salida? prácticamente era su sombra, a cualquiera le molesta eso y más si un chico sigue a otro.
Sin embargo su ego era gigante, y probablemente creyó que yo lo admiraba porque sabia tocar. Tonterías, si supiera que me había enamorado de él quizá hasta me daba una paliza. Aquel sábado fue un mal día, él empezó a enseñarme con calma y metodología; él otro chico aprendiz rápido, sin embargo a mí me costaba concentrarme, solo tenerlo al lado me intimidaba. Se me caían las baquetas, hablaba en voz baja y él se exasperaba "Habla más fuerte huevon, pareces una niña". Cuando dijo eso, todos se rieron y asi fue, su mal carácter incrementó conmigo, murmuraba con sus amigos sobre mí, y yo entré en pánico por ser descubierto, mi amiga que también tenía su número se burlaba de mí y me decía a escondidas: "te gusta" y a adrede se acercaba a conversarle delante de mí.
Cuando acabo el ensayo, lo seguí hacia el paradero y él se dió cuenta, ¿Me estas siguiendo? ¿Te gusta o que chucha? cuando dijo eso me sentí perdido y liquidado. Solo quería disculparme con él, pero él fue tan cruel que me dejó inhabilitado. Salí corriendo hacia otra dirección y él se quedo con un amigo suyo que se burló de las cosas que me haba dicho.
Caminé hasta mi casa casi llorando, ¿por qué soy así? ¿por qué soy gay? ¿acaso nunca conoceré a un chico como yo? Me sentía solo, y sentía que no existía nadie más como yo, nadie a quien contarle, nadie que me abrazará y me dijera "Olvídate de él, no es gay", ni siquiera sabia exactamente que es ser gay, no sabia nada. No tenía amigos de verdad y sentía que el mundo estaba en mi contra. Me hacía feliz en esos días solo pensar en lo bonito que hubiera sido que él me dijera SI, pero los ecos de ese NO, me atacarían por las noches en una pesadilla en la que sus baquetas se transformaban en cuchillos de Freddy Krueger. Aprendí de la peor manera lo que es el rechazo. No solo estuve inhabilitado de expresar mis sentimientos al chico que me gustaba, sino que él fue cruel conmigo. Me auto censuré verlo a la cara por el resto del año. Nunca más le volví a dirigir la palabra, falté a los ensayos, falté todos los lunes a la formación escolar y eventos; evite a toda costa cruzármelo pues no quería que hablara mal de mí y se descubriera que me gustaba. Desde ese día supe que odiarle era una solución lejos de mis posibilidades. Ignorarlo casi inasequible, dejar de quererlo era simplemente ficticio. Tenía 12 años y aun así sentí que nací para quererlo, estaba cegado o quizá obsesionado. No era justo, todos empezaban a enamorarse y ser correspondidos menos yo. Él y su rechazo perforaron mi pecho y me atropellaron como un bus escolar.
Evidentemente el tiempo hace su trabajo con buenas indemnizaciones, pero aun así mi sangre entra en coma y siento que le da un paro circulatorio frio cuando ve que se avecina la soledad negándose a emigrar a otra coordenada.
Las ilusiones son esas cositas brillantes que nacen en tus ojos cuando ves a esa persona que te gusta y son esas mismas lucecitas lo que te crean escenarios fabulosos que no son ni serán realidad, por eso son más peligrosas, tanto como un tren a toda velocidad y mi corazón atado a las rieles.
Y si se lo preguntan: No; no aprendí la lección. En el 2001 comenzó este paseo por las ilusiones que pensé eran enamoramientos. Ilusionarse de lo imposible ha sido mi estilo de vida, como un tren con muchas estaciones y cada una siempre dejando una lección que cuesta aprender. Pero si hay algo peor que una desilusión, es no poder contárselo a alguien.
Y si se lo preguntan: No; no aprendí la lección. En el 2001 comenzó este paseo por las ilusiones que pensé eran enamoramientos. Ilusionarse de lo imposible ha sido mi estilo de vida, como un tren con muchas estaciones y cada una siempre dejando una lección que cuesta aprender. Pero si hay algo peor que una desilusión, es no poder contárselo a alguien.
Por Carlos Gerzon
Instagram: @elchicodelbusblog
Facebook: @elchicodelbusblog
Gran historia, a mi me pasó algo parecido, yo me moría por él pero él por mi lo dudo, a pesar de que todos nos molestaban (en ese rezago primarioso que queda en 1er de sec) cuando en realidad, ni intercambiabammos palabra alguna. Además estábamos en diferentes secciones. Hasta que con el tiempo me olvidé de él, pero siempre me quedará el qué hubiera pasado si...(de Mia, sí, esa Mia)
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