LOS ENCUENTROS PASAJEROS QUE SE VUELVEN INOLVIDABLES
Sus manos rodearon mi cintura como los anillos de Saturno y lo que sea que hacía con la lengua es de otra galaxia, no he visto nada parecido por estas tierras. Eran las sex o clock y el sol se hundía en sus pantalones por debajo del ombligo. No hubo necesidad de cerrar las puertas, ninguno tenía pensado escapar.
Detuvo todas mis palabras con la punta de su dedo silenciándome con esos ojos gráficos y legibles que hablaban y recordaban quién era el amo y que debo someterme a sus sombras.
Desde que me besó en el sur de mis territorios supe que volvería realidad los comerciales de Calvin Klein y dejaría bloqueadas a mis neuronas liberando a mis hormonas, erradicando cualquier razonamiento con su anatomía desnuda encima de mi piel como un tatuaje fresco.
Desde que me besó en el sur de mis territorios supe que volvería realidad los comerciales de Calvin Klein y dejaría bloqueadas a mis neuronas liberando a mis hormonas, erradicando cualquier razonamiento con su anatomía desnuda encima de mi piel como un tatuaje fresco.
Si lees esto, discúlpame. Yo no suelo perder la cordura, hace tiempo que no lo hago… Sé que estoy humedeciendo las letras de este relato. Voy a contar cómo comenzó esta historia de romance-erótico pasajero porque hace tiempo que no sucedía algo tan cerca a lo inesperado, lo que dicen que es serendipia. Y dice así:
El primer beso que me dio tenía sabor a capuccino porque estuvimos en un café donde nos conocimos por primera vez. Me introdujo a su mundo artístico pintándome detalles dolce vita y yo estaba encantado. El primer beso que yo le di tenía sabor a moca (fue lo que le pedí al mesero) combinado con un placer expreso.
No hubo ni un solo minuto incómodo, de esos que pasan cuando dos extraños se conocen. Todo lo contrario, cada vez había más que preguntar. Pagamos la cuenta y caminamos un poco; aún no caía el sol, pero su sonrisa podía convertir el día en noche en segundos. No era más alto ni más bajo que yo, podíamos usar el mismo zapato y pantalón. Llevaba puesto lentes, aunque no los necesitaba, entendí de inmediato que era parte de su look retro-instagram. Y, es curioso como la fotografía de su perfil (del app donde lo encontré) no le hacía justicia, no es fotogénico. Sin embargo quedé deslumbrado cuando nos encontramos en el café. No me esperaba nada de lo que vi y tampoco me imaginé la naturalidad con la que se desenvolvía, como si conocer a un extraño de esa manera fuera la cosa más lógica del mundo. Hace tiempo que no conocía a alguien tan genuino, sin ninguna pizca de disfuerzo, ni incomodidad, ni esas cosas que rodean a mucha gente en Lima.
Mis intenciones eran mojigatas, sanas, inocentes y con toques artsy, quedamos en eso: conocernos. Hablar sobre esas cosas que describía en su perfil y en el mío, porque eran muy similares, quizá nuestro encuentro fue determinado por esa razón. Conversaciones de Van Gogh o Annie Leibovitz estaban dentro de la agenda. Los Libros y razones de Dumas o Katzenbach se alejaron de mi cabeza. Él estaba escribiendo un nuevo relato mientras dibujábamos aros con el humo del cigarro y yo reventaba el chicle en bombas color rosa mientras aún estaba dulce.
Me tomó de la mano cuando nadie miraba y pensé que era momento de ponerme nervioso y paranoico, pero de repente entramos a una catedral de intenciones y me confesó algunos secretos que no pensaba guardar. Su sinceridad y sobretodo su franqueza para expresar mediante el carácter me gustan. Sabe exactamente lo que quiere y eso es difícil de encontrar. “Un día es una chica otro día puede ser un chico, nadie lo tiene que saber” me decía.
Esta de paso temporalmente por esta ciudad, recorriendo museos, ruinas y pinturas de siglos de servidumbre por largo tiempo. De donde él viene se inventó el sol y los colores, el aroma a mar y el baile con pies descalzos. La tierra que lo vio nacer está cerca al este. Sin embargo, para mí, es de otro mundo; uno que quisiera ver pronto.
Terminamos de caminar y llegamos al lugar donde empezaba la noche. El cielo estaba rojo y por encima azulado. Puso su mano sobre mi mejilla y la jaló como un elástico, me besó sin avisarme y le respondí el beso con los ojos abiertos que poco a poco se cerraron dejándose llevar por todas esas películas de cine independiente mientras suena algo de Primal Scream o The Knife.
Me sentí bajo el agua, como cuando no llega el salvavidas a sacarte. Me ahogaban sus besos, pero de puro gusto y complacencia. Se sentía como una pequeña inyección de surrealismo que le faltaba a mi vida, la cual se había convertido en una pintura de Courbet, bastante alejado de mi Dalí.
Cuando se sacó la camisa, parece que las estatuas de Grecia eran un chiste mitológico. Este Adonis, lo único que tenía duro como el mármol eran otras partes. Su pecho estaba perfectamente esculpido, creo que Miguel Ángel nunca reveló todas sus obras de arte hasta ahora. Me sentí como un lienzo en blanco a punto de ser pintado.
El color de sus ojos era un verde más ilegal que la hierba que fumo los viernes de madrugada. Sabe decir cosas interesantes y que me hacen reflexionar.
Y bueno, lo demás es historia ya contada. Luego de esa tarde volvimos a repetir el primer día un par de días más, aprovechando mis vacaciones y sus días en Lima, pero ninguna película es eterna, a pesar de que esta tenía tan buen guion digno de cualquier festival de cine o cortometraje, estaba por terminar.
Y bueno, lo demás es historia ya contada. Luego de esa tarde volvimos a repetir el primer día un par de días más, aprovechando mis vacaciones y sus días en Lima, pero ninguna película es eterna, a pesar de que esta tenía tan buen guion digno de cualquier festival de cine o cortometraje, estaba por terminar.
El ultimo día que estuvimos juntos, pasamos toda la mañana comprando souvenirs andinos, pasajes de bus y paseos por la costa. Besos con aroma de mar mañanero y carcajadas de ocurrencias de último minuto. La despedida tuvo que ser corta y radical, sin ninguna promesa ni nada parecido. Cada uno tiene un mundo real al cual debe volver, lo que pasó estos días fue parte de un gran paréntesis y así debe quedar hasta que las fuerzas del universo decidan lo contrario.
Hoy me desperté recordando todo. Mis venas extrañan esos besos que hervían mi sangre y la hacían circular. Mi sistema nervioso en sus manos se hacía agua, no sé cómo hizo desaparecer todas mis paranoias, siempre se burlaba de ellas y me dijo algo que no he olvidado “no puedes vivir con miedo, eso no es rico”.
Se acabaron los toques de perfume que dejó en mis recovecos al igual que las manchas de su vía láctea. Los vientos sobre mi garganta y caricias sobre las fibras de mi pelo, todo caducó. El acento de su voz y los cantos garotos están en modo aleatorio en mis oídos.
Se llevó en su equipaje de mano los minutos húmedos, y debí darle un souvenir como una foto de mis lunares para que los combine con las constelaciones del cielo al otro lado del continente cuando aterricé. Creo que en su maleta guardó mis sonrisas combinadas con las suyas. Me dejó de nada pero todo para recordarlo en algún momento si así lo deseo, menos un “nos vemos luego” porque sabemos que no es verdad.
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