EL CHICO DEL BUS Cap. #02 EL NÚMERO TELEFÓNICO ANOTADO EN EL BOLETO DE BUS
Caminaba hacia el fondo del bus, dispuesto y preparado para escuchar lo que podría ser un sí o un no. Un desinterés que revelaría que todo estaba en mi imaginación. O simplemente alguien amable que me indique la hora. Es lo único que podría preguntarle.
Estuve a punto de sentarme a su costado. Mi cuerpo estaba lleno de nervios. Temblaban mis rodillas y me castañeaban los dientes. Necesitaba relajarme pero era imposible. Y de un momento a otro la pata del animal que manejaba la lata de sardinas, que algunos llaman bus, pisó hasta el fondo el pedal del freno para evitar cruzar la calle con pleno semáforo en rojo y un policía de tránsito al frente. El efecto de aquella frenada fue rápido - Si necesitaba una salida de emergencia era ese momento - Mis agujetas me tendieron una trampa de torpeza enredando mis pies y caí en cámara lenta encima de él.
- ¡Discúlpame!- Exclamé espantado al momento en que caían mi cara de vergüenza, mi cuerpo y su libro.
Y nuestras miradas se conocieron por primera vez a una distancia tan cerca, como un beso. Y pude ver de cerca sus ojos: son hermosos.
El chofer volvió a hacer otra maniobra a lo bestia sacudiendo el bus. Él no decía nada, y antes que pudiera decirme algo por lo molesto o incómodo, me puse de pie como pude y me senté al lado, en el asiento vacío, tan vacío como mis cuerdas vocales que no pudieron pronunciar nada más.
El chofer volvió a hacer otra maniobra a lo bestia sacudiendo el bus. Él no decía nada, y antes que pudiera decirme algo por lo molesto o incómodo, me puse de pie como pude y me senté al lado, en el asiento vacío, tan vacío como mis cuerdas vocales que no pudieron pronunciar nada más.
El color rojo de mi cara avergonzada no me dejaba ver que cuando caí por la frenada, sus manos al tratar de sostenerme evitando mi caída, dejaron caer su libro.
Reaccioné con efecto retardado.
Reaccioné con efecto retardado.
- Ah, se te cayó. Gracias y discúlpame- Recogí el libro que había terminado debajo del asiento donde yo estaba sentado. Y me disculpé nuevamente.
No me respondió, solo sonrió de lado con un gesto amable, tomó el libro y buscó la página para retomar su lectura. Y siguió leyendo como si no hubiera pasado nada.
No le gusta hablar con extraños. Pensé.
Fue la primera vez que lo vi de cerca. Hasta podía escuchar su respiración y el sonido que hace al voltear la página. Antes solo podía verlos a muchos asientos de distancia. Sus ojos son como de color miel; a lo lejos parecían oscuros. Desde las distancias anteriores eran solo dos brillos que apuntaban hacia a mí como un francotirador.
El tráfico cambió bruscamente, y se puso lento justo a un par de cuadras del paradero cerca a mi casa. Mis manos sudaban, y no tuve la más mínima idea de qué podía hacer. Él tenía la concentración destinada a su libro, lo cual incrementaba mi ansiedad hasta nuevas alturas. Por la esquina de mi córnea traté de mirarlo disimuladamente, esta vez era más complicado, al estar a su lado no podía verlo como antes.
Al bajar la mirada, me percaté de que ese libro yo lo había leído. Cuando volví a mirar, esta vez al libro, él comenzaba a leer “el purgatorio”. No es mi parte favorita. El infierno, sí que lo es.
Qué fascinante cómo Dante podía escribir y describir todos esos castigos, penitencias y cosas hermosas. Nunca vio nada, nunca supo si realmente el paraíso o el infierno eran como él se los imaginaba, simplemente Dante estaba inspirado. Se inventó todo gracias a una mujer…
Lo que puede hacer una persona ¿No lo creen?... A veces sin querer una persona se convierte en la inspiración de otra. Y quizás esa musa nunca lo sepa. Ahora mismo aquel que estaba a mi costado se había convertido en mi inspiración y no lo sabía.
Dicen que para romper el hielo se necesita una buena oración y el momento preciso. En este caso, preferí usar una de mis propias estrategias: Estornudar.
Fueron tres veces, y me hice de lado para dar la impresión de que procuraba no interrumpirlo y mucho menos pegarle algún virus.
- Salud – Dijo él. Es la primera palabra que escucho de él. Y la primera vez que escucho su voz.
Ni siquiera levantó la mirada, seguía mirando el libro. Ese fue el primer estornudo. Al segundo lo hice más fuerte y para estar seguro que lograría despegarlo de su lectura, hice el tercero de seguido.
-Deberías cerrar la ventana- comentó. Finalmente, escuché una frase completa de su boca. Su voz tiene un tono serio.
-Sí, tienes razón -le respondí, mientras cerraba la ventana. Y supe que era el momento-. ¿En qué pecado estás?- en referencia al libro.
-En la Lujuria -respondió.
- Los castigos de ese círculo son bien pendejos ¿no?- Seguí insistiendo.
-Aún no lo sé. Recién empiezo a leerlo. Sí sé porqué llegaron ahí – Sonrió. Y por primera vez en esa conversación despegó lo ojos del libro y volteó a verme. Su mirada se clavó en mi cara. Ese segundo y medio en que me miró a los ojos, parecían horas de interpretaciones y búsqueda de respuestas.
¿Por qué su mirada es tan poderosa? Me da escalofríos, pero me encanta. En ese momento, tuve que hablarle en su idioma, con mi mirada. Mientras nos mirábamos el volteaba la página.
Habrá entendido lo que le dije - con mi mirada - Porque lo que su mirada decía, para mí tenia mil significados.
El tráfico empezó a desaparecer. Cerró el libro y cerró los ojos como alguien que está a punto de dormir un poco antes de bajar. Su garganta pasaba la saliva y dibujó la silueta de la manzana de Adán, pude ver como bajaba y subía. Aproveché que sus ojos se cerraron para mirarle descaradamente.
¡Es sexy, dios mío, lo es! Podría aventarme encima. Besar y lamer cada pedazo de su cara. Arrancarle la camisa mientras salpican los botones.
NO, no puedo controlar estos pensamientos. Siempre tengo esta sed insaciable de hacer cosas que no debo. Me es difícil controlar las emociones. Pero el descontrol y las malas decisiones saben regalarme las mejores historias.
Un mechón de su cabello se le caía en la cara y lo empujaba con un soplido para alejarlo.
Yo estaba en erupciones volcánicas sureñas...
Cuando reaccioné faltaban dos paradas para llegar a mi destino – sin contar con la parada en mis pantalones -.
El seguía con los ojos cerrados, no estaba durmiendo. Tenía una expresión tranquila, como si esperara algo. Estoy seguro que él sabe que yo sé. Él sabe que soy el chico que lo mira, y yo sé que es el chico que me devuelve las miradas. Pero no hablará del tema. No hablará nunca, pensé.
Cuando me di cuenta, el bus estaba a una cuadra del paradero cerca a mi casa. La hora de bajarme del bus y de mi nube llegó.
Cuánto tiempo pasará para volver a ver su cara, su libro, y sus ojos hermosos pero espeluznantes. Me puse de pie sin decir nada, como derrotado. La puerta de bajada estaba a su costado. Había dos personas delante de mí que también bajarían.
No había nadie tras de mí, solo él. Y sentí cómo algo me acechaba desde atrás. Como cuando pasas por una jungla y pisas una rama que despierta a los depredadores y estos empiezan a seguirte.
Mi garganta se secó, pero tenía que hacerlo, así que mire atrás para verle una vez más antes de bajar. Y ahí estaban sus ojos mirándome, como esperándome. Esto no es normal.
En esos microsegundos pasaron muchas cosas por mi mente. Me empecé a preguntar ¿Me conoce? ¿Lo conozco? ¿Por qué me mira? ¿Por qué lo estoy mirando? ¿Para qué?
En medio de esa ola de preguntas sin respuestas. A pesar de que hoy hablamos, mi único temor es que nunca más volvamos a hacerlo, porque somos dos desconocidos. Y esta linda casualidad no se repite todos los días.
El bus se detuvo en el paradero y se abrieron las puertas. Él ya no miraba, en cambio, cogió su libro, escribiendo algo encima. Las personas delante de mí comenzaron a descender por los peldaños de la escalerita. Y a la espera de mi turno, en medio de mi confusión, su mano me detuvo antes de bajar y volteé a verlo. Su mirada y la mía, nuevamente juntas.
Todo era confuso, quizás me olvidé algo en el asiento y me lo quiere devolver. Qué amable. Pero qué extraño, tengo todo, celular, billetera, maletín… La gente seguía subiendo y estaban a punto de cerrar la puerta. Me agarró la mano y puso algo en ella.
Por un momento pensé: Todo está en mi cabeza. Ya no debería ver tantas películas…
Los claxones de los carros de atrás y gritos de los pasajeros, insistían en que el bus debía avanzar más rápido. - “Oe hermano, baja pe” me gritaba el chofer desde la parte delantera del bus.
Volví en mí y bajé rápidamente. El semáforo estaba en verde. Casi caigo al bajar. El bus se marchaba. Pude ver su silueta desde la parte trasera a través del vidrio.
Caminé un poco más alejándome de la gente del paradero. Con el puño cerrado. Ansioso por saber. Crucé la calle y una vez estuve al otro lado abrí mi mano.
Es un pedazo de papel. No cualquier papel. Reconocí de inmediato que era el boleto del bus, estaba arrugado. Es el boleto que el chofer te entrega cuando pagas el pasaje. Al acomodarlo estaban escritos nueve números y una letra.
No necesité más pistas.
Su nombre empieza con H.
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