EL CHICO DEL BUS Cap. #03 EL OTRO CHICO EN EL BUS
Me desperté dos minutos antes que suene la alarma. Hoy es uno de esos días donde no quiero despertar. En esta ocasión por dos razones: la primera, hace frío y la segunda: quiero seguir soñando con el chico misterioso del bus. He despertado en el mejor momento: soñé que él estuvo a punto de besarme después de que caía encima de él anoche en el bus de regreso a casa.
El chico de la mirada misteriosa no es un sueño, y al apagar la alarma encontré la evidencia que necesitaba para corroborar que no es un producto de mi imaginación. Justo debajo del celular se encontraba doblado el boleto del bus con un número telefónico anotado en la parte de atrás, y la misteriosa letra H.
Mi mañana empezaba bien, con el pie derecho, y contento me puse a cantar bajo la ducha, mientras el agua se llevaba el resto de sueño. Mi cabeza no dejaba de pensar en lo que pasó y en las opciones de aquella letra. El chico misterioso, de los ojos feroces y cabello lacio, tiene nombre.
Bueno. De momento, por lo menos, tiene una letra: la H.
La H es muda. Como mi lengua cuando me entregó el papel. Complicada letra, aunque no hay muchas opciones para adivinar el nombre. De hecho se me ocurren pocos: Homero, como las epopeyas griegas. Hugo como el panadero de la esquina. Humberto como el novio de mi amiga. Algo trágico como Hamlet o lleno de magia como Harry Potter o con fuerza bruta como Hércules. Es una letra difícil, pero eso hace el juego más interesante.
Terminé de vestirme, y como de costumbre no desayuné más que un jugo. Llegué al paradero cerca de mi casa a esperar por el bus. La mañana era fría pero hermosa, el sol secó casi toda la lluvia de la madrugada pero se olvidó de secar mis babas de emoción. En Lima el clima es un ser bipolar, a pesar de que es invierno algunos días son fríos y otros, el cielo gris nos sorprende con rayos de sol que uno no espera ver sino hasta septiembre u octubre.
No lo podía negar, yo estuve de buen humor. Nunca me había sucedido algo así. Parece algo sacado de una película noventera, muy old school y romántico, lo cual provocó en mí el primer síntoma: sentirme especial.
Hace mucho tiempo que no me sentía así. No hay nada de malo en decirlo. Sentirse especial es una de las pocas cosas que te recuerdan que hay detalles intangibles en la vida que pueden otorgarte más felicidad que cualquier otra cosa material.
El bus llegó y subí de inmediato. Este bus, que me lleva ahora al trabajo, no es el mismo que uso cuando regreso a casa, al chico de la letra H no lo encontraría a esta hora y en esta ruta. Solo encontraría al chico misterioso cuando yo tome la otra línea de buses, la cual transita más seguido. O cuando el destino decida hacer de la casualidad una rutina para encontrarnos más seguido.
El bus se detuvo en el siguiente paradero y me pareció ver un rostro que me es familiar. Sobé bien los ojos para no equivocarme. Efectivamente vi bien, al chico que estaba a punto de subir al bus, yo lo conozco.
Y no, no es el chico misterioso. No es la letra H.
Ha pasado tanto tiempo, desde que no veo a este otro chico. Sigue igual de lindo que hace años, igual que la última vez que lo vi en el colegio. Me había olvidado de su existencia a pesar de que es mi vecino, vive a tres calles de la mía, y se cuál es su casa porque cuando salía del colegio lo seguía desde la calle principal para saber dónde vivía.
Se sentó en el asiento del costado pero al otro lado del pasillo, lo vi de reojo. Sin darme cuenta me quede mirándolo solo para buscarle el lunar bajo el ojo izquierdo, la prueba indiscutible de que se trataba del mismo chico que me gustaba en el colegio.
Él también me observó un buen rato y me reconoció, lo cual me sorprendió. Hizo un gesto de asombro y sonrió con un saludo
-“Hola!”, levantando la mano.
Yo le devolví el saludo, saliendo de mi asombro. Fue un saludo cordial de dos personas que se conocen por el simple hecho de que asistieron al mismo colegio.
-“Hola!”, levantando la mano.
Yo le devolví el saludo, saliendo de mi asombro. Fue un saludo cordial de dos personas que se conocen por el simple hecho de que asistieron al mismo colegio.
Ay el colegio…
Aunque no todo fue tan malo, no me gustaría regresar a ese lugar. Hubo momentos divertidos y otros que me marcaron. Precisamente uno de esos momentos que recuerdo con nostalgia es cuando conocí al chico que acababa de saludarme: A
Así lo llamaré. Usando la primera letra de su nombre.
Así lo llamaré. Usando la primera letra de su nombre.
A y yo nunca fuimos amigos ni nada que se le parezca. Él era el chico popular, guapo y amigo de todos, y yo era el outsider, low profile o en español: un cero a la izquierda. No fui muy popular que digamos.
Miento. Si lo fui. Con mala fama. Una que en esos años a nadie le hubiera gustado llevar. Sí fui popular, todos sabían quién fui yo: el rarito del colegio.
Volviendo al bus. Si yo era al que nadie hablaba ¿Cómo es que el chico popular y yo nos conocemos?
Esta es la historia… La versión corta, la extensa merece un capítulo aparte.
Abril 2002
Yo subía las escaleras como loco para llegar a clase de literatura, se me hizo tarde. A bajaba a toda velocidad. Como un cliché de telenovela mexicana, pero en Perú. Yo siempre tenía la mirada hacia abajo y no lo ví, chocamos como dos buses limeños, y casi caigo, si no fuera que A me agarró del brazo y me ayudó a recuperar el equilibrio.
-“Disculpa, no te vi” dijo él y se fue.
Las ventajas de ser invisible.
Nunca lo había visto antes. Eso era raro, porque se trataba del chico popular. Eran principios del año escolar. Quizás su popularidad aún no estaba consolidada. Algo que no ha cambiado desde el colegio hasta ahora, es que soy la persona más distraída del país. Seguro todos hablaban de él y yo ni cuenta.
Desde ese momento, lo vi en todas partes -cafetería, patio, biblioteca, en el baño- Hasta que un día lo vi con su novia, la chica más bonita de la secundaria, la que tiene muchos amigos en todos los grados y tocaba el napoleón1 en la banda. Ambos rodeados de sus amigos, los chicos y chicas que eran conocidos por ser amigos de ellos. No tenían mayor talento que eso. Algunos jugaban en la selección o pertenecían a la escolta. Verán, en mi colegio las cosas eran distintas. Los populares no eran jugadores de fútbol o porristas. Aquí en Lima, al menos en mi colegio, la cosa fue diferente y rara en comparación con las películas estadounidenses y otros colegios limeños.
Los amigos de A eran unos idiotas que se burlaban de los demás y se creían la última chupada del mango. Como dije antes, tengo un don, puedo leer a las personas, y A es un libro abierto, como uno de poesías. Él en ese tiempo fue diferente, amable, bueno y con la sonrisa y ojitos más bonitos. Y el lunar bajo el ojo izquierdo le daba el toque interesante.
Cuando terminaban las clases yo regresaba en el bus escolar a mi casa, en dicho bus, iba también una amiga de A. Una de nuestras tantas conversaciones fue sobre él. Ella lo estimaba mucho como amigo. Sin que se diera cuenta, comencé a hacerle más preguntas sobre él, de manera que sonara desinteresado, cuando en realidad era todo lo contrario.
Entonces sin planearlo, simplemente como una travesura ocurrente, decidí hacer una jugada. Una estrategia para conseguir más información de A. Se me ocurrió de repente y no pensé ni analicé cómo ejecutarla, simplemente lo hice.
-Yo tengo una amiga que se muere por conocerlo. Siempre me habla de A - le dije.
-Si me dices quien es, se lo puedo presentar- respondió ella con un tono de voz pícaro, con toda la astucia y certeza de saber que esa amiga de la que yo hablaba no era real.
Yo no me di cuenta de nada y seguí mintiendo:
-¡No! ¿Estás loca? Mi amiga es muy tímida, se moriría de la vergüenza solo de acercársele-.
Dicen que las hadas madrinas solo existen en los cuentos… también en los colegios limeños.
Ella contuvo su risa, y dijo (como palabras mágicas):
-Entonces dile a esa “amiga” que lo llame y que se acerque a él- Arrancó un pedazo de papel de su cuaderno, y (con su varita mágica: un lapicero Faber Castell) anotó el número y el nombre completo de A; me lo entregó.
Yo me quedé angustiado por lo que estaba pasando. No había medido las consecuencias de esa mentira, sin embargo ahora tenía en mi poder algo que podría ser una mala idea…
-“Dáselo a tu amiga”- me dijo ella entregándome el papel. En ese tiempo no existían redes sociales, ni teléfonos inteligentes, ni nada cotidiano para contactarse con alguien. La única forma de hacerlo era llamando a su casa, lo cual era muy privado y comprometedor. (Continuará)
…
El bus frenó fuertemente y desperté de ese recuerdo de colegio. A bajó del bus y ni cuenta me di. Tampoco se despidió. Llegué a la oficina lleno de nostalgia, A había desempolvado tantas cosas de la secundaria, solo los buenos recuerdos. Entonces, con esa mentalidad y con ganas de recordar viejos tiempos decidí llamar a una amiga del colegio para que almorcemos.
No pude evitar comparar ambas historias. Números telefónicos anotados en papeles, chicos que van en buses. Encuentros a base de torpezas como caer encima de la otra persona. Las historias se parecían.
Analizando la situación pensé: Si decido usar el boleto del bus y llamar a H, ¿Me sucedería lo mismo que en la secundaria? No me gustaría experimentar nuevamente lo que sucedió hace años con A. Pero esa, esa es otra historia, y no acabó nada bien. Ya la contaré…
A la hora de almuerzo. Mía, mi amiga del colegio, me dio el encuentro en el restaurant donde cada vez que podemos nos juntamos a almorzar; le conté todo lo que pasó con el chico misterioso del bus, cuyo nombre empieza con H. Ella fue la más emocionada.
-¿Por qué no me suceden esas cosas a mí?!- decía.
-¿Por qué no me suceden esas cosas a mí?!- decía.
Mientras hablábamos de chicos y buses, le pregunte si se acordaba de A, el chico del colegio, que encontré hoy en el bus de la mañana. Ella lo recordaba vagamente, pero sí le pareció familiar la descripción y el nombre.
- Sí, creo que era un chico muy guapo - me respondió - ¡Ah sí! Creo que tiene un lunar en la cara.
- Sí, creo que era un chico muy guapo - me respondió - ¡Ah sí! Creo que tiene un lunar en la cara.
- ¡Sí, él! Aún es guapo. Te lo aseguro. Hoy lo vi camino a la oficina.
Luego de ese instante de recuerdos le cambié de tema. No quise contarle nada sobre lo que pasó en el colegio con A.
A es pasado, en cambio H es presente y futuro a la vez. Un futuro incierto.
-¿Y qué vas a hacer con el chico de la mirada misteriosa?- me preguntó Mía. En ese momento supe lo que pasaría.
Si yo llamaba a H, podrían suceder dos escenarios, el primero: que quiera una cita. El segundo -más probable- empezar una conversación con mensajes llenos de emoticones subliminales hasta que finalmente se concrete un encuentro; y ese día, el del encuentro, se desatarían dos bestias hambrientas que han encontrado carne en un mundo de vegetarianos. Un hombre buscando sexo de la manera más inusual y creativa. Es un mundo moderno.
Tampoco soy un mojigato, mis piernas saben temblar ante un buen ataque. Si el chico misterioso me seduce ¿Cómo puedo evitar caer en tentación? Me ha entregado la llave a su puerta. El número telefónico anotado en un boleto de bus… el zapato de la cenicienta. Cada número en ese papel es una migaja de pan que me ha dejado como el rastro de un camino hacia la cueva del lobo.
Son sus ojos mi problema, mi punto débil y kryptonita2. Si no tuviera esos ojos, quizás ya me habría olvidado de ese chico. Él sería otra cara bonita que deslumbra a quien sea. Pero NO. Esos ojos me fascinan, poseen ese Je ne sais quoi3 que desactivan mis neuronas y no puedo pensar en nada más que lanzarme encima, treparme hasta su boca y traducir cada página del kama sutra4.
Pero tengo miedo. Es un completo extraño. Quién sabe realmente cuáles son sus intenciones. Pero esos ojos, esa boca, esas piernas… solo de recordar su voz, mis venas empiezan a endurecerme.
Pero tengo miedo. Es un completo extraño. Quién sabe realmente cuáles son sus intenciones. Pero esos ojos, esa boca, esas piernas… solo de recordar su voz, mis venas empiezan a endurecerme.
- Estoy entre la espada y la pared, amiga. Entre las llantas del bus y el pavimento- le contesté a Mía.
- ¡¿Qué esperas?! ¡Llámalo!- me decía ella en tono de risa. En realidad es algo que varios amigos me dirían. Dentro de mí, me lo gritan todas las hormonas del cuerpo. Y en ese momento, mientras fantaseaba con lo que pasó en el bus de ayer, mi amiga en un arranque de locura adolescente que la caracteriza, cogió el boleto del bus y corrió hacia la puerta.
-¡¡ ¿Qué haces estúpida? !!- Le grité a la muy atolondrada, mientras la perseguía, después de pagar la cuenta.
-Te estoy ayudando- dijo riéndose y salió del local.
Corrí tras de ella por toda la avenida. Cuando ella cruzó la calle el semáforo estaba en verde. Cuando yo estuve a punto de cruzar esa calle el color cambió a rojo. Al otro lado ella me miraba con cara de niña traviesa haciendo la mejor de sus travesuras. Levantó el boleto y lo agitaba en modo de burla y sacándome de mis casillas. Presumiendo que tenía el control comenzó a marcar el número. Inconsciente y arrebatada. El semáforo cambió a rojo para los autos y corrí hacia a ella. En ese momento mi dignidad pendía de mi velocidad.
Logré alcanzarla, y le quité el teléfono de la mano tan violentamente, que se me cayó. Y como si todo estuviera conspirando en mi contra para avergonzarme en público, al caer, el golpe activó la alta voz. Habían pasado dos timbradas desde que ella marcó, y una más desde que cayó al suelo. A la cuarta contestó…
-“Aló?”
Esa era la voz de H.
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