EL CHICO DEL BUS Cap. #07 LAS ESTRELLAS QUE ME HIZO VER



Cada año nuevo a las cero horas y también antes de soplar las velas en cada cumpleaños, cierro los ojos y pido el mismo deseo. Hasta el día de hoy no se ha cumplido. La magia existe para algunos, y para otros aún seguimos esperando.

Luego del almuerzo con Mía y descubrir quién es en realidad H, no fue fácil conciliar el sueño. Toda esa noche solo podía pensar en que había descubierto algo muy grave al encontrar esa foto selfie de H y su novia. Fue un balde de agua fría en pleno invierno. Me sentí como un tonto y con una extraña sensación en el estómago y en el corazón.  

Ahora había un motivo más para pensar en H. Ya no se trataba solo de su indiferencia conmigo después de esa noche, ahora hay algo más grande que eso: su doble vida; y que no soy el único engañado. Si sigo buscando encontraré cosas aún más desagradables.

Finalmente cuando pude conciliar el sueño, la mañana fue muy amarga. Pensé tanto en él que hasta se coló en mis sueños -o pesadillas-,  amanecí con el sabor de sus labios en los míos. El sábado desperté con frío, eran cerca de las once de la mañana y aún quería dormir más pero ya no pude. Comenzaron a aterrizar en mi cabeza los pedazos de recuerdos de esa noche que pasamos juntos H y yo…

Era como si aún pudiera saborear el vino que abrimos y la hierba que fumamos. Ya desde el taxi, él amablemente y con esa atención a los detalles que posee, me preguntaba si prefería el rose o si mejor una botella de champagne. La cena había quedado descartada.

Llegamos a su departamento. Es un edifico que tenía poco de estrenarse. De estilo Loft. El lobby con doble altura, acabado industrial y con un marcado estilo minimalista, como todo lo que se hace últimamente en esta vida.

Habían dos espejos frente a la recepción donde demoré un poco en acomodarme el peinado, mi mala costumbre de siempre, detenerme frente a un espejo cuando veo uno.

Cuando llegó el ascensor, entramos como un relámpago, como para no ser descubiertos por nadie. Sentí que H me arrancaba el brazo con la prisa. Se le veía como un niño con juguete nuevo. H en el fondo, es eso, un niño. Le gusta hacer bromas tontas para sacarme sonrisas cortas.

Se abrieron las puertas directo a la sala de estar de su departamento. La ventana es toda una pared y se veía todo Miraflores.

-       Ponte cómodo- dijo H mientras buscaba dos copas.

Hizo un ademán con sus dedos tratando de decidirse entre dos botellas del bar, finalmente escogió un vino. Mientras giraba el descorchador me miraba con cara de concentración. Sirvió el líquido cuidadosamente.

Mientras caía el chorro en la primera copa, sus ojos se clavaron en los míos y ahí se quedaron. Fijos. No se despegaban. Su mirada tenía fuego con pinceladas de ternura. Mi mezcla favorita.

-       Ven - me dijo mientras llevaba consigo las dos copas hacia el balcón.

Yo lo seguí con mi mejor sonrisa y mis ojos deslumbrados. Él me entregó la copa de vino y su mirada seguía igual de intensa. Yo estaba encantado, como serpiente bajo la sinfonía de una flauta.

-       Brindo por los buses y sus boletos. Por las amigas que marcan números desconocidos y por el frío de Lima que permite dar respuestas creativas a mis proposiciones -  H hizo los honores del brindis.

Y yo solo tenía una respuesta:

-       Salud.

Brindamos y mientras el primer sorbo de vino se deslizaba por nuestras gargantas, ambos soltamos una carcajada.

La vista oscura de la noche desde su balcón era inmensa y te invitaba a perderte en tus propios pensamientos. Se escuchaba las olas golpeando en la costa, así como mis latidos golpeaban contra mi pecho y mi camisa. Los nervios me trataban como epilepsia.

H se apoyó en el balcón y me contaba que de niño le gustaba bajar corriendo hasta el mar los domingos. Yo trataba de escuchar lo que decía, pero mi mente estaba viajando a otro lugar; uno donde H y yo estaríamos así por mucho tiempo.

¿Me estoy enamorando?

Es pleno 2014, y en estos tiempos demora días o meses para llegar a ese momento. O, a veces sucede mucho antes. Estoy deslumbrado. Hipnotizado por él. Por su magia.

H es mágico. Él es ese tipo de cosas que solo pasa una vez y no vuelven a pasar. Es romántico, más que yo. Es inteligente, culto, y pensé que nadie más gustaba de esas canciones de los 90’s que solo a mí me gustan.

Estoy construyendo una imagen de él que quizá se aleja de la realidad. Estoy apostando por él. Pero, la verdad es que no sé nada de él. Tal vez debería concentrarme en lo que me está diciendo, pero no puedo; el vino empezaba a sazonar mi cabeza.

Saqué un cigarro y él lo prendió. Regresamos a la sala, rodeada de cuadros, abstractos y fotografías de los años 60, y muchos libros. Tiene buen gusto cada rincón de su hogar.


-       ¿Dónde compraste ese cuadro?- le pregunté.

No me escuchó, y continuó sirviendo más vino a la copa, la segunda botella. Era casi la media noche, pero nosotros habíamos perdido toda noción de tiempo y espacio. Y digo espacio porque poco a poco H se acercaba a mi lado del sofá.

Pusimos música, esa que nadie más conoce solo nosotros. Y empezamos a cantar los coros. No tiene la mejor de las voces, pero no importa, soy su fan.

Ya estábamos con menos grados de consciencia y muchos más de alcohol.

-       Baila -  me insistió.

-       No - me negué.

-       Sube - me dijo señalando la mesa de centro que decora el espacio.

Él subió antes que yo y bailó un poco o algo parecido a pulp fiction1 pero cien veces más sexy. Me extendió la mano para subir y con el control remoto alzó el volumen al radio. Juntos gritábamos cada letra de la canción. Saltando como dos niños que no creen en el mañana.

Y así estuvimos cantando hasta que H se calló, porque en pleno coro se cayó de la mesa.

Y una vez en el piso empezó a reírse como demente, y yo corrí a revisar que no se hubiera lastimado, y lo único que logré es que me jalara hasta el piso con él y empezamos a cantar las últimas letras de la canción que ya estaba terminando, y mientras la música se hacía más silenciosa, sus ojos me hablaban en voz alta.

Las palabras sobraban más que nunca. Nuestros ojos empezaron a conversar, a decirse esas cosas que no pueden decirse con palabras ordinarias. Mi respiración se podía oír, estaba agitada y ansiosa. Hubo silencio, pero podía escuchar su corazón latir.

-       Ese día en el bus te olvidaste de algo - empezó a recordar.

-       ¿Qué cosa?

-       Mi nombre. No me preguntaste mi nombre. Esperaba que lo hicieras.

Cuando H y yo estuvimos hablando por mensajes de texto estos días, me dijo su nombre para guardarlo. Pero esa noche, fue la primera vez que escuchaba su nombre de su boca y con su voz que se tornaba más sexy.

- Déjame arreglar eso. Me presentaré. – le dije con mi inconfundible voz coqueta. Y luego le pregunté como si recién lo conociera:

- Mi nombre es G ¿Cómo se llama usted señor? – Le pregunté aguantando las ganas de reirme.

- Mucho gusto, yo soy Helmut -  H miró hacia el techo y acomodó sus manos como si sostuviera un libro. Recreando la escena del bus.

- Como el fotógrafo - le respondí.

H sonrió como un bebé y yo me reí con él mientras sus manos caminaban sobre mi cintura. Entonces mis ojos empezaron a cerrarse, y lo último que vi mientras lo hacían, era su boca acercándose.

Estábamos echados sobre la alfombra mientras las copas vacías sobraban en la mesa. No había nada que hacer, yo estaba en sus manos. Y no quería estar en otro lugar.

El beso fue ligero pero con intensidad plena.

Me ayudó a ponerme de pie y de la mano me llevó hasta la otra habitación. Frente a su cama nos quedamos un buen rato besándonos.

Se detuvo y me miró. No dijo nada. Pero sus ojos buscaban la aprobación de los míos, y cuando la obtuvo me recostó en cámara lenta, mientras las sábanas se abrían paso ante nuestros cuerpos aún vestidos.

Poco a poco el romanticismo iba mutando en pasión. Mis zapatos fueron los primeros en caer, seguidos de su camisa que se abrió en nano segundos. Y en instantes mis ojos quedaron ciegos por el brillo de las estrellas en su cuerpo, aún entraba algo de luz por la ventana, podía distinguirlas, y comencé a contarlas. Mientras sus manos se encargaban de los botones de mi pantalón, el sonido del cierre al abrirse lubricaba mi mente.

Tenía más tatuajes de los que pensé, en su mayoría estrellas. Una se distinguía en su hombro derecho, mientras que el izquierdo era el que ya había visto en su foto del teléfono. Como una sinfonía, el tatuaje en forma de un pentagrama y notas musicales terminaba en el trícep del brazo derecho. Ahí habitaban dos estrellas más. Mis ojos seguían contando mientras H besaba mi cuello. Otra estrella más cerca al ombligo y una en el tobillo. Eran interminables.

Dos en la espalda a cada extremo del trapecio y una en su muñeca derecha. Sus labios le dieron un descanso a los míos, y empezaron a buscar nuevos lugares que besar. Se deslizaban por mi cuello hasta mis pezones. Me estremecía cada sonido de sus labios sobre mi cuerpo. A paso lento llegó hasta mi espalda y bajó hasta que termino de recorrerla. Ahí descubrí una estrella más en la nuca.

Mis manos lo detuvieron y apresaron las suyas, y esta vez mi boca recorrió desde sus abdominales hasta las zonas aún cubiertas. Deslicé mis manos hasta sus caderas y arranqué la envoltura para encontrar la cosa más dulce. Al lado de su entrepierna había otra estrella tatuada.

Mi boca marcó su territorio y no me detuve hasta ver que sus ojos se cerraban de la excitación. Luego de varios minutos, se reincorporó y volvió a apoderarse de mi cuerpo, velozmente y de un solo movimiento me volteó. Y me dejé someter cada centímetro. Cuando lo sentí en lo más profundo de mí, era el único lugar donde quería estar. Boca abajo él buscaba besarme mientras tenía todo mi cuerpo a su disposición. Arañé las sabanas mientras una y otra vez él azotaba contra mí.

La noche parecía inacabable. Y cuando me vine, él tambien lo hizo. Sincronizados.
Minutos después me abrazó como si fuera a irme, como un niño que se aferra a su globo de helio para que no se vaya volando, y eso me hizo sentir especial.

Quizá no todos eran tatuajes y solo el efecto de estar con él me hizo ver estrellas. Una vía láctea que terminé de conocer en su último gemido.

Las estrellas que me hizo ver fueron más de las que hubo esa noche.

Continuará…




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