EL CHICO DEL BUS Cap. #13 LOS AÑOS MARAVILLOSOS
Compramos un helado y nos sentamos en una de las bancas del parque. El reencuentro fue inesperado, y quizá preciso. Cuando piensas tanto en un chico, y su nombre no deja de girar en tu cabeza, es bueno encontrar otro que te ayude a despejarte.
Es la primera vez que A y yo tenemos una conversación real. Es decir, fuera de encuentros coincidentes.
A es el chico de mi barrio y asistíamos al mismo colegio. Somos vecinos hace años y nunca lo he visto casualmente como hoy.
A es el chico de mi barrio y asistíamos al mismo colegio. Somos vecinos hace años y nunca lo he visto casualmente como hoy.
En todos estos años el único lugar donde lo encontré fue en el paradero del bus cuando coincidíamos en las mañanas. Cada quien a su centro de labores.
Hoy, sin embargo, me siento como viajando quince años atrás.
Un viaje conveniente para mí. Necesitaba sacarme a H de la cabeza y el encuentro con A parece ser la mejor distracción.
Era un domingo por la mañana casi las once y media; y yo caminaba como zombi hasta el supermercado. Mientras merodeaba por el pasillo de los cereales, volteé para colocar cosas en el carrito, y al hacerlo sin querer golpeé a la persona detrás de mí.
Esa persona era A, quien se tambaleó junto conmigo. Perdí el equilibrio tropezando contra el estante y de inmediato las cajas de cereales comenzaron a caer como lluvia. Las personas miraban, y morí de la vergüenza. A me saludó riéndose y yo avergonzado devolví el saludo levantando mi ceja acompañado de un “hola”.
Me agaché a recoger las cajas y él también, me ayudó e hizo de aquel momento menos embarazoso para mí.
- No te preocupes - dijo.
Llevaba puesto un polo color blanco y pantalón gris, como una especie de buzo o más bien eran como unos joggers, esos que son ajustados en las piernas y holgados en la parte superior. Están de moda y me gustan, dejan ver los atributos masculinos en su mayor expresión. Sí, se le veía el paquete y uno muy bueno.
Su sonrisa fresca y el lunar sexy bajo el ojo, completaban la fantasía.
¡Dios, lo hiciste muy guapo!
Pensé.
Pensé.
Caminamos por los pasillos del supermercado y al llegar a la caja pagamos al mismo tiempo nuestras compras. Al salir, caminamos un poco por el barrio, pensé que había llegado el momento de despedirnos y cada uno se marchará a su respectiva casa. No me imagine que él quisiera conversar aún más conmigo. Para mí todo esto es raro y un poco incómodo.
La primera vez que lo vi fue en el colegio hace 15 años y nunca tuvimos una conversación. Recuerdo que él casi me empuja por las escaleras sin querer por bajar a toda prisa.
Yo era un enamoradizo. No fue mi primer amor platónico, me hubiera gustado que lo fuese.
Pasó un heladero y A lo detuvo.
- ¿Quieres uno? – me preguntó.
- Si - respondí casi exclamando, mientras saque las monedas que me quedaban de las compras.
Cuando él pagaba el suyo, traté de pellizcarme: quise saber si estoy dormido porque esto parece mentira. Cada uno pago lo suyo y nos acercamos a una banca desocupada en el parque que se encuentra justo a la espalda de la Parroquia Blanca. Febrero casi se acaba y pensé que se iría sin dejarme alguna anécdota.
Habíamos hablado de tantas cosas menos de la más evidente: el colegio.
Yo estaba comiendo mi helado e iba casi a la mitad cuando A empezó a comentar sobre el último año que estuvo en el colegio. Es su año favorito, según él.
- Tú estabas chibolito- agregó.
Luego comentamos sobre algunos profesores y amigos que aun vemos. Yo había acabado mi helado y miré el reloj de la Parroquia, tenía que regresar a casa. Interrumpí a A que estaba terminando de contar algo, para despedirme de él.
A, también había perdido noción del tiempo. Pero no se despidió aun. Acabó su helado y estaba a punto de despedirse pero se detuvo y sentí que la última pregunta que tenía A para mí la había guardado para este momento. Yo me quedé frío al escucharlo…
- Siempre tuve una duda, sobre una chica del colegio a la cual nunca conocí.
- No entiendo - le dije, pero entendí perfectamente.
- En el colegio, una chica consiguió mi número y me llamaba para conversar. Mi amiga Raquel, me dijo que tú eras su amigo.
Mudo quedé.
2002
Yo pensé que ser yo mismo nunca podría ser. Creí que vivir escondiendo mis verdaderas emociones y sentimientos seria mi estilo de vida por siempre. Que yo sería como un secreto andante. Nadie sabría de mi verdad. Yo no lo permitiría. Los años en la secundaria fueron más difíciles que la primaria. Viví avergonzado y con mucho miedo a ser lastimado. Temía conocer personas nuevas, porque rápidamente el rumor sobre mí se esparcía y ya no querían ser mis amigos, y se unían al resto de brabucones para gritar a todo pulmón: “maricón”.
Se burlaban de mi caminar, mis gestos y sobre todo de mi voz; tan aguda y delicada. La presa fácil para las chacotas.
Mucha gente se refiere a la etapa escolar como “Los años maravillosos”. Mi madre decía: “Esta es la mejor época de todas, la que recordarás todo tu vida”.
Yo solo quería que terminase y empezar de cero. Cambiarme de nombre si era posible; y hacer nuevos amigos, o mejor dicho, realmente hacer amigos.
Tenía 13 años cuando me enamoré de A, solo con verlo. No tenía sentido, ni lógica. Simplemente es una chispa que brota en algún lugar de tu cabeza y te emociona. Tus ojitos brillan más y tu corazón late a un ritmo acelerado solo cuando lo ves pasar. Es bonito sentir cosas por alguien a esa edad. Yo estaba como tonto. A todos nos ha sucedido.
Pensaba en A, noche y día. Y me reía a solas mirando el techo de mi habitación, quería conocerlo y hablar con él como sea. Era desesperante ver como otros podían tener novios y novias y yo no. Lo sentí injusto. Tenía tantas cosas en mi cabeza y quería contarlo o gritarlo. Pero había un pequeño detalle: No tenía con quien compartir mis pensamientos.
Yo no tuve amigos en el colegio, al menos no en ese momento. No sabía que era tener un "mejor amigo" porque todos me odiaban por ser “el rarito”. Nadie quería ser visto a mi lado, sería como un “social suicide”.
En mi barrio, no conocía a nadie en ese entonces. Los únicos vecinos con quienes tuve una buena relación, se mudaron al norte del país. Vivía muy lejos de mis primos y primas. Mi hermano mayor estaba en una silla de ruedas y no hablaba. Mi madre trabajaba día y noche. Y a ella no le podía contar mi pequeño secreto. Ella siempre decía: “Antes de tener un hijo gay, prefiero que sea un drogadicto”, palabras que afianzaron mis ganas de vivir mis emociones en secreto.
Estaba solo.
Empecé a mentir y ocultar cosas. Hasta que se convirtió en algo normal para mí. Mentir era la única forma de defenderme, de esconderme para que no me molestaran solo por ser diferente. Pero mi naturaleza humana era más fuerte que yo, podía callar mi verdad pero no esconderla, era evidente en mis gestos y actitudes.
Cuando conocía a Raquel una de las amigas de A, recién ahora siendo adulto, me doy cuenta que ella sabía mi verdad desde el principio, y sintió compasión por mí. Por eso me dio el número de A en un papel que arrancó de su cuaderno. (Leer capítulo 3)
Yo le había dicho a Raquel que tengo una amiga llamada Melisa. Esta fue una de mis primeras grandes mentiras. Y también le dije que esa supuesta amiga Melisa estaba enamorada hasta los huesos de A y que le gustaría mucho conocerlo pero no se atreve, no quiere hablarle directamente debido a su timidez.
Raquel, nunca creyó esa mentira, ella sabía que se trataba de mí. Ella supo que la única persona enamorada de A soy yo.
Me entregó el número de A y me dijo “Dile a tu amiga que lo llame, pero sin decirle quien es”.
Con el número en mis manos fui a casa corriendo con mucha expectativa. Aquel día fue un viernes y todo el mundo estaba en casa. No pude hacer nada. Me esperé hasta el día siguiente. Los sábados mamá salía toda la tarde de compras; fue el momento perfecto.
Corrí a la sala apenas mamá salió por la puerta y acerque el teléfono al sofá. Saqué el papel debajo de mi almohada, el único escondite seguro; y no pensé más, solo marqué el número.
Cuando sonó el primer timbre, mi corazón parecía a punto de explotar y al segundo timbre se me escapo una sonrisa; pero al tercero mi cara se transformó. Reaccioné.
¿Qué estoy haciendo? Pensé.
Estaba punto de llamar a la casa de A… ¿Para qué? ¿Qué explicación tendría mi llamada? Como se explica que un chico de segundo año llame a uno de quinto a su casa, sin conocerse. Es absurdo. Mi desesperación por expresarme era grande.
Dejé el teléfono de lado y me asomé a la ventana. Recuerdo que lloré mucho ese sábado. Fue uno de los momentos más tristes que tuve. Soy diferente, y esa cualidad nunca va a cambiar, por lo tanto nunca podre enamorarme ni ser correspondido por un chico. Tenía 13 años, solo y con mucho miedo a preguntar a alguien que me explique por qué soy así.
Pensé en el enamoramiento como algo inalcanzable.
Luego de varios minutos, logré tranquilizarme. Tuve la mente en blanco por largo rato. Pensé que quizá me estaba volviendo loco y estará justificado lo que estoy a punto de hacer.
Regrese al teléfono y marqué el número. Mi corazón latía fuerte y mi cabeza no pensaba, seguía en blanco.
Al tercer timbre contestó una mujer adulta, supongo que era su madre.
- Buenas tardes, ¿Se encuentra A? – pregunté.
- ¿De parte de quien señorita?- preguntó la señora amablemente.
No, no leyeron mal. La señora me llamó “Señorita”.
Cuando me molestaban por mi voz, pensé que lo hacían solo como una excusa más para hacerme la vida aún más jodida. Pero resulta que de verdad tuve una voz aguda y delicada, como la de una chica.
Me quedé helado, y no supe que hacer. Entonces mi cerebro me tendió una trampa y recordé lo que Raquel, la amiga de A, me dijo: “No le digas quien eres”.
Y respondí :
- De parte de Melisa.
Continuará…
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