EL CHICO DEL BUS Cap. #14 LA LLAMADA


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¿Alguna vez han sentido como el alma les abandona el cuerpo y este se queda inerte sin movimiento alguno? ¿Han sentido el cuerpo cayendo en una especie de parálisis del sueño y tratas de gritar y pedir ayuda, pero tu boca no se mueve?

Algo similar sentí en aquel momento mientras esperaba por A. Esperando a que contestara mi llamada. Algo dentro de mí me decía “cuelga ese teléfono” sin embargo mi mano no reaccionaba.  

-          ¿Aló?- Escuché la voz de A respondiendo mi llamada. Mi corazón saltó y el aire comenzó a faltar.

Mi cara se puso roja como un tomate. Mi boca se quedó sin palabras. Tuve una mezcla interesante de sensaciones que no había experimentado antes.

Estar enamorado es bonito, pero al mismo tiempo te mantiene en una dimensión donde los consejos y “hacer lo correcto” no son bienvenidos.  

                La voz de A se volvió insistente:

-          ¿Quién habla? ¿Aló? ¿Hola?

Al escuchar su voz tornándose algo incomoda, la otra voz dentro de mí que gritaba “Haz lo correcto y cuelga”, finalmente llegó a mi consciente y como al final de un mal sueño, desperté y reaccioné. Sacudí mi cabeza y arrojé la bocina hacia el cuerpo del teléfono. Colgué.

Me agarré de los pelos y medité unos segundos.

“Que he hecho”. Pensé.

 No podía creer lo que acababa de ocurrir. Corrí hacia la ventana a tratar de respirar y recuperar la calma. Mi pecho palpitaba fuertemente y mis dientes temblaban como si tuviera frió. Los nervios son tan difíciles de controlar en situaciones extremas. Para mí esa osadía fue algo valiente y estúpido.  Algo que no se debe hacer pero lo hice.

Me sentí como un ladrón cometiendo su primer robo en una tienda. Arrepentido, con culpa y miedo a ser atrapado. Lo peor fue que no tuve tiempo de asimilar lo que ocurrió. Tan solo pasaron diez segundos cuando el destino me demostró, una vez más, que cuando lanzas un boomerang este debe regresar. La situación en la que me metí estaba lejos de acabarse.  
            
    En ese tiempo estaba muy de moda tener un aparato el cual llevaba un registro de llamadas telefónicas. Si alguien llamaba a tu casa, podías visualizar en este aparato el número entrante y este se guardaba automáticamente. No muchas personas contaban con este aparato, en mi casa si lo teníamos, y a continuación descubrí que en la casa de A también.

El teléfono comenzó a timbrar. Y yo volteé en cámara lenta. Me quedé quieto y sorprendido. Timbró solo una vez, y supe que no era mi madre. Comenzó el segundo timbre y me acerque lentamente. El tercer timbre estaba a punto de sonar pero levanté la bocina sin atreverme a ver en el decodificador que número marcaba. Efectivamente no era la voz de mi madre la que llamaba, fue la de él.

-          ¿Aló? – dije asustado.
-          Hola ¿Qué tal? Tengo una llamada de este número.
-          ¿Aló? ¿Aló?- hice como si no escuchaba
-          ¿Me escuchas? Me llamaste hace un rato – dijo A y yo me quede mudo.
-          Hola- dije casi arrepentido.
-          Hola, ¿Melisa? – preguntó A y yo me quede desconcertado.

¿Acaso se había creído la mentira, y realmente piensa que la llamada la ha realizado una chica? Y ahora ¿Qué se supone que debo hacer?

Ni siquiera sé porque dije ese nombre. O quizá si lo sé.

Tengo dos opciones colgar y decir que marqué un número equivocado. Y la otra opción era seguir con esta travesura que sin darme cuenta se me estaba escapando de las manos.

Escuché la risa de A ante mi silencio.

-          Estas nerviosa o te comieron la lengua los ratones.  
-          No es eso – le respondí. 

¡Rayos! No debí seguir la conversación. No podia pensar ni decidir.


-          Tic tac – decía A jugando conmigo. 

Debo decir que su sentido del humor ayudó bastante a mi decisión. Mi cerebro analizó y maquinó la situación en tiempo record. Si él cree que soy una chica y nunca podrá saber lo contrario, entonces ¿Por qué no?

Al percatarme que efectivamente mi anonimato estaba asegurado, y al sentir la sonrisa de A, desde el otro lado del teléfono. Decidí seguir la llamada hasta donde lleguen las consecuencias.

Recuperé el ánimo, y frescamente le respondí:

-          No hablo porque estoy esperando que te acuerdes de mí.

Sí, lo sé. Es un dialogo barato y básico. Pero que podía hacer. No tengo experiencia en estas cosas.

-          No, conozco a ninguna Melisa - dijo él.
-          Soy del colegio.
-          Pero no te conozco.
-          Si me conoces pero tienes mala memoria.

Debo entender que A, también era joven y sin experiencia. Me llevaba 3 años pero aún así, creo que a cualquier chico de 16 años le entusiasma recibir la llamada de una admiradora secreta y se deja llevar por la emoción y picardía que eso conlleva.

Sin embargo no conté con un pequeño (o enorme) detalle. A es un chico muy inteligente y engañarlo no iba a ser tan fácil como pensé. A continuación comenzaba a dar muestra de su capacidad deductiva:

-          Así que somos vecinos - comentó A como para buscar algún tema de conversación, la cual se estaba tornando en un cuestionario tratando de adivinar quien soy.

Cuando dijo eso, me paralicé y me pregunté ¿Cómo es posible que sepa que somos vecinos? No se lo dije en ningún momento. El tiempo que tenía para analizar e improvisar mientras hablaba con él era muy corto, acaso escasos segundos. Tuve que adaptarme rápidamente a su ritmo y ser más audaz que nunca.

 Mientras mis ojos daban vueltas pensando en una respuesta ante semejante afirmación, bajé la mirada hacia el teléfono y vi su número en el decodificador.

¡Claro eso es!

El código de distrito de mi número y el suyo es el mismo. Obviamente.

Los nervios me estaban jugando en contra.

-          Si somos vecinos - le dije.

A, acaparó la conversación. Y como sabía que le iba a costar averiguar quién soy, decidió hablarme de él.

En el fondo sentí algo de lástima por él. Estuvimos cerca de 20 minutos en el teléfono y sentí su emoción, él estaba coqueteando conmigo, o mejor dicho, con Melisa. Es la primera vez que una chica lo llama misteriosamente, como un artista lidiando con un fan. Eso le sube los ánimos a cualquiera.

Luego volvió a insistir en saber más de mí. Preguntas muy astutas para caer en contradicciones, las cuales yo fui esquivando y saltando de esos agujeros que él me ponía en el camino como un juego de play station.
            
    Ya no podía torearlo más, debía decir algo, cualquier cosa. Mi capacidad para mentir empezó a desarrollarse a niveles olímpicos. Cuando me pidió describirme, solo pude construir un arquetipo de chica colegial básico, es decir, era imposible que con la descripción que inventé el pudiera averiguar quién es la chica con la que habla por teléfono en estos momentos.  

                Pensé que A se aburriría y colgaría en cualquier momento. No había forma de que supiera quien soy, ni había forma de decírselo. Evidentemente eso alimentaba el deseo de A por averiguarlo.

Sin embargo, tengo que confesarles algo. Yo no he mentido. Melisa si existe. Es una amiga mía de cuarto año que conocí hace poco. Es alta y cabello ondulado. Tiene la nariz grande y los ojos como de gato. No es bonita pero tampoco es fea. Una vez le comenté a ella sobre A y cuando lo vimos pasar no le gustó. Gustos son gustos, pensé. Más bien a Melisa le gustó mucho uno de los amigos de A.

                “Deberías hacerte amigo de A, para que te presente a su amigo”, le mencioné una vez.

Ella lo pensó y me dio la razón. Pero es una chica. No es tan osada como yo. Las chicas quieren que los chicos den el primer paso; pero como va a suceder eso si Melisa es una equis. Nadie la conoce, no es popular. Y la timidez no le va a ayudar.

Mi mente comenzó a trazar un plan, y sin querer había establecido el terreno perfecto. Ante la insistencia de A al pedirme más detalles sobre quien lo llama por teléfono. Comencé a describir a la Melisa del colegio, mi amiga.

Cuando le di los detalles que preguntó, la respuesta de A fue lógica.

-          Nunca te he visto.

Cuando dijo eso, prácticamente supe lo que diría después.

-          Quiero conocerte, el lunes después de clases. Di que sí - dijo A

Mi silencio fue prolongado, parecía como una llamada en espera o como si hubiera colgado el teléfono. Estaba pensando cómo salir de este aprieto. Era obvio que A iba a buscarme el lunes durante el recreo o a la hora de salida. Indagaría hasta llegar a Melisa, la verdadera, la cual aún no sabía nada de lo que le espera. Tenía que encontrar una historia creyente para atar todos los cabos. Mientras tenía que jugar el juego. Hacer el papel de “la interesante y misteriosa” con A.

-          Creo que es muy pronto. Me gusta que los chicos conozcan cómo pienso antes de ver como luzco- Le dije.
-          Eso es injusto. Tú me veras todo el tiempo y yo no sabré quien eres. Ni siquiera me vas a saludar – replicó A con justa razón.
-          Ten paciencia. Nos conoceremos.

A no tuvo más remedio que resignarse y luego de casi cuarenta minutos en el teléfono ambos nos despedimos, quedando una promesa pendiente. En el fondo sentí que A gustaba de este juego y seguiría las reglas planteadas por mí; y por primera vez en mucho tiempo me sentí especial. La situación en la que acababa de meterme era peligrosa e inocente. No calculé las consecuencias. Es como aventar una granada desde lo alto de un avión y simplemente no sabes que pasará allá abajo.

A pesar de que fue irreal y falsa, esta conversación con A es algo que quedó siempre grabado en mi memoria. (Continuará)

Una corriente nerviosa empezó a invadirme de la cabeza a los pies y mi corazón tuvo como un mini infarto. Mi cabeza dio vueltas tratando de buscar una explicación y no la encontré.

¿Cómo le digo A que la chica que lo llamaba en el colegio era yo?


Continuará.



Leer Capítulo XV: Lo que digan los astros

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