SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS Cap. #06 EL ÚLTIMO BAILE
Hasta las gárgolas de Notre
Dame están tristes. El río Sena ha subido su caudal, y no son solo mis lágrimas
las culpables, también las de otros románticos que al igual que yo dejan esta ciudad enamorados de ella.
Anoche hablé con una amiga y llegamos a la misma conclusión: París es Mágico.
Anoche hablé con una amiga y llegamos a la misma conclusión: París es Mágico.
La última canción que escuchamos
antes de salir del barco fue una ochentera de Erasure Oh’ L’Amour y fue como una corriente de emociones entrando
hacia mí. David y yo bailamos abrazados
un buen rato y los besos duraban tanto como las canciones.
¡Oh mon Dieu! Voy a extrañar esos besos. Tambien su olor y estar
pegado a su cuerpo como dos argentinos bailando tango de manera horizontal.
La mirada nostálgica que emanaba
David guardaba un brillo que se reflejaba en mi pupila. Sé que me quiere, no sé
cómo, no sé porque. No he buscado razón científica, he tenido tantas
experiencias con chicos y generalmente yo voy a un ritmo que ninguno ha podido
seguir. Él, sin embargo, lo sigue muy bien. Insisto, es como haber encontrado la
mejor pareja para bailar el tango más complejo.
David no despegaba la mirada. ¿Es
necesario decir algo en esos momentos?
Tomé más cócteles y eso me ayudó a no caer en el mismo estado que él. No quería
ponerme triste aún. Me separé de él y comencé a bailar solo. Él me contemplaba mientras
yo existía en su delante. Pasaban los minutos y segundos y yo soñaba lo más que
pude porque dentro de 14 horas estaré a miles de kilómetros lejos de él, quizá para
siempre. En mi baile todo lo vivido desfilaba delante de mis ojos, como un
flashback.
Mañana a esta misma hora ninguno
de los dos estará en París. La cuenta regresiva
iba en la mitad. Las páginas de esta novela ya estaban en su último capítulo.
Cerca de las tres de la mañana desembarcamos en la ribera del Sena y caminamos por la parte más moderna de la ciudad.
Cerca de las tres de la mañana desembarcamos en la ribera del Sena y caminamos por la parte más moderna de la ciudad.
Jonas ya no vive en Lima, desde hace meses que se mudó al norte de
Francia. Probablemente por la mañana ya no vuelva a verlo, lo abracé fuerte con
la promesa de visitarnos en algún tiempo lejano. Los amigos de David se fueron en un taxi y
nosotros tomamos otro. Me recosté en su regazo mientras el acariciaba mi
cabello.
-
Esta fue la mejor noche de todas ¿Sabes? - le
dije a David
-
Sí. Aún no termina – respondió.
Mañana cerca de las cuatro de la
tarde sale mi tren para Barcelona y quiero convertir esta última noche en un
encuentro de dos amantes parisinos. Yo estaba muy cansado pero quiero hacer
todo lo posible para que él nunca la olvide. Para que nunca me olvide.
Jonas ya no está hospedado con nosotros; tendremos la habitación
para nosotros solos. Abriré las ventanas y dejare entrar las luces de la torre
Eiffel por la lumbrada.
Esos eran mis planes y quizá los
de David, pero el destino y el universo tenían algo diferente
planeado para nosotros.
Al llegar al hospedaje, nos
besamos en el elevador, eran besos lentos y tiernos a ritmo de vals. Caminamos
de la mano por el pasillo del piso y sacamos la llave del bolsillo para abrir
la puerta de la habitación, pero esta no se abría a la primera vuelta del
picaporte.
Eso nos pareció extraño. Tuvimos que girar dos veces la llave y al entrar nada grata fue la sorpresa que nos
llevamos. Dos huéspedes nuevos dormían en los camarotes. David y yo cerramos la
puerta y fuimos al pasillo. Nos miramos con tremenda cara de resignación. Fue triste, ni siquiera podíamos
dormir juntos como lo teníamos planeado. Solo nos quedaba esperar el amanecer y
aprovechar las pocas horas restantes.
Cuando amaneció uno de los huéspedes
se había ido y el otro estaba en el baño. David se despertó al mismo tiempo que
yo. Nos dimos un beso rápidamente cerca a la ventana y encendimos un cigarro. Miramos
la Torre Eiffel, una vista que sin duda extrañaremos. Y cada vez que podíamos nos dábamos un beso,
vigilando que nadie nos viera. Eran cerca de las once de la mañana, y el bus a
Barcelona sale a las cinco de la tarde. Debo salir a la estación a las cuatro
de la tarde y hacer mi check out del
hospedaje dentro de una hora.
Luego de que el desconocido
huésped salió del baño. Yo ingresé a bañarme y luego David. Hice mi maleta lo
más rápido que pude, me quedaban pocos minutos para hacer el check out y encargar mis maletas en la
recepción. Recuerdo que caminamos hacia una pizzería y compramos algo de comer.
Había tantos lugares por conocer y muchas fotos que no verán la luz. El tiempo es
un adversario difícil de vencer, estuvo contra nosotros. Yo estaba preocupado
por los planes que se perdieron, los lugares por visitar, mientras que David,
no le importaba nada de eso. Él no hizo planes, se adaptó a los míos. Fui egoísta,
no pregunte lo que el quería hacer. Y el dejó que yo hiciera lo que quisiese.
Qué lindo es este chico, pensé.
Tengo suerte. Siempre la tengo, y a veces abuso de ella. Es bueno y hasta llegué a pensar que no lo merecía. Lo sé, estoy subestimándome. Pero no puedo dejar de
pensar en lo poco que yo estaba dando y lo mucho que recibí.
Tomamos el metro hasta el barrio de
Montmartre, y aunque el día soleado quemaba y brillaba más que los días anteriores;
ahí estábamos, contemplado aquel cabaret convertido en leyenda. Donde la vida parece
nunca ser aburrida y la diversión se contagia como una gripe. El Moulin Rouge es igual de icónico e
impresionante tanto de día como de noche. Me hubiese encantado verlo al rojo
vivo anoche, iluminando aquella avenida.
Tic tac, el tiempo seguía
cobrándome.
Luego caminamos para hacer compras.
David me dejó elegir los destinos que nos quedaban antes de regresar al
hospedaje. Caminamos varias calles por el centro de París. Contemplando la
arquitectura incomparable. Compramos algunos
souvenirs para regalar a los amigos que nos esperaban al otro lado del
charco.
Aún quedaba un lugar en todo Paris,
el cual no puedo dejar de visitar.
-
David, vamos a la 31 Rue Cambon.
-
¿Qué es eso? – preguntó David.
-
Tú sígueme.
Caminamos varios minutos hasta
que llegamos frente a la vitrina de aquella tienda, donde se adornaba como una fantasía
una chaqueta de tweed sobre un maniquí.
-
¿Vas a comprar algo aquí? – preguntó David,
ingenuo como siempre.
-
Créeme que nada me gustaría más.
La Casa de Coco Chanel se encontraba
en el segundo piso de esta tienda que data de los tiempos antes de la primera
guerra. Mademoiselle poseía un gusto
exquisito y adelantado a su época.
Luego al caminar más, sin querer
llegamos hasta los campos elíseos y no teníamos planeado ir por ahí. El destino
me dejó despedirme de la Torre Eiffel. Eran cerca de las tres de la tarde y decidimos
volver al Hospedaje. Tic tac, me
apresuraba los golpes de las agujas del reloj. Mi maleta ya estaba lista, solo
me duché rápidamente.
Pensé que David se despediría de mí
en la habitación. Lo máximo que haría es acompañarme hasta el primer piso. Me
equivoqué. Todo el tiempo pensé que David veía todo como una aventura con fecha
de caducidad, que solo quería pasar el rato conmigo.
Él ha demostrado paso a paso,
capítulo a capítulo todo lo contrario. Ojala hubiese abierto mi corazón un poco
más. Después de todo uno viene a París a enamorarse, debí hacerlo. Quizá lo estoy
y no me atrevo a admitirlo.
Una vez en la recepción no pedí
taxi, la estación de metro estaba tan cerca que podía caminar tranquilamente. Y
aún tenía tiempo para hacerlo con calma.
-
Te acompaño- sugirió David –
Era exactamente lo que quise
decirle.
-
¿Cuándo
regresas a Perú? – empezó a conversar.
-
El lunes sale mi avión desde Madrid – recordé.
-
Solo estarás dos días en Barcelona.
-
Creo que el tiempo nunca alcanza, no importa el
país donde te encuentres ¿No crees?
-
Lo sé. Te voy a extrañar, un buen…
-
Creo que es la sexta vez que lo dices durante el
día.
-
Creo que han sido más veces. Ya perdí la cuenta.
Llegamos a la
estación del metro. Tomar un taxi hubiese sido muy rápido y un desperdicio. Valió
la pena caminar bajo tremendo sol con su compañía y su conversación.
Bajamos por
las escaleras eléctricas. La despedida estaba a una línea de metro de distancia. Son casi las cuatro y el camino a la
estación de tren es cerca de veinte minutos. Aun había tiempo que aprovechar. Ahora sí, todo lo que estuve guardando estos
días empezaba a manifestarse.
-
Vas a tener que ir a México pronto.
-
Y tú a Perú.
-
¿Te acuerdas que línea tomar?
-
La verdad no ¿Sabes cuál es?
-
Bueno, en teoría cualquiera de estas líneas
puede llevarte a la estación de trenes.
Desde el fondo del túnel se
escuchaba la llegada del metro. Me quedé callado y lo miré a los ojos, y él
también; yo sentado y él de pie. Nos miramos con ese silencio que hace que las
palabras sean obsoletas.
-
Creo que me iré en el próximo – le dije.
-
Órale
-
Voy a extrañar eso- le dije haciendo referencia
a sus jergas mexicanas.
-
¿Qué cosa?
-
El “órale”.
David se río.
-
Yo voy a extrañar tu forma de hablar y cuando me
dices “escúchame manyas”.
Nos reímos mucho. Compramos chocolates de una maquina
dispensadora.
-
Te voy a extrañar.
Esta vez fui yo quien dijo
aquella frase en el día. David respondió lo mismo. Había mucha gente en un
viernes por la tarde. Algunos regresaban a casa después de un largo día de
trabajo. Él se acercó y me agarró de la mano y se inclinó para darme un beso.
-
¡Espera hay gente! – le dije alarmado.
-
No me importa.
Lo mire detenidamente.
-
Tienes razón, yo me voy y tú te vas dentro de
unas horas.
-
Así es. Que importa. Quien sabe cuánto tiempo pase
para volverte a besar.
-
Lo sé. Lamento tanto que nuestra despedida sea
incompleta.
-
Te quiero mucho cabron.
-
¿De verdad me quieres?
-
Si
-
Yo también. Y no sé porque
-
Yo tampoco lo sé.
-
Solo sucede ¿no?
-
En pocos días se puede querer así. No lo
imaginaba.
-
Parece una película.
-
Si.
-
Una muy mala. De bajo presupuesto y con un mal casting
– le saqué una sonrisa.
Ambos nos reímos.
-
Eres un tonto.
-
Escúchame, cuando me suba a ese tren, no se te
ocurra decirme “No te vayas chavo”.
David explotó de risa.
-
Tienes que ir a México. Prométeme que iras este
año. Pasa año nuevo conmigo.
-
No puedo prometerlo. Pero si decido volver a
viajar mi primera opción será el DF. Pero antes tengo que encontrar trabajo.
-
Con tus fotos me parece que trabajo no te va a
faltar, son buenísimas.
-
Qué lindo eres. Quiero decirte algo – le dije
seriamente.
Ya había
pasado dos veces el metro. Cada 10 minutos pasa uno. No estaba listo para irme
aún. Evidentemente David tampoco.
-
Quiero disculparme contigo David. Me hubiese gustado
ser más cariñoso contigo. Por el contrario aguantaste mis bruscos cambios de
humor y la prisa que siempre llevaba. Soy un egoísta. Generalmente soy más cariñoso, incluso más que
tú.
-
Jonás decía que estabas actuando raro.
-
Soy un huevon.
Temía involucrarme más de la cuenta y hacerte pasar malos ratos.
-
Lo único que tuve contigo fueron buenos momentos.
Jamás me hubiese imaginado que este tipo de cosas pasaran de verdad, París es mágico.
-
Lo es.
-
Te hubieses dejado llevar como yo.
-
¿Crees que sea tarde para dejarme llevar en
estos 5 minutos que nos quedan?
-
Para nada, ven.
David me puso de pie y me besó; y
yo a él. No nos importó la gente alrededor. Nos quedamos abrazados dando
vueltas lentas, cada uno dudaba ser el primero en soltarse. La música de dos
merolicos sonaba de fondo a un ritmo suave de acordeón y una armónica, como a
un tango lento. Un último baile, en el cual traté de recolectar todos los recuerdos, como Amelie.
Y en eso se oyó la campanilla anunciando
la llegada del siguiente metro. La ahora había llegado.
-
Ahora si Bavid.
Tengo que irme.
-
Está bien.
El tren se detuvo y las puertas
se abrieron automáticamente. Solo son 15 segundos de tolerancia antes de que vuelvan
a cerrarse.
-
Escríbeme cuando llegues por favor.
-
Lo haré.
-
Y no te olvides de ir a visitarme.
-
Y tú a mí.
-
Dale sube.
Subimos la maleta y lo abracé muy fuerte. Le di el último
beso en el cachete.
-
No quiero que esta sea la última vez. Promételo.
-
No lo será. Trataremos de que no lo sea – Le dije.
Subí y me soltó la mano.
No, no eramos tan lindos como Blair y Chuck. |
-
Te quiero mucho.
-
Yo también.
-
Adiós.
David se alejó de la puerta y
empezó a caminar hacia la salida de la estación. Y antes de cerrarse la puerta:
-
¡Bavid!
– le grité.
David volteó a lo lejos.
-
¿Siempre nos quedará Paris?
-
Siempre.
Fin.
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