EL CHICO DEL BUS Cap. #25 ¿BAILAMOS?
Todo se tornó raro. Pero en el fondo no debía
extrañarme. La historia de H desde el inicio de los tiempos ha sido así: extraña.
Una secuencia de sin sentidos y tropiezos, pero sobretodo llena de asuntos
pendientes. Preguntas sin responder. Sin embargo, tengo que rescatar que nada
de eso importa porque, a su vez, esta situación está impregnada de una magia
que yo consumo como un cocainómano fiel a las líneas blancas.
Parece
que la vida ha dotado a H, además de unos buenos centímetros allí abajo, de una
cantidad considerable de cartas comodín. Él siempre logra salvarse de los
enredos que yo le propiciaba. Siempre estaba tomando la delantera. Siempre tuvo
suerte, pues la ultima vez que lanzamos la moneda salió a su favor; y no tuve más remedio que aceptar el destino que le dimos a una de las caras de la
moneda: “Olvidaremos todo”.
Sin embargo, sigo
esperando mi respuesta. Espero que H pueda despejar su mente de tantas nubes
negras y puedo darme lo que yo espero desde el inicio.
Ha pasado tan solo
unas horas y ya lo extraño, no lo veré este fin de semana, me dijo que tenia que
viajar al interior del país. Y me recordó severamente: Olvida ese tema. Olvídate
de la foto del grindr.
Ahora tengo
prohibido seguir indagando sobre el impostor y toda la investigación. Sin
embargo, no puedo evitarlo. H esta cambiando, no sé porque quiere pasar
por alto el hecho de que un extraño, sabe Dios con que intenciones, esté
usurpando su lugar en el mundo digital.
Yo también estoy cambiando, por ende, mi egoísmo y capricho se han transformado en un genuino interés por ayudarlo. Mi misión recién empezaba con el lanzamiento de esa moneda. Si H no iba a mover un solo dedo para hallar al impostor, lo haría yo.
Yo también estoy cambiando, por ende, mi egoísmo y capricho se han transformado en un genuino interés por ayudarlo. Mi misión recién empezaba con el lanzamiento de esa moneda. Si H no iba a mover un solo dedo para hallar al impostor, lo haría yo.
Primero necesitaría un perfil nuevo, lo cual es fácil de conseguir. No me tomaría ni cinco
minutos re hacer todo lo que H tiró por la borda. Luego necesitaría la ayuda de
un experto en intrigas y manipulaciones.
Al día siguiente de
la cena con H fue sábado. Eran las once de la mañana, casi vistiendo solo mis
pijamas escribí a K para ir a visitarlo. “Ven cuando quieras” me dijo.
Me puse solo una
casaca y fui a su casa. Había ordenado pizza para almorzar y me invitó a que lo
acompañara. Aquiles, su gato; nos miraba desde el balcón mientras sobaba su
cola contra la cortina mal colgada.
-
Entonces ¿me vas a ayudar?
-
No entiendo ¿que tendría que
hacer?l
-
Ayúdame a conversar con alguien
por grindr.
- Acaso no lo puedes hacer por ti mismo.
-
Si, pero dos cabezas piensan mejor
que una.
-
Mmm suena interesante, ¿que
tengo que hacer?
K encendió un
porrito de marihuana mientras yo creaba un perfil en grindr. K eligió las fotos
que usaríamos como carnada. Sin embargo, encontrar al individuo resultó ser más
difícil. A pesar que usé los filtros como la vez anterior, no lo encontré.
Pasé el resto del
día en la casa de K. Por la noche llegaron sus amigos a tomar y fumar. Yo me
quedé dormido en la habitación de K.
Cerca de la medianoche, K se acerca a mi oído:
-
Iremos a Matanza ¿quieres quedarte a dormir?
-
Creo que sí – susurré sin ganas de
despertar.
-
Y que tal si el impostor va a la fiesta… podrías
encontrártelo.
K tiene un don para
manipular a la gente a su alrededor. Y evidentemente uso mi punto débil de ese
momento: ayudar a H.
-
Pero no tengo ropa, he venido en
pijamas desde la mañana.
K se movió como una
bailarina de ballet por toda su habitación hasta que llegó a la puerta de su
enorme closet; lo abrió y como si presentara a una nobleza del siglo XIX hizo
una reverencia y pronunció:
-
Podéis usar lo que deseéis.
Solté una pequeña
risa y me puse de pie. Cogí mi teléfono y reproduje un playlist en
spotify; “I wanna dance with somebody” de Whitney Houston fue lo que me regaló
el modo aleatorio.
-
Me encanta – admiró K.
La ropa de K era
extravagante y genderless. Había pocas prendas que me atrevería a usar. La
verdad es que no son feas; es solo que necesitaría los cojones que tiene K para
usar ciertos vestidos.
Finalmente me decidí
por un polo neón color verde limón con aplicaciones de remaches, unos jeans deslavados
y rasgados; encima de todo me sobre puse una casaca de mezclilla con hombreras
de piel falsa en color negro. Me paré frente al espejo gigante ubicado en la esquina de
la habitación y me detuve a admirarme.
-
¿Cómo me veo? - pregunté.
-
Divina.
-
¿tú crees? ¿No es too much?
-
Obvio. Es mi ropa – Respondió K
dándose aires de diva. Reí un poco y caminé hacia la puerta.
-
Vamos.
Llegamos a la
fiesta Matanza cerca de la una de la
madrugada. Poco a poco iba perdiendo noción de espacio y tiempo. Los tragos gratis lo conseguían los amigos de K y parecía nunca terminar. Yo estaba muy
contento y distraído. Necesitaba esta noche de música pop, pasos de baile
desproporcionados y aparatosos. K bailaba como si el ruido dibujara sus pasos,
con tanta fluidez como el humo de un cigarro saliendo de los labios de una
meretriz.
Al principio tuve
mis dudas. Mis pisadas sobre la pista de baile eran muy tiesas como una paloma
sin alas. Luego de un par de tragos más, poco a poco mis brazos se dejaron
llevar como las semillas del diente de león a través del aire después de un
soplido. Literalmente, me solté el cabello y experimenté coreografías sacadas
de algún lugar remoto de mi subconsciente.
Es
uno de esos momentos, en los cuales todos los problemas se van por la puerta y solo hay
espacio para ser tú mismo y brillar como un diamante. Una terapia necesaria a
todos los dilemas y enigmas que nos da la vida. Me sentí en medio del spotlight
mientras daba vueltas sobre mi eje al ritmo de Kylie Minogue. A pesar de ello, pronto alguien detendría mis revoluciones.
Seguí
girando y mis manos trazaban piruetas en al aire como un desenfrenado voguing contemporáneo.
Al dar la vuelta nuevamente lo vi y lo reconocí; y me detuve súbitamente como cuando
detienes un tocadiscos.
Bajé
mis brazos y mi rostro comenzó a buscarlo. Me moví como un pez entre la gente
tratando de alcanzarlo. Quise estar muy seguro de lo que mis ojos habían
visto.
Finalmente lo encontré cerca
al DJ, de pie y tomando una botella de cerveza con una mano en el bolsillo
y la mirada pacífica, como si frente a él se encontrara un mar en calma, en
lugar de una horda de millennials lgtbs bailando bajos sus propios ritmos y reglas.
Me
emocioné tanto que había olvidado la ropa extravagante que llevaba puesta y me acerqué a
saludarlo. En cuanto me vió; sus ojos se abrieron admirados y su boca retiró la
botella dando paso a esa sonrisa inconfundible que a pesar de los años no se
encanece.
-
¡Hey!
-
¡Hey! – respondió A admirado y sin rastros de
incomodidad.
-
¿Cómo estas? ¿Qué haciendo por
aquí?
-
Vine al cumple de una amiga.
Mi borrachera
comenzaba a hacer acto de presencia, y lo noté mucho después. Encontrar a A en
esta fiesta gay era lo más bizarro que podía sucederme. Era más probable encontrar
al impostor de H que a él.
-
Y ¿Quién es tu amiga? ¿Dónde esta?
-
No lo sé, la he perdido de vista. Debe estar bailando, por eso estoy aquí quietecito.
-
No pues. En este lugar no puede
estar uno quieto.
A sonrió y bajó la
mirada haciendo un gesto apenado. Sabía lo que estaba a punto de pedirle:
-
Tienes que bailar como todos los
demás – le ordené prácticamente y luego le extendí mi mano.
-
Tengo que esperar a mi amiga –
replicó él.
-
La noche aun no se acaba, tu amiga
debe estar entretenida con tanta chica bonita.
-
Puede ser…
-
Dale o te vas a aburrir esperando - le dije, y definitivamente yo ya estaba borracho para atreverme a pedírselo.
A lo dudó un segundo, sin
embargo, volvió sonreír a falta de una respuesta cordial para rechazar la
invitación. De soslayo apuntó su mirada hacia mi dirección, terminó de un sorbo
lo que le quedaba en la botella y dejándose llevar por el ambiente, tomó
mi mano.
-
Bailemos.
Es extraño verlo
ahí bailando conmigo, a pesar que lo conocí bailando. Al chico de mi cole no le
tomó mucho tiempo adaptar el ritmo bajo las órdenes de la consola que tocaba un
tema de Calvin Harris.
This is like a flashback, this is like a dream…
A bailaba como si supiera de
antemano todo sobre mí. No había necesidad de decirle nada sobre mi orientación sexual, está era evidente. Además, el outfit compuesto por las prendas de K
ayudaba mucho a descifrar cualquier misterio.
I'm coming round and now my vision is so clear…
Mi cabeza daba
vueltas en frente de A, y me transportó a un recuerdo del pasado cuando él solía hacerme soñar. Y recordé que cuando lo conocí, lo conocí bailando; no fue
en las escaleras del colegio como había contado antes.
2002
Eran los ensayos
por el día del colegio. Todo el grupo de quinto grado ensayaba en el auditorio
durante las primeras horas de clase. Recuerdo que la música llegaba hasta el
aula donde la clase de matemática me tenía exprimiendo mis sesos de aburrimiento tangente.
Decidí pedir
permiso al baño y acercarme al auditorio a curiosear un poco de que se trataba
todo ese bullicio.
Ahí estaba él, usando
una pañoleta roja en la cabeza. El coreógrafo lo posicionó adelante del grupo
para dar el ejemplo debido a sus pasos precisos y cronometrados. La música y él
se llevaban bien.
Recordando ese instante,
ahora entiendo porque hice lo que hice. El hecho de llamar a su casa y hacerme
pasar por una chica enamorada de él, suena descabellado, pero tiene mucha lógica
cuando necesitas expresar lo que sientes a como de lugar, sobre todo en esos
tiempos, en lo que yo nunca hablaba con nadie sobre mis problemas e intereses. Aunque fue él quien me confundió, yo solo seguí su imaginación.
El día lunes después
del fin de semana de aquella llamada a casa de A, de repente el colegio se
convirtió en mi lugar favorito. Pasó de ser aquella zona de guerra donde yo asistía
prácticamente para sobrevivir, y se convirtió en un paraíso donde la manzana
tenía nombre.
A la hora del
recreo, corrí hacia el último piso y miré hacia el patio. Como un halcón buscando
a su presa. A salía de su aula con un grupo de amigos, riéndose y haciendo escándalo digno de la pubertad. Lo
observé detenidamente. Quería saber si realmente la llamada del sábado había
hecho efecto en él.
Repentinamente A se alejó de sus amigos, y aunque todos los
jalaban con dirección al auditorio, supongo que a seguir ensayando la coreografía, él los detuvo y haciendo un gesto con los brazos estirados hacia adelante y con
las palmas extendidas, se alejó de ellos y corrió hacía el quiosco.
Bajé las escaleras pensando en que tenía que toparme con él. No sé muy bien con que fin, solo quería que él me
viese y así verlo directamente a los ojos, que supiera de alguna manera que yo existo; y quizá
mágicamente descifrara que yo era la persona que lo llamó. Sin embargo, yo estaba
soñando despierto. Eso no iba a suceder.
Antes de llegar al
primer piso en las escaleras me topé con Melisa. La verdadera y la única, mi
amiga Melisa.
-
Amigo ¿Por qué corres?
-
¡Hola Melisa! – la saludé con un
nerviosismo que ella nunca antes había visto en mi rostro.
-
Amigo todavía falta para que acabe
el recreo, tranquilo acompáñame a comprar.
-
¿Al quiosco? – pregunté con cierto
nerviosismo.
- ¿A dónde más? tonto.
Mientras nos
acercábamos, A se encontraba de
espaldas esperando su pedido. El pantalón del buzo dibuja sus piernas
ejercitadas por el futbol, o quizá por el baile. Sus brazos entraban
perfectamente en su camiseta.
Melisa se detuvo a conversar
con una amiga y yo seguí caminando en modo automático. Me acerqué lo suficiente
al quiosco y él seguía de espaldas. Saqué unas monedas del bolsillo para comprar
lo que fuese, pero luego me arrepentí. Di media vuelta al mismo tiempo que él
había recibido su botella de coca cola y volteó más rápido empujándome hacía un
lado. Perdí el equilibrio y dejé caer las monedas.
-
Discúlpame – dijo A quien se agachó a recoger el dinero y me lo
devolvió - aquí tienes. Luego se fue corriendo guiñándome un ojo.
Y ahí quedé inmóvil. Encantando. Guardé esas monedas como amuleto.
Por la tarde, mamá fue a buscarme al colegio para llevarme al dentista. Estuvimos en el
consultorio hasta las seis de la tarde. Luego al salir pasamos por el jockey
plaza, yo quería comprar unos discos, pero ella estaba apurada:
-
Tu prima ya debió irse, y tu
hermano está durmiendo. No podemos dejarlo solo.
Regresamos a casa cerca de las siete de la noche. Yo tenía la boca hinchada por la anestesia.
Aquel día tuve educación física y necesitaba darme un buen baño. Abrí la llave
de la ducha y puse algo de música. Mi mamá gritaba desde la sala ordenando que bajé el
volumen que no la dejaba escuchar el teléfono. No le hice caso y seguí
bajo el chorro de agua caliente.
Al cabo de diez minutos
salí de la ducha. Y mientras caminaba hacia mi habitación encontré a mi madre
hablando por teléfono:
-
Ya le dicho que aquí no vive
ninguna Melisa joven. Número equivocado.
Oh no.
Continuará.
Por Carlos Gerzon
Para blog My Looking Glass Stories
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