EL CHICO DEL BUS Cap. #26 CASTILLO DE NAIPES



Mi mamá colgó el teléfono de manera histérica y malhumorada. Yo aguardaba semi desnudo envuelto en la toalla desde el otro lado de la puerta. Todo el castillo de naipes estaba a punto de colapsar frente a mis ojos. Es lo que pasa cuando colocas una mentira en un lugar tan alto, que la caída de la verdad es inevitable en algún momento. 
 
-       Como me hacen perder el tiempo carajo – murmuraba a regañadientes mientras regresaba a la cocina.

Oh no. Esa llamada que había contestado solo podía ser A. Puta madre la concha que me parió, literal. Ahora sí, estoy acabado. Atrapado.

A estaba a punto de conocer mi secreto. O al menos estaba peligrosamente cerca. Tibio, tibio, caliente, caliente. 

Con toda la valentía que el caso ameritaba, mantuve el temple por unos segundos y medité. Piensa G, no hay forma que A que se enteré quien soy, al menos no así; a  no ser que yo decidiera contárselo, lo cual es una posibilidad a años luz de distancia.

Solo me quedaba actuar de inmediato.  

Apenas mi mamá entró a la cocina, corrí hacia el teléfono y lo desconecté antes de que volviese a sonar. Regresé a mi habitación, aun seguía empapado tratando de pensar en una salida de este embrollo.

-       Ahora si la cagué- pensé.

A no había olvidado a Melisa. Todo lo contrario, se ha propuesto encontrarla y conocerla. 

Soy un estúpido. El decodificador de mierda me ha jugado una mala pasada. Eso es algo que no calculé y me va a pesar. Fácilmente obtuvo mi número. A podría volver a llamar y yo tengo que impedirlo.

 ¿Cómo voy a salir de esta? Dios mío ilumíname con un rayo de luz en estos momentos.

Cerca de las nueve de la noche, mi mamá salió a la casa de la vecina.

-       Ya vuelvo hijito. No tengo llave, me abres la puerta.

Perfecto, pensé. Me cercioré que se fuera y luego corrí hacia el sofá.  Cogí el cable y conecté el teléfono.

De memoria marqué el número telefónico. Nadie respondía. Luego de cinco minutos volví a marcar.

-       ¿Aló? – era la voz de A.
-       Hola.
-       ¿Melisa?
-       Si.
-       ¡Hey! ¿cómo estas? – su emoción se sintió de inmediato.
-       ¿Bien y tú?
-       Bien. Oye te estuve llamando hace horas. Me contestó una señora, pero…
-       Si, lo sé. Tranquilo.
-       No entiendo nada Meli.
-       Es una tía.
-       Pero ella no sabía tu nombre…
-       Bueno, no es en realidad mi tía es amiga de mi mamá. Ella insiste en que la llamé tía, pero no se acuerda si quiera mi nombre. Me cae tan mal…

Mi telaraña de mentiras seguía creciendo a niveles inimaginables. ¿Será A tan ingenuo de creérselo? 

Pues si. Se lo creyó todo.

-       Tenia una voz muy malhumorada, pensé que me iba a pegar por el teléfono. – A se rió y yo lo seguí.
-       Tranquilo. Ella está de visita por aquí. No se cuanto tiempo se quede…
-       Entiendo.
-       Es muy chismosa, y despistada. Siempre anda metiéndole ideas a mi mamá.
-       Qué pena que tengas que soportarla.
-       A, quiero pedirte un favor enorme ¿Podrás?
-       Dime.
-       Tengo que pedirte que no vuelvas a llamar porfa. Yo te llamaré. No quiero meterme en problemas con mi mamá. A ella no le gusta que salga con chicos… es muy chapada a la antigua y estoy seguro que le molestará....

oh no. nuevamente metí la pata. Esto de fingir ser Melisa no es fácil. Olvido que debo conjugar y pensar como chica. Acabo de decirle "estoy seguro" a A. 

-       Entiendo, no te preocupes. Mas bien discúlpame – A sonaba genuinamente apenado. Luego para romper el aire tenso en la línea telefónica agregó:
-       Bueno, en teoría tú y yo no estamos saliendo. Solo somos amigos jeje – sonrió pícaramente.
-       Jajaja.

A, es un chico inteligente, por ello me preocupa que de con la verdad o me descubra. 
Ha pasado por alto mi cambio de genero en la expresión "estoy seguro". Debo tener más cuidado. Un pequeño error como ese me puede costar la burla de todo la secundaria y no necesito más voces en mi espalda atormentándome con adjetivos peyorativos. 

-       Hoy te estuve buscando. Es tonto, lo sé. Ni siquiera sé como eres. No exactamente.
-       En serio ¿me buscaste?
-       Si.
-       ¿Con tu botella de coca cola?
-       ¿Cómo lo sabes?... ¡Oh que injusto! ¡Tu puedes espiarme y yo no tengo idea quien eres!

A tiene esa cualidad de romántico. Y se nota a simple vista, no sé si a ustedes les sucede y ven a un chico y lo analizan. Bueno A es muy fácil de leer. Su voz por el teléfono era calmada, suave pero varonil. Me preguntaba de todo y yo le contaba casi todo. 

Nuestros días eran los sábados por la tarde cuando mamá salía a visitar a mi tío y no llegaba hasta la noche. Yo llevaba una almohada al sofá y me acurrucaba para mi cita telefónica semanal con A. Y los lunes, martes y el resto de días solo me dedicaba a mirarlo pero sin tocar ni hablar, como una obra de arte del Louvre. Igual de bien esculpido, igual de bien hecho. Y eso acumulaba en mis pulmones enormes cantidades de deseos y gritos que querían salir y vociferarlo. 

En ese tiempo yo creía en dios, y recuerdo le rezaba para que el mundo cambiara y poder decirle a A lo que siento, y que él aunque no sintiera lo mismo, no lo tomará como algo malo o a la broma. Siempre esperaba por ese día, en el cual mi castillo de naipes se convirtiera en el castillo de la cenicienta y que el hechizo durara no solo hasta las doce, sino toda la madruga, toda la vida. Sin embargo, como en el cuento, mi tiempo se agotaba. 

Las llamadas con A eran cada vez más seguidas, como burbujas de jabón que en algún momento han de reventarse. Mi ilusión era tan grande que mi corazón olvidaba que estaba viviendo una mentira. Una cruel actuación donde el único perjudicado era A.  

No merecía que le mintiese así, pero al mismo tiempo yo no podía detenerme. Había llegado tan lejos, pero la base de naipes de mi castillo empezaba a temblar. Luego de tres semanas hablando por teléfono y con la paciencia ya agotada, A sugirió que no podía seguir con esto.

-       Tengo que conocerte ya. Esta vez debes decirme cuando.

Ya no podía seguir toreando. El momento había llegado. Era hora de entrenar a Melisa, la verdadera para que se conozcan. Si A quería conocer a Melisa, pues la conocerá.


Continuará.



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