EL CHICO DEL BUS Cap. #36 DILE QUE NO ESTOY
Su voz casi susurrando sobre mi oreja se
escuchaba diferente en persona que por teléfono. A me hizo esa pregunta en
medio de una crisis existencial, casi habla mi Melisa interna, pero había
olvidado que soy G, me sentí un maniquí con el cual juegan mis diferentes
personalidades, ella y yo, como en Fragmentado. Me quedé quieto mirándolo y no
supe responderle de inmediato como él esperaba. Mi boca y mi lengua se
esfumaron de mi ser, estuve perplejo e inmóvil como una estatua de las que
adornan la torre de la parroquia. Eran más de las cuatro y media, literalmente acorralado.
Atrapado en aquella cabina de teléfono con A en la puerta.
-
¿Estabas hablando con ella? –
preguntó A.
-
Hola… - le respondí al tiempo en
que mi cara se puso roja o morada, porque el aire se me fue.
-
Me dijo que nos veríamos aquí –
dijo A ansioso e impaciente.
-
Ella no va a venir – le dije
directo y puntual.
-
¿No va a venir?
La cara de A se estremeció y al verme acorralado
dentro de la cabina telefónica, dio un paso al costado para dejarme salir y caminamos
un poco por el jardín de la parroquia blanca.
-
Entonces, ella no viene – comentó
A.
-
No…
-
Sé lo tímida que es, prácticamente
la obligué a citarnos.
-
Bueno, lo que sucede es que…
-
Soy un huevón.
Sentí una profunda pena por él y me sentí
terriblemente afligido.
-
Me dijo que estaba enferma – le mentí,
aún más.
-
¿esta bien?
-
Solo está resfriada.
-
Entiendo.
-
¿estas bien? – le pregunté.
-
Creo que sí.
A miró hacia el reloj de la torre cerca a la
campana y dio un largo suspiro.
-
Bueno amiguito, me voy. Gracias
por todo.
Se despidió con un apretón de manos y se fue
por el pasaje frente a la parroquia blanca. Su casa quedaba a tres calles. Sentí mi mano frágil y me la lleve a la nariz
para oler su perfume. Me senté sobre una banca. El polvo se levantaba con el
viento frio que había dejado la retirada de A. Regresé a casa y no había nadie.
Tuve ganas de llorar, pero no podía, solo me quedaba mirar el techo desde mi
cama, tratando de descifrar todas las cosas que habían sucedido y las razones
por las cuales sucedían, como si allá arriba en el techo estuvieran las
respuestas a todo, y luego de veinte minutos o más, me decidí a coger el
teléfono y llamé a A. La llamada entró, pero no se escucho ni una voz
respondiendo.
-
Hola – dije
-
Hola – respondió A.
-
Discúlpame.
-
Te estuve esperando.
-
Lo sé.
Hubo un silencio incómodo, de esos que te
anticipan el inicio del fin, y sientes que algo pasa, pero no te atreves a
aceptarlo todavía.
-
Oye la verdad es que ahora tengo
que salir ¿Podemos hablar en la noche?
-
Si claro – le dije.
La voz de A sonaba incómoda y lamentada. Lo
estaba perdiendo y en ese momento no pude evitar preguntarme ¿alguna vez lo
tuve? Por la noche mi mamá llegó con amigas a la casa y no pude usar el
teléfono. No podía llamar a A, de modo que con la excusa de ir a comprar a la
bodega salí a llamarlo desde un teléfono público.
-
Hola A.
-
Hola.
-
Estoy en un teléfono público no
puedo hablar mucho.
-
Entiendo. Aunque seria más fácil
si nos encontráramos.
-
Es tarde.
-
Ya sé que no es la hora, eres tú
que nunca quieres verme.
Tenia que darle una fecha y no lo medité, solo
atiné a responderle algo que luego lamentaría.
-
El lunes.
-
¿Cómo?
-
El lunes en el segundo recreo nos
vemos en las escaleras del tercer piso.
-
¿segura?
-
Si. Tengo que colgar.
-
Ya esta bien ¡Por fin! – exclamó A
con una emoción que extrañaba.
-
Nos vemos – le dije y colgué.
El día lunes mi corazón no dejaba de latir. A
mitad de las clases de ingles pedí permiso para salir al baño y fui hasta el
salón de Melisa y por la ventana de la puerta me asomé y le hice un gesto para
que saliera. Ella se admiró de verme y levantó la mano para interrumpir a su
profesor, pidió permiso para ir al baño y salió.
-
¿Amigo que pasó?
-
Pensé que estabas enferma.
-
Amigo no te molestes conmigo, ya
me siento un poco mejor.
Fingí un poco de indiferencia para tratar de
que Melisa hiciese lo que yo quisiera, ahora si estoy desesperado.
-
¡Lo dejaste plantado! – le reclamé.
-
Lo sé. La próxima no fallo.
-
¿Segura?
-
Si.
-
Bueno pues, alístate. A la hora
del recreo A te esperará en las escaleras del tercer piso.
-
¿Qué?
-
Dijiste que no fallarías.
-
Ya estoy dudando un poco.
Le di una mirada severa tratando de imponer mi
voluntad. En ese momento me di cuenta que Melisa nunca tuvo pensado ir a la
cita del sábado, se acobardó, pero hoy no la dejaré hacerlo.
-
Ya. Esta bien. Iré
-
Perfecto. No faltes.
Ambos regresamos a nuestros salones. Faltaba
una hora para el recreo y mi angustia se traducía en sudor. Mi mano hacia
círculos con el lápiz sobre la carpeta magullada. El tiempo pasaba lento.
Cinco, cuatro, tres, dos, uno; las manecillas
del segundero de aquel viejo reloj de la pared en el salón de clase no eran
precisas. Recién a las doce con seis minutos sonó el timbre y para mí aquel
sonido fue como un electroshock que se usa para despertar a un paciente con
paro cardíaco, en mi caso a punto de provocarme uno.
Corrí de prisa hacia el tercer piso antes de
que saliera todo el mundo. Me ubiqué en una zona estratégica y desde ahí contemplé
aquella película que yo mismo había producido y dirigido, hasta elegí a los
actores. Tal vez debería dedicarme al cine.
Melisa llegó antes y tenía el cabello amarrado
con un sujetador. Se le veía muy tranquila. Mientras tanto él, aquel culpable
de todo este filme, subía las escaleras en busca de ella. Finalmente, A
vislumbró a una chica de espaldas en las escaleras del tercer piso y se acercó
lentamente. Melisa estaba mirando hacia el patio esperándolo.
No pude oír que se decían. A sonreía mientras
se acercó a ella y mi amiga Melisa volteó al escuchar su nombre. Oh dios mío. Aún
recuerdo su reacción.
A se apoyó en el mirador al lado de ella y
comenzaron a conversar. Ella se le veía coqueta y algo nerviosa.
Recuerdo haberle dicho a Melissa: “Deja que él
hable y síguele la corriente en todo”
Pasaron un par de minutos y comenzaron a
caminar hacia el pasillo donde los perdí de vista y de inmediato bajé al
segundo piso por las escaleras de la sala de computadoras para buscarlos asomando
mi cabeza por la ventana y no los encontré. Luego regresé al mismo lugar donde
ambos se habían encontrado y desde ahí vi a A que regresaba junto a sus amigos.
No habían pasado ni diez minutos. Oh no, pensé. Tengo que buscar a Melisa. Creí
que se quedarían conversando todo el recreo, me equivoqué ¿Qué habrá pasado?
¿Qué se dijeron? ¿He sido descubierto? Imposible, ya tendría a A frente a mí
encarándome. Corrí hacia el salón de Melissa y allí estaba ella sentada en su
sitio.
-
¡Amigo! – exclamó al verme.
Mi emoción ya no pudo disimularse, debía saber
de inmediato todos los detalles.
-
Y ¿qué paso? – le dije de
inmediato e impulsivo. Mi cara estaba roja y sudada por subir y bajar
escaleras.
-
Nada. Solo nos saludamos.
-
¿Qué te dijo?
-
Dijo “Eres muy tímida” y mencionaba
constantemente que mi voz era diferente por teléfono.
-
¿No te dijo algo más?
-
Mmm, si. Me preguntó cosas
cotidianas, ya sabes “y que tal” “que te cuentas”
-
¿Solo eso?
-
Si.
-
Y ¿luego?
-
Me dijo que tenia que irse a
ensayar, y se fue sin más.
Todo estaba raro, o realmente no. Esa misma
noche llamé a casa de A y contestó su mamá “Hijo te llama tu amiga Melissa” y él
respondió “Dile que no estoy porfa”. Y antes que la mamá respondiera yo había
colgado la llamada.
“Dile que no estoy” sonaba horrible viniendo
de él. Me sentí rechazado y triste, pero no tenia porque tomarlo personal. Era
el resultado y la ley del karma dándome de mi propia medicina. En ese momento
no me había dado cuenta, ahora muchos años después comprendo. Pobre de A, que
ahora que lo pienso de seguro no le gustó Melisa, la verdadera. Es obvio, los
chicos a esa edad se dejan llevar por el físico y la verdad es que la pobre de
Melisa no es bonita. Suena mal, pero si la comparo con la novia de A de ese
entonces, en realidad no hay punto de comparación. Pobre Melisa, porque había
sido victima de un complot absurdo y que ni ella misma terminaba de entender y
además de todo eso, fue indirectamente rechazada porque a A no le gustó. Es
eso, no había otra explicación, su respuesta en el teléfono fue todo lo que
necesitaba oír para dejar de llamarlo: “Dile que no estoy”. Y finalmente, también
pobre de mí, quien hube alimentado una fantasía a un nivel tan grande que yo
mismo me creí el cuento. Después de aquella noche no volví a llamar a A. La
verdad había salido a luz, así como el sol sale por las mañanas, y hubiese sido
ideal que esta historia terminase allí, pero no.
Hoy, en el reencuentro del colegio, vi a
Melisa de espaldas y no dude en acercarme a saludarla por los viejos tiempos.
Un saludo bastaría y luego regresaría con mis amigos. Tan pronto estuve a
cuatro metros de ella, él se adelantó a saludarla con un beso.
-
Hola ¿Tu eres Melisa?
-
Hola, si – dijo ella.
-
Hola, soy A _ _ _.
Y yo no pude hacer nada para detener ese
momento, solo retrocedí y cuando volteé para regresar con mis amigos, vi como A
me clavó la mirada mientras conversaba con Melisa. Entré en paranoias.
¿Lo sabe? Creo que sí.
Continuará…
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