EL CHICO DEL BUS Cap. #37 OJALÁ ALGUIEN ME QUIERA COMO LO QUIERES TÚ A ÉL
La cabeza me daba vueltas y me sentí
paranoico, perseguido y acechado; así en mi afán de no ser visto en ese estado
corrí hacia el otro patio donde no había gente y me senté en las gradas donde
se encuentra la bandera del pabellón nacional, al lado de una especie de altar
que posee una hermosa virgen de mármol protegida dentro de una estructura de
vidrio junto al portón de la entrada principal del colegio.
Lo extraño es que sentí como si todavía
estuviese estudiando allí; el mismo miedo o temor de ser descubierto, expuesto
o ridiculizado. Estuve sudando frio e incluso comencé a arrancarme las uñas a
mordiscos porque no tenia control de mí consciencia; y todo a causa de haber
fumado cannabis antes de acudir al reencuentro. Fui imprudente y ahora estoy
paranoico y saturado de pensamientos fugaces y preguntas fatales; ¿se conocen?
¿Por qué hablaban A y Melisa?
Me he dado cuenta de la forma en que A me ha
mirado luego de saludar a Melisa, sentí que me enviaba un mensaje. Al parecer las
miradas entre nosotros ahora hablan y, desde lo que sucedió entre él y yo en el
taxi camino a su casa aquella noche de fiesta, he aprendido a leer sus ojos al
igual que aprendí a leer los de H. Esta noche, A me ha dicho algo con su mirada;
fue un mensaje legible y claro: lo sé todo.
Él ha atado cabos, ha armado las piezas o es
mi mente imaginando todo bajo tantos efectos psicodélicos, no puedo distinguir
entre realidad o espejismo.
Sin embargo, siento que si estoy descubierto
porque la evidencia esta por todos lados; primera pista, mi numero telefónico
tiene el mismo código distrital que el suyo, con esto confirmará que es alguien
que vive cerca a su casa, somos vecinos; segunda pista, durante esos años
escolares nos ha visto a Melisa, la verdadera, y a mí conversando muchas veces,
y también luego de aquel encuentro con ella; tercera pista, me encontró en el lugar
de la cita a ciegas en el teléfono público, ¿por qué estaría yo en ese lugar? a
menos que sea porque yo he orquestado todo ese proyecto; cuarta y última
evidencia, él sabe a ciencia cierta que soy gay ahora en tiempo presente, si
antes lo sospechaba ahora ya lo tiene confirmado, y más aún por lo que sucedió aquella
noche en su casa. No necesita más piezas, tiene el rompecabezas casi armado y solo
le falta una pieza, mi confesión; y no tardaría en venir a preguntármelo. Y así
lo hizo. Al cabo de cinco minutos A se asomó por el pasillo de la sala de profesores
y, al verme sentado en las gradas junto a la virgen, se acercó.
-
Oye ¿estas bien? – me preguntó A,
al verme en vulnerables condiciones mientras en mi cabeza daban vueltas miles
de situaciones ficticias que parecían realidades.
-
No me siento bien – le respondí.
-
¿Quieres que te lleve a tu casa? –
se ofreció a llevarme lejos de allí.
El buen vecino, pensé. Es solo eso, un buen
chico que quiere ayudarme y que no está enamorado de mí, me decía una voz
dentro de mi cabeza, y otra voz igual de potente me gritaba: “No te puedes ir a
casa todavía, tienes que quitarle el celular a S, ese celular tiene las fotos y
videos comprometedores de H, el chico que te gusta; debes ayudarlo”. Es cierto,
yo vine a esta fiesta de reencuentro por; una razón o misión, tengo que
quitarle el celular a S para ayudar a H.
-
¿Tu amigo H? – preguntó A y de
pronto me percaté que no estaba pensando las cosas, las estaba diciendo en voz
alta. Al parecer había perdido la noción de la realidad y de la conciencia.
-
Necesito ayudar a H – le dije.
-
¿Qué pasa si no lo ayudas? –
preguntó A.
Esa pregunta no me lo había hecho jamás ¿qué
pasa si no ayudo a H?, acaso no seria la solución que muy en el fondo deseo,
que todos conozcan su verdad y él pueda ser como realmente quiere ser. ¿Seria mejor
no ayudarlo? y dejar que todos vean esa foto comprometedora que tiene S de H y,
así ayudarlo a que salga de ese maldito closet donde está encerrado. No es
justo para él, es hora de liberarlo de sí mismo. ¿Debería dejar que S lo
exponga?; aunque eso destrozaría a H, su reputación, su carrera y su relación
con Romina. Aguarda, ¿acaso, no es eso lo que busco?, separarlo de Romina para
que se acepte y tengamos una oportunidad. ¿Qué hago?, no debería dejar que esto
se empeore.
-
Ayúdame A.
-
Ok, vamos, ponte de pie – me dijo
A mientras me ayudaba a incorporarme.
Tuve arcadas y mareos, como si los demonios
dentro de mí quisieran salir. A me llevó al baño del tercer piso porque sabia que,
en el primer piso alguien podía verme en ese estado lamentable. Los baños del
segundo piso estaban cerrados.
Una vez en el tercer piso, vislumbré a un
chico saliendo del baño a donde nos dirigíamos A y yo, era S.
-
Es él – le susurré al oído a A.
S al verme apoyado en el hombro de A, a punto
de colapsar corrió a rescatarme, y caí junto con A al piso.
-
Hey ¿estas bien? – S trataba de
ayudar.
-
Quiero ir a mi casa.
-
Yo lo llevo – dijo A.
-
¿sabes donde vive?
-
Si, somos vecinos.
-
Ok, los ayudo a bajar – se ofreció
S.
-
Bajemos por las escaleras administrativas,
no quiero que nadie me vea así – solicité.
A pidió un Uber, y éste llegó al minuto, y con
la ayuda de S subí al taxi y A subió por la otra puerta.
-
Cuídate mucho.
-
Gracias S.
El taxi arrancó y me desplomé sobre las
piernas de A, junto a él poco a poco las nauseas desaparecieron, miré hacia
arriba y A me miraba preocupado.
-
¿Cómo te sientes?
-
Fatal, ya se me va pasar, no te
preocupes más.
-
¿seguro?
No me daba una pálida desde el 2009, había
olvidado lo horrible que es. Esa sensación de descompensación corporal, dolor
de cabeza, nauseas, vómitos y paranoias.
-
Me dices en que parte queda tu
casa exactamente – dijo A.
-
No puedo ir a mi casa así.
-
Ok, puedes quedarte en la mía
mientras te repones.
-
¿estas seguro? – consulté.
-
Están mis primos, pero no creo que
haya problema.
A acomodó mi cabeza sobre su regazo y trató de
sacar algo de su bolsillo el cual estaba siendo bloqueado por el peso de mi
cuerpo sobre sus piernas. Yo solo miraba el techo del taxi respirando
profundamente para que se me pase el malestar.
-
Debes quererlo mucho.
-
¿Cómo? – pregunté
-
A él, al tal H.
Lo miré fijamente y no le respondí, desvié mi
mirada hacia la ventana y, al no darle una respuesta, supuse que él interpretaría
mi silencio como una afirmación.
A también había tomado, se le notaba los
cachetes chaposos y los ojos medio perdidos, y de rato en rato soltaba alguna
sonrisa sin sentido; y dijo algo que me provocó mucha ternura.
-
Ojalá alguien me quiera como lo quieres tú a
él.
No me lo dijo a mí, creo que A pensaba en voz
alta. Toqué su rostro y lo acaricié, quise que sintiera que realmente lo
entiendo. Yo entiendo lo que él acaba de decirme, porque es algo que yo también
deseo desde el fondo de mi ser, encontrar alguien que me quiera tanto y lo
demuestre de todas las maneras posibles. No fue necesario decirle algo, sé que
él lo sabe.
Nos quedamos en silencio por unos momentos,
cada uno meditando sobre sus propios amores pasajeros o imposibles. Amores que
no hicieron lo suficiente por uno o que nunca hicieron lo que esperábamos que
hicieran.
El taxi pasó cerca a la parroquia blanca y en
poco tiempo llegamos a la casa de A, quien todavía guardaba silencio mirando
por la ventana mientras yo miraba al techo del auto. Luego A retomaría la
conversación para rematarla con una noticia.
-
Desconozco el contenido de esto,
solo sé que me asusta un poco tenerlo entre mis manos.
Al escucharlo decir eso, me incorporé sobre él
y vi lo que tenia en sus manos.
-
¿Cómo lo hiciste? – le pregunté.
-
Sucedió cuando nos caímos y él nos
ayudó, dudé en hacerlo, aunque al ver la oportunidad y tú ni podías
aprovecharla porque estabas cayéndote, traté de hacerlo para ayudarte.
A tenia el celular de S, lo había conseguido
mientras yo por fumar tanto había puesto en peligro mi plan. A me miró
fijamente y en ese instante lo puso en mi mano.
-
Haz lo que tengas que hacer.
Continuará.
Por Carlos Gerzon
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