OTRA VEZ SAN VALENTIN
A pesar de que me digo a mí mismo mirándome al espejo para agregar dramatismo al asunto: “No necesito novio”; llegan a mi vida sábados por la noche sin planes y domingos por la tarde junto a Netflix sin alguien que me diga “¿Qué vemos hoy?”; con pop corn salado y sin labios que apaguen mi sed, o con recomendaciones románticas y ningún abrazo a mi lado que me pueda acurrucar si me quedo dormido en las partes aburridas.
No debería hacerle caso a esa vocecita incesante e incansable dentro de mi cabeza que sale por mi ojos muchas veces en estado líquido. Otra opción para sentirme en calma podría ser llamar a mis amigos, pero ellos están de viaje, trabajan o tienen planes con sus novios, mientras que yo quedo como la fea, la hermanastra de cenicienta, la bruja del cuento, la que nadie saca a bailar en las fiestas, en fin. Suena gracioso, y me gusta reírme de las cosas que nos impone la sociedad.
Entonces, siendo catorce de febrero nuevamente, se siente en el aire de los cinco continentes como un coronavirus o alguna gripe que recorre los cuerpos humanos. Esta fecha tiene tal poder de convencerte y hacer a los solteros sentirse más solos que nunca; sobre todo cuando hemos estado soltero por mucho tiempo.
Yo perdí la cuenta de cuantas margaritas he deshojado e incluso aunque haga trampa, termino con “No me quiere”. Hay días en que me siento como un fruto podrido que solo atrae puro microbio o como un perro sin vacunar listo para ser invadido de parásitos.
Por eso cierro mis puertas y ventanas a los amores disfrazados de buenas intenciones, porque al final resultan pasajeros y con desconocimiento de lo que quieren en la vida. Mucha miel mía, y solo atraigo a las moscas.
Otra vez es San Valentín y no tengo nada que reprocharle; hemos tenido una relación tormentosa y larga en el que yo esperaba mucho de él y él pasaba de largo por mi costado. Este año podría ser diferente, lo único que tengo que hacer es ignorar su presencia.
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