SIEMPRE NOS QUEDARÁ BUENOS AIRES Cap. #01 24 HORAS


¿Realmente existe la causalidad? O simplemente existe el momento perfecto; ese que encaja en tu destino como una pieza de rompecabezas. Dicen que las casualidades realmente no existen, porque son momentos que ya estaban escritos para que aparezcan en tu camino. Quizá eso sucedió cuando encontré el pasaje a Argentina a un costo inigualablemente barato y sin pensarlo mucho ni medir consecuencias y, sin ningún tipo de presupuesto, abusé de mi deuda crediticia y compré los boletos. El destino es Rosario, y de allí tomaría un bus hacia Buenos Aires.

Este viaje no es un capricho y ningún arrebato, es una promesa pendiente con la Che, mi queridísima amiga que conocí en Estados Unidos hace casi nueve años. Ella estuvo viviendo en Perú casi más de dos años y siempre me decía lo mismo “Che te toca a vos visitarme”. Y no es la única persona que veré allá, también hice algunos amigos en New Jersey hace uno siete años, y siempre tuve muchas ganas de reencontrarme con todos.

No es una casualidad, ese pasaje a un precio barato fue la señal para cumplir las promesas pendientes. Poco a poco me fui preparando para volar por la ciudad de la furia, y diez días en la capital en realidad es una burla, pero es lo poco que pude conseguir de vacaciones en mi nuevo laburo, poco a poco ya me iba contagiando de la emoción.

Sofi, mi amiga que vive en Buenos Aires, amablemente me rentó su departamento en Palermo, el cual regularmente lo oferta en airbnb a viajeros como yo. Aun recuerdo cuando conocí a Sofi, fue hace casi diez años, trabajábamos juntos en una montaña, rodeados de nieve, marihuana, y días de libertad que extraño; en ese entonces mi mente era muy inocente. Cuando estas en ese estado de ingenuidad tu libertad es más grande porque no tienes ni idea de que debes ser cauteloso, solo vives el momento genuinamente, sin manipulaciones de tu mente, sin restricciones. 

Ella, me lo había advertido “te va a encantar Buenos Aires”, sin embargo, yo estaba escéptico. Ella no fue la única, también un amigo peruano me dijo lo mismo: “No vas a querer volver”. Pensé que estaban exagerando; él había vivido años en Buenos Aires y me dió todas las recomendaciones de lugares a donde ir y a donde no ir. Con tanta información tuve las expectativas altas y eso me espantó, porque generalmente las expectativas son muy peligrosas para mí, pueden llevarme a decepciones irreparables y perjudicar el propósito de mi viaje que es pasarla bien, conocer, visitar viejos amigos y tomar fotografías. Sin embargo, mis ideales de conocer la capital del tango se esfumaron dos días antes cuando conocí a Danito. Lo conocí en Lima.

Pocas cosas, y sobre todo, pocas personas logran deslumbrarme, pero Danito lo logró por la forma convencional y banal en que nos conocimos. No tienen que adivinar, fue por Grindr. Como en los cuentos de los hermanos Grimm o alguna obra maestra de Disney, esta historia tuvo un cronometro instalado de duración corta y, no es que no haya funcionado, todo lo contrario, parecíamos sincronizados como un perfecto reloj suizo. Un loco y uno más loco. Es más, mientras estaba en el aeropuerto rumbo a Argentina, en la sala de espera, Danito y yo conversábamos por WhatsApp sobre cualquier cosa, literalmente cualquier tontería con tal de que tuviéramos algo de que conversar. Conocerlo fue como la precuela de mi aventura en Buenos Aires, como la introducción de la magia que existe cuando conoces a personas de diferentes lugares del continente.

Dos días antes de viajar conocí a Danito y por un momento pensé que hubiese sido mejor no conocerlo nunca, porque 24 horas después no lo volvería a ver jamás.  Repito, no fue falta de química, al contrario, eso fue lo que sobraba entre nosotros; fueron las circunstancias en las cuales lo conocí, su avión despegaba en veinticuatro horas hacia Miami sin boleto de regreso. De pensar que, si mi vuelo a Argentina hubiese salido ayer en lugar de hoy, quizá hubiéramos coincidido nuevamente en el aeropuerto. Pero el hubiera no existe, ni las casualidades tampoco.

Danito es chef y vive en Perú hace un año, ha viajado y vivido por muchos lugares del mundo, cocinando en restaurantes de cinco estrellas Michelin en Berlín, surfeando en Croacia, modelando en Paris, sí, también es modelo, y amando su natal Venezuela. Fue la tarde de sábado antes de mi vuelo del lunes por la madrugada. Un amigo del trabajo y yo fuimos a almorzar algo tarde, y la verdad a mí no apetecía mucho comer el pollo que nos sirvió el mesero, sin embargo, fue otra cosa la que me abrió un apetito voraz. La conversación que estaba teniendo con un chico que conocí por el chat de Grindr, estaba más interesante que la conversación con mi amigo. Necesitaba sexo en ese momento, y mi amigo heterosexual frente a mí comiendo el pollo a la brasa no iba a darme las mismas facilidades que el otro chico que vivía a tan solo unas cuadras de allí; y además con la foto que me envió recién salido de la ducha no podía decirle que no y mucho menos hacerlo esperar. Estaba seguro que estaría mas cómodo en su cama que en la incómoda silla del restaurant donde mi amigo me había llevado. Irme repentinamente sin una buena excusa es grosero, pero el chico desnudo de la foto recién salido de la ducha no me iba a esperar mucho tiempo y mis arrolladoras ganas de expulsar la culpa por un orificio me estaban torturando. Veinte minutos después, me inventé un pretexto para irme. Mi amigo me hablaba de su novia loca y celosa, y yo no quería escuchar más sobre ella, me tenia harto con la misma cantaleta de siempre, además yo también soy algo celoso hasta con mis amigos, entonces que clase de consejo podría venir de mí hacia él, ninguno. Soy mas útil en la cama de ese chico de Grindr que me esta esperando que conversando con mi amigo.

Encendí el auto y manejé cinco calles hacia abajo, y me estacioné frente a una casa color lavanda, el chico abrió la puerta y me hizo entrar directamente hasta su habitación. Aun podía oler al jabón en su cuerpo, y tenia muchas plantas cerca a la ventana. Desnúdate me dijo, y así lo hice. No tuvo reparos ni protocolos de bienvenida ni intimidación, él fue directo al grano, o, mejor dicho, directo al glande. Me bajó el cierre, sacó mi miembro y lo puso en su boca. Se entretuvo un par de minutos hasta que se oyó el estruendo de la puerta principal del primer piso. Y mi libido se transformó en un autentico miedo al punto del pánico. Mi anfitrión, era mucho más joven que yo y temblaba de los nervios, nos vestimos rápidamente y salió de su habitación para vigilar que el camino hacia la salida este completamente despejado. Salí casi corriendo y subí al auto, nadie me había visto, pero me había quedado con tremendas ganas que no espere ni un minuto y volví a conectarme al chat, y a solo unos cuantos metros aparecía en mi pantalla la foto de un chico con el pelo rojo y largo, no se veía mucho la cara, solo un ojo, los labios y una barba corta pero sexy, un look a los Kurt Cobain. Le escribí temiendo un enorme “No gracias” por respuesta. Sin embargo, aquel chico pelucón me dijo claramente, “espérame frente a la entrada de la municipalidad”.

Me estacioné en frente del edificio municipal y aguardé dentro del auto, habían pasado como quince minutos y no aparecía el muchacho, entonces deduje que se arrepintió. Justo antes de arrancar el auto para irme, detuve mis emociones y analicé un poco más, ¿cómo me va a reconocer si estoy esperando dentro del auto? Nunca le dije que estoy en auto. Entonces di una oportunidad más al momento y bajé del auto y allí a lo lejos llegaba un chico alto, en shorts y polo, con la melena suelta que brillaba bajo los rayos de sol del atardecer, eran casi las seis de la tarde; era él. Entonces le saludé con la mano a lo lejos y subí al auto, el pelirrojo se acercó hasta el vidrio del copiloto y le indiqué que también subiese.

Y allí estábamos ambos, uno al lado del otro, sin saber que decir. ¡Qué incomodos esos momentos! ¿no creen? Cuando te citas con alguien del chat y no sabes exactamente que decir o por donde empezar. La inseguridad me invadió, al verlo sexy y atractivo, pensé que yo no era su tipo. Entonces, me armé de valor y como cuando alguien no tiene nada que perder, comencé a conversar de cualquier cosa y afortunadamente tuve respuestas.

-       ¿y a qué te dedicas?
-       Soy chef.

De inmediato noté un acento diferente al limeño.

-       No eres de aquí ¿de donde eres?
-       Soy de Venezuela.
-       Y ¿hace cuanto tiempo llevas viviendo en Lima?
-       Poco menos de un año, pero ya me voy.
-       No te ha gustado esta ciudad.
-       La verdad no, no me gusta tu ciudad. No ofense – dijo aquello en ingles.
-       Tranquilo, a mi tampoco me gusta mucho que digamos y ¿qué es lo que no te gusta de mi ciudad?
-       Sin ánimos de molestar, la gente me parece muy….
-       ¿estúpida? Porque lo son.
-       Bueno, que conste que lo dijiste tú antes que yo. Más que eso, son ladinos o como dicen ustedes son “muy vivos”.
-       ¿a qué te refieres?
-       Cosas del trabajo, no quiero hablar de eso. Creo que no queremos hablar de eso
-       ¿de que quieres hablar?
-       De esto…

Se acercó a mi boca y la besó como si fuese un viajero perdido en el desierto por varios días y repentinamente encontró agua. Y yo me emparejé a la intensidad y rapidez de sus labios porque quería dejar en alto mi prestigio como buen besador. Me lo habían dicho muchas personas y sentí la necesidad de mantener intacto aquel título.

-       Tus labios son suaves y acolchados.

Sonreí, satisfecho de que mi impresión de que yo no era su tipo era errónea, y entonces quise saber más.

-       No me has dicho tu nombre.
-       Danito.

Le dije también mi nombre mientras su mirada seguía pendiente de mi boca.

-       Mucho gusto ¿puedo seguir besándote?
-       Prefiero que no preguntes, solo hazlo.

Y nos besamos tanto rato que, al cabo de unos minutos, casi a rastras llegamos al asiento de atrás, y de inmediato nos despojamos de las prendas que estorbaban el roce de nuestras manos sobre nuestra piel. Los bellos de mis brazos se erizaron y tenía la piel de gallina, la noche había caído mientras el vidrio del auto de empañaba de nuestros besos y roces descarados. Sentí todo su cuerpo encima de mí, su cabello caía como una cascada sobre su rostro y yo lo agarraba con las manos y me apoderaba de él. El auto se movía y temía que desde afuera pensaran lo evidente, que mi auto era una rana.

Él se vino primero luego lo hice yo, el sonido de su respiración fue ruidoso y profundo, estaba agitado y cada uno se sentó correctamente a los extremos del asiento trasero. Lo disfruté tanto que quería que él se quedará un rato más, a veces suele pasar que luego de un encuentro como aquel, llega la despedida cargada de promesas “te escribiré” “nos vemos” “espero que se repita”, y yo estaba esperando alguna de esas frases mientras él se vestía. Cuando se agachó a recoger su zapato, encontró un bolsa con lo que compré en la librería en la mañana.

-       ¿qué es esto? ¿qué estas leyendo?
-       Lo compré hoy por la mañana.
-       ¿puedo verlo?
-       Claro.
-       “Rayuela” de Cortázar. Hace mucho tiempo que no leía este libro.
-       Dicen que es complicado.
-       Lo es, lo difícil no es empezarlo sino terminarlo de leer, mucha gente lo abandona.
-       ¿por qué todos siguen diciendo eso?
-       Porque yo lo abandoné y lo volví a retomar años después y así, lo terminé luego de seis años desde que empecé a leerlo.
-       Me gustan los retos – respondí.

En ese momento leí en su mirada que él no pensaba irse, al contrario, quería quedarse por su propia voluntad sentado en el asiento trasero de mi auto. Se puso sus lentes y comenzamos a conversar, y desde ese instante me había olvidado lo rápido que el tiempo puede pasar. Me dediqué a escucharlo, me contó todas sus highlights y aventuras en Lima, Europa y otros países que conoció y vivió en Latinoamérica. Me contó que incluso que había sido drag queen alguna vez en su vida, lo cual me impresionó mucho, incluso dudé de su historia, sonaba a puro cuento, pero él hábilmente detectó mi escepticismo y sacó su teléfono móvil y me ensenó fotos en drag, también videos subidos en su Instagram. Descubrí en el transcurso de las horas dentro de mi auto que Danito es una persona con gran sentido del humor, sabia exactamente que decir en el momento adecuado, y yo no me quedaba atrás; también tengo un agudo sentido del humor.

Eran casi las ocho de la noche cuando me di cuenta que tenia que regresar a casa, pero no quería irme, moría por quedarme con él toda la noche y él también, porque no mostró en ningún momento prisa ni nada. Me siguió en Instagram e hice lo mismo. 
Comenzó a ver mis fotos y descubrió que también soy fotógrafo. Fotos tras fotos le daba un like y me decía “Yo fui modelo”. Enséñame le dije, y revisamos sus fotos cuando modelaba en París, tenia un mejor cuerpo que ahora. “He engordado un poco”. A mí me parece que estas bien, le dije. Me gustaron sus fotos y la fuerza de su mirada. “Debo hacerte fotos algún día”, le dije, pero no respondió y en lugar de eso tomó el libro de Cortázar.

-       ¿ya decidiste en que orden lo leerás?
-       Voy a seguir el orden del autor.
-       Buena idea. Sabes que hay un método de leerlo ignorando varias paginas e igual entenderías la historia.
-       No lo he comprado para perder hojas, al contrario, quiero leerlo todo. Tendré tiempo de sobra, lo compré porque me voy a de viaje y quiero leerlo en el avión, en el bus, en el tren, en fin, en los lugares donde el tiempo suele perderse.
-       También te vas de viaje.
-       ¿también tú? ¿a donde?
-       Me voy donde mi mamá en Miami, me quedaré un tiempo a vivir con ella.
-       ¿y cuando te vas?
-       Mañana por la noche.
-       O sea, a que estas horas estarías volando.
-       Siempre ando volando, if you know what I mean – dijo, y sí entendí perfectamente a que se refería.

Cuando dijo eso, supe que era demasiado bueno para ser verdad. Detecté que esto es un modus operandi de mi destino, cada vez que un chico que realmente me gusta y tengo ganas de conocerlo más, suceden varias variantes: o no vive aquí, o esta de visita o se tiene que ir del país. Es mi destino, y ya una amiga ame lo había advertido “tu no perteneces aquí, quizá tu alma gemela esta andando por el mundo y tú estas aquí en tu zona segura”.

Dentro de dos días yo también viajaría, mi boleto a Argentina me esta esperando y no quiero que se repita esa maldición que al parecer alguna bruja de mis antepasados ha puesto sobre mí. Preferiría pincharme el dedo con una rueca y dormir hasta que llegué un chico a despertarme, eso seria mejor a la maldición que tengo ahora: conocer chicos que me gustan y que yo les guste, pero no puedan quedarse conmigo. No tenía muchas opciones con Danito, pero si iba estar solo veinticuatro horas aquí antes de que se vaya, las quiero aprovechar.

-       Salgamos esta noche – le dije.
-       ¿A dónde quieres ir?
-       A donde quieras.
-       No tengo ánimos de fiesta – dijo él.
-       Podemos mirar el cielo mientras fumamos un porrito.
-       Eso sí.
-       ¿nos vemos a las once?
-       Perfecto a las once.

Se bajó del auto y cerró la puerta, arranqué el auto y luego él volvió y tocó el vidrio de la ventana, abrí la puerta del copiloto, pensando que había olvidado algo.

-       ¿olvidaste algo?
-       Si.

Y nuevamente su boca llegó hasta la mía y se besaron como se besan los personajes en una pintura renacentista. Nuevamente un cronometro se encendió, tan solo veinticuatro horas.


Continuará.

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