SIEMPRE NOS QUEDARÁ BUENOS AIRES Cap. #07 EL CHICO DEL BUS
El séptimo día llegó como una pluma sobre
la espalda, sin darme cuenta. Aquel día estuvo dedicado a recorrer los confines
la ciudad Autónoma; la che y yo visitamos el barrio de La Boca, por el famoso
Caminito, una calle folclórica, donde se respira el alma de la ciudad en su
estado más puro. Evita Perón desde un Balcón y las melodías de Gardel en cada rincón.
Creadores de contenidos de varios países vienen a buscar la foto perfecta que
encaje en su feed; y sin duda la encuentran.
De regreso, en el bus, la che y yo
hablamos de los hombres que nos encantan, pero no podemos tener. Ella eligió un
peruano y yo un argentino. Empate técnico en imposibilidad, lo platónico parece
una broma de mal gusto. Aquel bus se movía como una montaña rusa, y de un
momento a otro me recordaba que quizá ya era tiempo de volver a escribir. Hace tiempo
que no lo hago. Debería retomar la pluma.
El sol se ponía detrás de nosotros,
mientras el ocaso nos regalaba un anaranjado potente, llegamos al barrio de San
Telmo donde nos encontramos con una amiga de la Che. Cervezas artesanales,
risas cruzadas, miradas a chicos facheros y unas hamburguesas grasientas para
bajar el alcohol, pero subiendo los centímetros en la cintura, eran necesarias
para continuar con una especia de ladies nights, y aunque eso suena excluyente,
y podríamos rebautizarlo a human night, sobre todo con la llegada del primo de
la Che.
El primo también es gay y es totalmente
mi tipo. Más alto que yo, barba abundante y vestimenta sobria que encajaba con
su personalidad hermética, lo cual me daba indicadores de alta testosterona, a
lo cual vinculo, quizá erróneamente, con su preferencia sexual. Aquel pibe nos sacó del quilombo donde habíamos
comenzado la noche. La che y yo, somos nómadas aventureros del mundo, encontramos
juerga en cualquier lugar donde haya buenas vibras, al entrar a ese
departamento se respiraba cierta sofisticación la cual se acrecentó con la
llega de una botella de vino en copas. Pasamos de chelas y gritos a
conversaciones más de salón, pero sin perder la chispa gracias en parte al
porro de marihuana que nos invitó. La amiga de la Che, sacó de su bolso, tabaco,
papeles y un aparato para enrollar, y en menos de un suspiro saltaban los
cigarros ya armados. Fue una noche agradable, pero no se comparía con la
siguiente.
Según Shakira, al Octavo día Dios se fue
a descansar, quizá eso ocurrió también en mi travesía argenta, era necesario un
descuido del universo que me tenia bajo control. Seguramente quien controlaba
mi suerte se fue a descansar para liberar tensiones, porque para dirigirme hace
falta nervios de acero. Luego de almorzar me pasé recorriendo algunas calles de
la ciudad que aun me faltaban conocer y decidí que aquella tarde sería la
dedicada a las compras y unos cuantos suvenires para regalar a amigos de la
oficina. Probablemente pude demorar poco tiempo, pero me entretuve frente a una
tienda de tatuajes y por impulso tuve ganas de hacerme uno, pero no estaba
seguro. Quizá la tinta se volvió parte de mi necesidad de expresarme.
El joven de pelos puntiagudos con solo un
pedazo de pellejo sin tatuar, me miró de pies a cabeza, dispuesto a negarse a
tatuarme en caso me hubiese decidido hacerlo; al verme tan indeciso (probablemente
la duda se reflejaba notoriamente en mi rostro), dijo que estaba a punto de
cerrar y que si quería hacerme uno volviese mañana. Probablemente ya no vuelva
al centro, me faltan tres días para regresar a Lima, era tiempo de despilfarrar
los pesos. Compré chocolates de Vasalissa, Nutella, imanes para la refrigeradora,
Fernet, entre otras baratijas. Cambiar dólares a pesos era una tarea muy
tediosa, colas en las casas de cambios y un trío de personas rodeándome con manojos
de billetes en la mano auto proclamándose el mejor postor.
Caminé por varias calles dedicadas solo a
los transeúntes. Habré invertido unos cuantos minutos de mi agotado ser, y valió
la pena, en presenciar un baile de tango callejero, con toda la elegancia que esta
danza implica. Maravillado, con las palmas al aire y depositando unos cuantos
pesos en el sombrero de uno de los bailarines. Es mágico ver bailar tango, es
como si flotaran sobre el suelo, tocándose deliciosamente, expresando de manera
vertical un deseo horizontal. Creo que inconscientemente mis pies comenzaron a
moverse uno delante de otro sobre mi propio eje, probablemente me hubiese ido
de bruces de no ser porque al ver la hora, eran casi las seis y media de la tarde.
Me apresuré a buscar una calle más
transitada donde haya un metro cerca o una estación de buses que me regresé al
departamento. Es el octavo día, había pasado más de una semana desde mi primera
juerga en Buenos Aires; Max y Noah, los pibes que conocí la primera noche en la
ciudad me invitaron a ir a una nueva fiesta llamada “La Warhol”, esta quedaba
en el centro de Buenos Aires, cerca al palacio del congreso. Si quería llegar a
tiempo para no entrar solo a ese club, debía darme prisa. Debo cenar, alistarme
con mucha paciencia.
Si existe un ser supremo que ve todo desde
arriba, habrá encontrado divertidas mis idas y vueltas por las calles del
centro tratando de decidirme si tomar un metro de esta calle o mejor de
aquella, o si mejor camino para un paradero de bus, o quizá quedarme en uno más
cerca. Parecía un ratón suelto en una caja hecha manualmente por algún nerd con
bastante tiempo libre.
Finalmente llegué a un paradero que recién
había recogido a sus pasajeros, si hubiese llegado unos segundos antes quizá
estaría cómodamente aplastado en un asiento, descansado de una tarde agitada y
rumbo al departamento donde me hospedaba. Sin embargo, si hubiese llegado unos
segundos antes, me hubiese perdido lo que el universo quiso que yo me encontrará.
Me puse mis audífonos para renegar y
maldecir mi tardanza por dentro, aunque mi ceño fruncido no podía disimular lo
apurado que estaba. “Train song” sonó en mi playlist mientras esperaba el nuevo
bus de la línea 73. Mientras al otro lado de la calle, podía sentir o quizá lo
imaginé, como si alguien me estuviese mirando. Segundos después aquella persona
dueña de dicha mirada, cruza la calle en dirección hacia donde yo estaba de pie.
Pretendí no ver nada, y me concentré en mirar mi mano, con la pantalla del teléfono
móvil encendida, buscando alguna otra canción, que avalara mi acción fingida.
-
Hola, disculpa ¿me puedes
decir la hora?
Retiré el auricular de uno de los oídos,
y pretendí no escuchar nada, solo para estar seguro que aquel lindo muchacho,
volviese a dirigirme la palabra sin despegarme la mirada y la sonrisa que
acompañaba su frondosa barba. “Debo gustarle”, pensé.
-
Son casi las siete.
-
Muchas gracias – dijo aquel
jovencito y se retiro hacia un lado.
Generalmente para
conocer chicos es necesario una app, o estar en una disco de ambiente. Sin embargo,
no había nada mejor, para mi gusto, que conocer chicos de esta forma, muy
casual e inesperada. Y no es que me haya sentido atraído de inmediato, solo quería
descubrir si mi intuición estaba en lo cierto, que yo a ese muchacho le gusto.
-
Quizá me puedes ayudar, estoy
tratando de llegar a la avenida Córdoba y Gascón y no estoy seguro que línea
tomar – dije.
-
Si vas al cruce de estas
avenidas, toma la línea 79. Yo también la estoy esperando.
-
Esta bien, esperemos aquí.
-
Mira es aquel bus que viene
allí.
El bus se detuvo y ambo subimos de
inmediato. Con mucha suerte encontramos dos lugares vacíos uno al lado del otro
y tomamos asiento. El silencio incómodo estuvo preparándose para hacer acto de
presencia, pero fue inútil cualquier esfuerzo o intento. Aquel chico risueño, no
tenía intención de salir de mi camino tal cual como llegó, de inmediato trazó
un portal imaginario y me encerró junto a él. Podríamos estar sentados en un
bus, pero la conversación nos transportó.
-
No pude notar que tienes un
acento – dijo.
-
Soy de Perú.
-
Ah mira vos. Yo soy de
Venezuela.
-
Y ¿hace cuanto tiempo vives en
Buenos Aires?
-
Llevó cerca de seis meses.
-
¿piensas quedarte mucho
tiempo?
-
Estudio ingeniería industrial
y pienso terminar de estudiar aquí; y tú ¿cuánto tiempo piensas quedarte aquí?
-
Estoy en el octavo día de
vacaciones. En dos días regresaré a Lima.
-
Entonces aun hay tiempo de que
conozcas muchas más cosas por aquí.
-
¿más cosas? ¿cómo cuales?
-
Ya te digo.
Aquel muchacho sabía como sacarme dialogo,
y definitivamente también yo a él, además de sonrisas. Me gustaba verlo sonreír.
Se ve tan maduro, inteligente, culto, ameno y muy apasionado. Así es, pude oler
la pasión brotar de sus poros. Habían pasado más de veinte minutos del bus y la
parada donde debía de bajarme de aproximaba. Me había dicho su nombre por
supuesto, se llama Diego.
-
Creo que aquí debo de bajar.
-
¿en serio? Me parece que también
bajo aquí.
Bajamos y caminamos hacia una casa de
cambio. Diego cambió dinero y yo, aproveché en comprar unas cervezas. Si quería
saber a donde desembocaba este río, debía ayudar a la corriente a arrastrarlo.
-
Me estoy hospedando en aquel
edificio – señalé mi ubicación y luego agregué - ¿Te apetece una cerveza?
-
Miró su reloj. Dudó unos
segundos, lo vi en su expresión. Y casi de inmediato respondió.
-
Préstame tu celular.
-
¿pasa algo?
-
Déjame conectarme a Instagram
y decirle a mi primo que llegaré tarde. En mi celular no me funciona bien la aplicación.
Se lo presté y luego de unos minutos
respondió con toda la certeza.
-
Listo, esta bien. Vamos.
Llegamos al
octavo piso del edificio. Giré la llave y entramos por el pasillo hasta la
sala. Él tomó asiento mientras yo dejaba mi pesada mochila y el abrigo. Me puse
liviano. Saqué las cervezas de las bolsas de las compras y le entregué una al
muchacho.
-
Salud
-
¿no se dice salud sin
brindar?
-
¿por qué quieres brindar?
-
Por hoy, por ahora, por este
momento.
-
¿por habernos conocido?
-
Salud.
Para tener veinte años, Diego parece saber
todo lo que un chico de mi edad sabe y más. No pude evitar un extraño dejavu.
-
¿dejavu?
-
Es extraño. Porque no me ha
sucedido, pero he escrito sobre ello.
-
Cuéntame más.
-
Soy escritor. Y tengo un blog
que se llama “el chico del bus” donde escribo la historia de dos chicos que se
conocen en un bus.
-
No comprendo ¿esto ya lo has
escrito?
-
Parece una extraña premonición.
Diego soltó una carcajada, pero no en son
de burla. Todo lo contrario, como si estuviese plácidamente convencido de que
hizo lo correcto en cruzar la calle y preguntarme la hora.
-
¿y cómo termina tu historia?
-
No te puedo decir. Aún no la
termino.
Resulta que Diego ama leer. De inmediato
se interesó en el tema. En la literatura latinoamericana y repasar sus poetas y
escritores favoritos.
-
Estuve leyendo Rayuela, pero no me cautiva – le comenté.
-
Es compleja ¿en qué orden la
estas leyendo?
-
El orden del autor.
Acabamos las cervezas, y supimos que el
momento había llegado. Y aquel silencio que quiso invadir nuestra conversación
en el bus, hizo acto de presencia nuevamente, pero no para ponernos incómodos,
todo lo contrario, era un silencio completamente oportuno, necesario, deseado y
propicio. Yo había olvidado que tenía prisa, que había una fiesta esperándome. Valía
totalmente la pena tardar lo que fuese necesario. Porque aquel muchacho de la
gran sonrisa y ojos brillantes, había logrado llenar la sensación de vacío que había
sentido durante todo el viaje. A veces, uno tiene la sensación de que algo
falta, pero no sabemos qué es, hasta que llega alguien desconocido a
traducirnos ese vacío, como si por fin sucediese lo que yo ni sabía que esperaba. Algo para recordar y, eso querido mío se llama destino. En ese instante, su beso aterrizando en mis
labios, descontroladamente, me lo confirmó.
Continuará.
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