SEX O'CLOCK Cap. 3 SABUESO


 

Eran las tres de la tarde del lunes y el subalterno Álvaro Figueroa al cual, con el tiempo, lo llamaría Sr. Figueroa, se encontraba amenamente dialogando en la comodidad de mi casa junto a mi hermana. De ignorar el motivo de su visita, pensaría que es un pretendiente de ella, lamentablemente el cortejo no estaba en la agenda del señor agente. Cuando finalmente salí de la ducha y cruce por el pasillo mi hermana me detuvo.

-       Gael, te buscan.

-       ¿Quién es usted? – pregunté frunciendo el ceño y amarrando mi toalla a la cintura mientras el agua aun goteaba y chorreaba desde mi cabello hasta mi pecho.

Aquel hombre vestía de civil, se puso de inmediato de pie, dejando el vaso de agua que Martina le había servido.

 

-       Subalterno Álvaro Figueroa, mucho gusto – dijo el oficial sacando una cartera con cadena de su bolsillo mostrando su identificación de la policía nacional.

 

El sr. Figueroa, no era realmente un señor. Con suerte me llevaba 10 años más, casi la edad de mi hermana. Su presencia fue intimidante, especialmente porque no parecía un suboficial, vestía un par de jeans y una camisa con patrones de cuadros. La habitación estuvo en completo silencio. Yo no me atrevía a decir nada, solo le indiqué con la mano que volviese a tomar asiento.

 

-       Me gustaría hablar con usted joven.

-       Voy a ponerme algo de ropa y enseguida estoy con usted.

-       Yo los dejo, tengo que irme – Martina se despidió y cerró la puerta tras sus pasos.

Al cabo de unos minutos salí de la habitación y tomé asiento frente al señor. Mi boca estaba seca. El bigote del sub oficial y su tono de voz grueso y firme, generó una bola enorme de saliva que me constaba pasar por la garganta. La mirada del sr. Figueroa penetraba mi alma más allá de mi cuerpo, como si viera claramente mis pensamientos.

-       Lamento haberlo importunado. Vengo a hacerle unas preguntas.  

Mi cuerpo se puso frío, y mis manos sudaban como si hubiese usado guantes. La piel de mi rostro palideció y mis ojos se abrieron. Sentí que mi pecho se retorcía y me costaba respirar. Tuve pánico. Soy una persona que no sabe controlar sus nervios. Puedo tartamudear con facilidad ante la presión y confundir palabras fonéticamente similares. Tenía tres cosas en mente y ese es un gran problema, yo pienso en más de una cosa a la vez. Pensé en Ignacio esperándome en su casa para ir al sur, pensé que debo recoger la lap top de la oficina para llevármela a la playa y trabajar desde allí; por último, mi imaginación tenía proyectada la imagen de Vasco sin vida reposando sobre el techo del ascensor e imaginé la silueta de alguien de pie en lo alto del vació por donde cayó. 

-       ¿Es usted amigo de Vasco Izaguirre Hurtado?

-       Si señor.

-       ¿Desde hace cuánto tiempo?

-       Desde hace un par de meses.

-       ¿cómo se conocieron?

Hice una pausa y tomé del vaso con agua. Ahora tenía una cuarta cosa en que pensar; si soy honesto puedo volverme sospechoso, y si miento, es muy probable que un agente como el Sr. Figueroa detecté en algún momento de la conversación que estoy mintiendo. No me atrevo a decir en voz alta que conozco a Vasco haciendo cruising en el baño de una discoteca catalogada como de ambiente.

 

-       Lo conocí en una discoteca, era amigo de unos amigos que estaban conmigo.

-       Frecuenta mucho con sus amigos ¿sale de fiesta?

-       Sí, casi todos los fines de semana.

-       Y el joven Vasco frecuentaba en esas reuniones.

-       De vez en cuando.

-       ¿Estaba usted la noche del cumpleaños de Vasco en su casa en la playa?

-       Por eso está usted aquí ¿no es así?

 

El Sr. Figueroa me miró por encima minimizando la mirada como si quisiera ver cada detalle de mis gestos y sacar conclusiones de los mismos. Yo detesto cuando me quieren persuadir para obtener algo. Me gusta persuadir, pero odio que lo hagan conmigo y aquel tombo se volvía más agresivo con sus preguntas.

 

-       Veo que desea ir al grano.

-       No me molestaría – insinué con un tono de voz serio y preparado. Aunque en realidad no estaba preparado para lo que venía a continuación.

 

-       ¿reconoces esto?

 

El Sr. Figueroa sacó una bolsa hermética transparente cuyo contenido no me quedaba claro.

 

-       ¿Qué es eso?

-       Es un reloj.

 

El oficial removió el contenido para mostrarme la evidencia desde otro ángulo de ese modo yo tuviera oportunidad de recordar. Y recordé claramente. Sin embargo, no tenía palabras para procesar y responder.

 

-       Déjeme decirle algo joven, usted estuvo presente la noche de los hechos y si sabe algo o recuerda algo será mejor que colaboré conmigo.

-       ¿Qué quiere saber oficial?

 

Aquel hombre cada vez más ansioso, sacó de un sobre una ficha con huellas dactilares. En cuánto vi aquel documento, sentí como si me vinieran tres pálidas juntas luego de una noche de excesos, una noche similar a la del cumpleaños de Vasco.

 

-       A usted no le gustan los rodeos, ni a mi tampoco. Estas huellas estaban en el reloj que Vasco llevaba el día de su muerte ¿sabe de quien son esas huellas?

 

Continué en silencio y absorto mientras el oficial movía como un péndulo la evidencia. ¿acaso sospechan de mí?

Al verme acorralado, se respondió a sí mismo.

 

-       Son sus huellas Sr. Gael.

 

Efectivamente. Mi nombre estaba escrito al lado de esas cinco marcas en tinta impresa. Sacudí mis pensamientos internamente y me concentré en responder cauteloso y sin dar detalles.

 

-       Fue un regalo de cumpleaños.

-       Muy bien ¿algo más que quiera agregar?

 

Moví mi cabeza de lado a lado y el policía asintió y puso la evidencia sobre la mesa.

 

-       ¿Recuerda algo inusual que haya sucedido aquella noche?

Lancé un suspiro de alivio y respondí a sus preguntas.

-       Era una fiesta, muchas cosas inusuales suelen pasar, sobre todo si el cumpleañero es famoso en redes sociales.

-       Y ¿recuerda si hubo alguna discusión? ¿alguna riña? ¿si vasco estaba pasado de copas? Como usted dice, es una fiesta y este tipo de cosas suceden.

 

No le llamaría discutir, pero aquella noche Vasco me bofeteó. Ni por error podía contarle aquel incidente al Sr. Figueroa, los interrogatorios no cesarían y ya no podía más con la tensión en la nuca. Aquella noche estuve enfadado con Vasco y tan solo quise ayudarlo aunque no se dejará.

 

El teléfono del policía comenzó a sonar y ante la insistencia decidió responder. Me hizo un gesto con el dedo en señal que aguarde mientras atiende la llamada. Cogí el vaso para tomar más agua, pero estaba vacío.

 

-       Comprendo, salgo para allá.

Colgó el teléfono y guardó las evidencias. Lo miré despreocupado y ansioso.

 

-       Bien joven, me tengo que retirar.

-       ¿Eso seria todo?

-       De momento sí. Seguiremos interrogando a más personas. Probablemente volvamos a comunicarnos con usted. Mas que una probabilidad es una certeza.

 

Lo acompañé hasta la puerta y estiró la mano para estrecharla y despedirse, al hacerlo dejó caer la bolsa con el reloj y me apresuré a recogerla para devolvérsela.

 

-       Muchas gracias.

-       Me costó mucho, lastima que no me lo pueda devolver – agregué en un intento de parecer simpático y libre de culpas, incluso sonreí.

 

La perspicacia del Sr. Figueroa hizo que mi tranquilidad se tambaleará. No era una persona ordinaria, no era un policía fácil de convencer, aquel señor era un sabueso cuyo instinto era más agudo que su olfato. El ascensor llegó y antes de subirse volteó a verme.

 

-       Es curioso. Usted y Vasco se conocen solo un par de meses antes y le hace un regalo costoso – dijo.

 

Aquel comentario y su mirada se sintieron como una estocada fatal que heriría mi cordura y calma momentáneamente.

 

Qué tenga un buen día joven, dijo al cerrar la puerta.

Y yo dudo que lo vaya a tener.

 

Continuará.

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