SIEMPRE NOS QUEDARÁ BUENOS AIRES Cap. #8 MÁGICA CIUDAD



Dicen que el amor surge en el lugar menos esperado. Se encuentra en el odio, en una amistad, en una indiferencia, en los pasillos del supermercado o mientras esperas el bus. ¿sabemos reconocerlo cuando lo vemos?

Cuando Diego deslizó sus brazos por mi espalda, reconocí que esto era lo que esperaba. No despegamos los labios ningún segundo mientras duraba nuestro andar hasta la habitación. Eso era tango, estoy seguro que sí lo era. Paso a paso, pasión de por medio, dos cuerpos pegados, tocándose, deseándose y esperando el siguiente paso. Cuando nos topamos con la cama dejamos de besarnos y nos miramos fijamente como advirtiendo mutuamente lo que esta a punto de suceder. Lo recosté sobre la cama y lentamente removí su camiseta. Él abrió uno a uno los botones en mis jeans. Nuestros botines saltaron como resortes. Ambos vestíamos calzoncillos blancos y nos quedamos semidesnudos porque era mucho más estimulante vernos casi desnudos. Sus labios se deslizaron hasta mi ombligo, sabía que usaría su sonrisa para bajarme la ropa interior. Me estimuló descaradamente, sin cesar y a ritmo de cardio. Mis dedos estrangulaban las sábanas de tanto placer. Sus manos subían y bajaban la piel de mi miembro viril erecto y, cuando llegó mi turno, sus maniobras quedaron como la de un caballo aprendiendo a caminar porque estuve hecho una fiera. Le arranqué la ropa que le quedaba encima como un trozo de tela y la aventé lejos. Me apoderé de sus muslos en mis manos grandes y venosas. Lo senté encima de mí y ahí lo mantuve hasta que asimilará todo y convirtiera el dolor preliminar en una pasión en transcurso. Él se movía como un bote en altamar, como si las olas vivieran en sus caderas. Ya no sentía dolor, eso era cosa del pasado. Se envició con mi cuerpo y me arañó el pecho y la espalda. Sus besos se convirtieron en trampas de oso donde yo me permití caer. Duramos más de lo que pudimos imaginar. Minuto tras minuto, con una desesperación mágica. Como dos nómadas que encontraron agua luego de semanas perdidos en el desierto. Nos consumimos como cocainómanos. Él se vino primero sobre mi pecho y luego yo sobre su espalda. Luego de aquello se desplomó como un soldado herido que ha traído la victoria a casa. Su sonrisa volvió a su rostro e iluminó la habitación en penumbras.

Me recosté a su lado y de inmediato se acurrucó en mi pecho.

 

-       Esto fue indescriptible.

-       Sí.

 

El departamento no era mío, y mi amiga podría llegar en cualquier momento así que nos apresuramos a vestirnos. Él sacó un cigarro de su bolso y me invitó otro. Abrimos la mampara de la terraza y con los cuerpos aun calientes salimos a recibir el aire helado de la noche que ya había caído mientras estábamos en plena faena. Él estaba aclimatado a los cambios de temperatura, yo no. Mientras puse el cigarro en mi boca entre cada pitada temblaba como una gelatina. Él humeaba con la vista hacía mí y yo tenía la vista hacia abajo mirando los carros pasar por la gran avenida, tratando de descifrar mi destino. Siempre al menos una vez por semana me invade esa sensación donde trato de hackear a la vida y que me de respuestas con anticipación y me olvido que la vida tiene un proceso inquebrantable.

 

-       Ven aquí – dijo y me abrazó al ver que aventé la mitad del cigarro consumido desde lo alto, porque estuve a punto de entrar a la sala nuevamente al no poder aguantar el frío.

 

Definitivamente sentí cosas revoloteando en mi estomago, no sé que eran, probablemente mariposas, probablemente hambre.

 

-       En dos días regreso a Lima.

-       Es una lastima que esto no hubiese pasado antes.

 

Me quedé en silencio, porque sentí un dejavu enorme. Es lo mismo que sucedió en París. Misma situación, dos extranjeros en una ciudad lejos de sus patrias teniendo una conexión especial, sabiendo que no va a durar, por lo que deben aprovechar al máximo los días y horas que quedan.

 

-       No lo sientas. Mejor saquemos provecho a esta noche.

-       Hay una fiesta hoy. Quiero que vayas conmigo

 

Cuando le dije eso, su rostro quedó pensativo, pero no era la falta de entusiasmo, sino lo compromisos previos antes de conocerme. Nuevamente me pidió mi celular para entrar a su cuenta de Instagram y comunicarse con quien debía para poder decidir. Estuve sorprendido de mi proceder, generalmente espero los primeros pasos de la otra persona, pero parece que desde antes de anochecer me sentí realmente con super poderes. Como si todo lo bueno pudiera suceder esa noche. Y no, no estaba cegado ni mucho menos ilusionado, simplemente sentí que necesitaba esto. Algo diferente, algo que me llenará de ternura, algo que me haga sentir especial, algo para recordar.

 

Diego definitivamente no quería salir de fiesta hoy. No dejaba de mirar su teléfono como esperando una respuesta. No la hubo. Yo tomé una ducha y me vestí para salir de fiesta. Es mi ultimo viernes en la ciudad, no puedo dejar de aprovechar cada minuto aquí y necesitaba bailar como si no hubiese mañana, amo bailar porque libera mi alma. Y quise contagiar de ese espíritu a Diego. Y sentí que lo lograba, pero él tenía algo en su cabeza que lo resistía.

 

Me acompaño al paradero de bus que me llevaría a “La Warhol”, donde dos amigos locales me esperaban para entrar juntos. Mi señal fue miserable, y el tiempo de espera largo, ni un bus aparecería por la calle fría y húmeda. Diego me vio temblando nuevamente y me abrazó, luego caminamos hacia otro paradero de bus y mientras lo hacíamos me tomó de la mano. En ese instante sentí miedo y pánico. En el momento que Diego tomó mi mano, me sentí observado, desaprobado y al acecho. Toda mi vida, este tipo de comportamiento entre dos hombres estuvo condenado y desaprobado socialmente. En mi mente aún sigue los tabus nadando como pirañas en un estanque. No puedo evitarlo. Aun así, no solté mi mano, porque miré la cara de Diego y estuvo feliz. Miré a mi alrededor y nadie miraba, y lo que lo hacían sonreían, con un gesto de aprobación. Para mi todo aquello no era algo cotidiano, sino extraordinario ¿por qué no he venido aquí antes? ¿qué tiene esta ciudad? ¿magia?

 

Cuando llegamos al siguiente paradero, ni un bus se asomaba por la calle. Habían transcurrido más de veinte minutos. Era tarde. Mi celular no cogía señal así que entré a un bar a conectarme al wifi, y Diego se quedó afuera esperando el bus por mí. Al demorar más de la cuenta, Diego entró a buscarme, me di tiempo de enviar un mensaje a mis nuevos amigos para indicarles que llegaría tarde. Me solicitó el celular nuevamente para ver si su primo le respondió.  Cuando salimos del bar, el bus había recogido a una persona y seguía su camino. Fue imposible perseguirlo.

 

-       Es una señal – dijo Diego.

-       ¿qué tipo de señal?

-       De que no vayas y te quedes en tu departamento conmigo.

-       Creo que es otra señal.

-       ¿cuál?

-       De que no debería ir solo, que vengas conmigo.

 

Cada quien interpreta la vida como le da gana. Y Diego parecía convencido o quiso convencerse de que la señal que yo había interpretado es la correcta.

 

-       Tienes razón es una señal.

-       ¿en serio?

-       Si, iré contigo.

 

Me emocioné tanto que me lancé hacía él y él me recibió con los brazos abiertos. El tiempo estuvo a favor para los que sienten soledad. No había puertas cerradas esta noche, el tiempo abrió todas. Gracias a esos segundos de espera en el bus y mientras conseguíamos señal para el internet y perdíamos el bus, el tiempo cambió el rumbo de la noche radicalmente.

 

-       Antes vamos a cenar algo.

 

Llegamos a Mcdonalds y luego pedimos un taxi. No importaba nada hoy. Ya estábamos decididos a que este encuentro de la tarde debía llegar a su climax y no era la cama sino una cita. Eso fue. Una cita que empezó luego del sexo, y es que al final el orden los factores no altera el producto. Había química y debíamos colorear la noche con nuestra suerte.

El taxi nos dejó en la puerta de “La Warhol” y allí estaban Max y Noah, con un grupo de amigos.

 

-       ¿quién ese ese chico? – preguntó Max.

-       Lo acabo de conocer.

-       Te dije que esta ciudad es para ti.

 

Dos extraños que parecían conocidos de otra vida. No les costaba trabajo besarse, lo hacían con naturalidad. Como si fueran uno solo siempre, pero estuvieron separados y finalmente se encontraron. Las luces verdes y azules del techo alto se aprendían y apagaban a una velocidad frenética. La música nos balanceaba sobre los pies. Bailar juntos y besarnos mientras los hacíamos fue exquisito. ¿hace cuanto que no me sentía así?

 

Y está muy bien así
Por hoy no pienses más
Yo sé que lo necesitás

Me quedo con vos, yo sigo de largo, voy a buscarte
Qué noche mágica ciudad de Buenos Aires.

 

 

Fue magico. Recién en el octavo día en Buenos Aires, sentí que el viaje comenzaba. La noche realmente era joven y bella; realmente fría, pero bella. Ganas de comerme Buenos Aires de un gran mordisco recorrió mi espina dorsal. Me sentí dueño de la ciudad por una noche para gritarlo por todos los barrios. “Soy el dueño de esta maldita Ciudad”. ¿por qué sentía así?

Todo se lo debo al chico del bus. Porque me recordó que las cosas inesperadas que te sacan una sonrisa y te emocionan como a un niño, cuando llegan a tu puerta solo debes abrirla y darle la bienvenida.

 

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